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Vicente Rojo: el artista que les daba vida a las palabras
El español fue el creador de una de las icónicas portadas de Cien años de soledad.
La primera edición de 'Cien años de soledad', la segunda y una curiosa edición en cuero vacuno con letras repujadas. Foto: Claudia Rubio/EL TIEMPO
La portada es la promesa de un libro. El primer encuentro con ese objeto no lo gestan ni el título ni el inicio, sino la primera imagen y su forma, lo que sugiere y a lo que invita. Muchos nos hemos llevado un libro con nosotros por ese augurio de la sustancia, la carne, la corporeidad hecha letras y páginas. Esa fue la gran victoria del artista español Vicente Rojo, que acaba de fallecer, que logró traducir como pocos el universo que hace materia el alma de un creador.
Este barcelonés, sobrino de uno de los tantos aguerridos combatientes que se enfrentaron a las garras del franquismo, logró entre portada y portada, y cada uno de sus trazos, darle una cara a la literatura latinoamericana. Entre premios nobel como Gabriel García Márquez y Octavio Paz, ganadores del Premio Cervantes como Sergio Pitol y José Emilio Pacheco, y autores como Juan José Arreola y Augusto Monterroso, Rojo edificó una obra que, entre bosquejos, líneas discontinuas y colores que estallan, a veces tras bambalinas, y en otras como golpe visual y visceral, dejó una marca inconfundible que hoy sigue vigente.
Como toda historia desquiciadamente latinoamericana, esta inicia en México, cuando Vicente deja a un lado su España herida para encontrarse con esa tierra americana donde sería soberano desde su arte. Aquel fue el país que, como lo plantea Germán Arciniegas, se convirtió “en hogar abierto a los hombres libres, muchas veces exiliados, y en todo caso a escritores o artistas, a hombres de pensamiento”. Muchos acudieron a la llamada poderosa de esa nueva patria de desterrados que abrió sus puertas y sus ojos a quienes, desde Europa, atravesaron el océano para enunciar su voz, aplacada por las guerras.
Con el arribo de estos creadores, las letras y las artes mexicanas se colmaron de nuevos conceptos. Vicente Rojo hizo parte de la oleada de artistas que edificaron una obra en México. Como colaborador en numerosas instituciones, revistas, suplementos culturales, editoriales y compañías cinematográficas, y con su labor de director artístico, diseñador gráfico, escultor, ilustrador y creador de tipografías, el barcelonés edificó una historia personal que lo instaló en la memoria viva de los mexicanos y de todo el continente.
Los amigos que hizo en México, entre los que se cuentan algunos colombianos, dan fe de la riqueza de una relación que sobrevive a los años y a la muerte.
Primera edición de 'Cien años de solead', diseñada por Vicente Rojo. Foto:Archivo particular
Gabo en Rojo
El 2 de julio de 1961, Álvaro Mutis recibió a García Márquez cuando este llegó a México, con poco dinero y mucha incertidumbre. Lo acercó a otros amigos suyos como los escritores Carlos Fuentes, Salvador Elizondo, Octavio Paz, Juan José Arreola, Elena Poniatowska y Juan Rulfo, y a pintores como Vicente Rojo. Con unos y otros se reunían semanalmente para hablar de cine e ir fraguando conquistas en el mundo de las letras y el celuloide.
La relación de García Márquez y Rojo se hizo cada vez más estrecha a partir de la publicación de las segundas ediciones de El coronel no tiene quien le escriba, con Ediciones Era en 1963, y de La mala hora, en 1966. El español, coordinador de las publicaciones del INBA, que se imprimían en la Imprenta Madero, había fundado la pequeña editorial en 1959 con José Azorín y los hermanos aragoneses Espresate, con la intención de hacer uso de aquella tipografía en los tiempos muertos de las máquinas. La empresa literaria sobresalió por el trabajo creativo de Rojo, quien sacó el máximo provecho a las limitaciones financieras y diseñó innumerables portadas y páginas interiores para libros de Carlos Monsiváis, Salvador Elizondo, Sergio Pitol y un extenso listado de autores, entre los que también se cuentan varios extranjeros. Como lo afirmó el mismo artista: “Por razones lógicas, en Era he realizado la que considero mi obra más personal”.
