Maximilian Karl Emil Weber es un punto de referencia en el derecho, la sociología, la filosofía, la ética, la historia, la cultura, las religiones, la economía, la política e, incluso, la música; en fin, un analista de la sociedad en su conjunto y con todas sus múltiples aristas y manifestaciones.
Al pensador, nacido en 1864 y fallecido en 1920, se lo considera uno de los fundadores del estudio contemporáneo de la sociología y la istración pública.
Aunque es difícil determinar cuál de las obras de su vasta producción es más importante, habría que decidirse por La ética protestante y el espíitu del capitalismo como uno de sus trabajos ensayísticos de mayor repercusión.
En él desentraña los ingredientes de la ética que caracterizó los inicios del protestantismo, que, según él, se dejan identificar como parte de lo que dio origen al desarrollo del capitalismo como forma económica.
Weber descubre la paradoja de que la fe, la devoción en el plano religioso y como expresión de lo espiritual, que antaño solían desapegarse de lo mundano, de lo material y de la posesión de bienes con intención acumulativa, se hayan reconvertido precisamente en lo contrario, esto es, conductas que pregonan una virtud basada en la producción de bienes y capital. Lo que Weber llama “el espíritu capitalista”.
Quien tiene mayores posibilidades de ganar el cielo con la reproducción de bienes y de capital es quien está más dispuesto a convertir el trabajo (propio y ajeno) y la ganancia en riqueza.
Todo lo contrario de la línea bíblica y del conocido merengue dominicano según el cual “el trabajo lo hizo Dios como castigo”.
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Próxima entrega: Denis Diderot, 19 de julio.
FRANCISCO CELIS ALBÁN