Rojo y García Márquez siguieron creando juntos. La película Tiempo de morir, rodada bajo la dirección de Arturo Ripstein en 1965, y con guion y adaptación del colombiano, fue estrenada en 1966 en el cine Variedades de la capital mexicana. Rojo, gran amigo del director y de Gabo, trazó los créditos del filme, así como la disolución tipográfica y la serigrafía que componen el afiche promocional original que circuló en México para la premier.
Un año más tarde, en 1967, cuando Cien años de soledad se hizo realidad, Rojo fue el designado por García Márquez para diseñar la portada de su libro. Fue, dicen algunos, su manera de reivindicarse con aquel por no haberle vendido a Era la que luego fue la gran obra de su vida. Gabo buscaba ingresar con fuerza al mercado y la pequeña editorial no le ofrecía las posibilidades de Sudamericana, el monstruo argentino. Sin embargo, Rojo terminó diseñando una de las primeras carátulas, pero no la de la primera edición.
El artista cuenta sobre el reto que le implicó escoger un solo personaje o un solo tema para convertirlo en la imagen que representaría el universo narrativo de la obra. Como él mismo lo afirmó, escogió “los elementos que están en la imaginería popular; no son elementos precisos de la novela, pues no estaba ilustrando determinada cosa”. Una sucesión de lunas, calaveras, corazones, diablitos y campanas, y el título de la obra escrito con la E de la palabra soledad al revés, “porque así se lo indicó su absoluta y soberana inspiración”, dice Gabo, fueron el sello que Rojo dejó para la memoria de la literatura colombiana.
Ya en 1995, el cataquero y su esposa Mercedes compraron una casa en Cuernavaca, con un jardín de cien metros cuadrados y próxima a la residencia de su amigo Vicente. Cesaban los años de creación conjunta y llegaba el tiempo de envejecer en vecindad.
En 1999, Gabo escribió el texto ¿Rojo o romántico?, en el que recuerda a ese amigo que conoció cuando ambos creían ser desdichados, y que “se distinguía del resto de la pandilla por una austeridad monástica, por sus pocas palabras contundentes, por un inconformismo raro que no tenía sosiego, y una claustrofobia tan descarada que a veces se le notaba a la intemperie”. Lo describe pudoroso, huraño y de humor ácido, políticamente radical y severo consigo mismo, aunque reconoce que “se humanizaba ante ciertas debilidades ajenas (…). Dibujaba y regalaba a sus amigos unos dibujos de gatos socarrones que parecían pensados para disipar cualquier sospecha de que fueran pintados por un hombre serio”. Un felino burlón es la imagen del collage diseñado por Gonzalo, hijo de Gabo, en el que integra las palabras del colombiano con la ilustración Gato con el pensamiento puesto en la campiña, de Rojo, y que hace parte del libro 80 Vicente Rojo publicado en 2012 para celebrar las ocho décadas de su natalicio.
Carátulas que Rojo le diseñó a famosos escritores latinoamericanos. Foto:archivo particular de Juan Camilo Rincón
Inspiración para Mutis
Álvaro Mutis, el poeta fugitivo, llegó a México unos años antes que García Márquez, colmado de expectativas sobre una ciudad que se le presentaba moderna y vanguardista. Pronto ingresó a un círculo intelectual que lo acogió sin reservas y se nutrió de su fecunda producción. Él y su compatriota gozaron con Vicente Rojo y otros intelectuales de días y noches de tertulias y cine, whisky y lecturas en voz alta, para abrirse paso en un México generoso y pródigo.
En 1989, Ediciones Multiarte publicó el libro Luvias de papel, con serigrafías y collages del artista. La obra se complementa con un poema escrito por Mutis para esa edición, titulado Vicente Rojo, ese que “coloca banderas en los límites del mundo para inaugurar la celebración de las aguas lustrales”. Según los versos del colombiano, Rojo “nos protege la sabia procesión de los colores que descienden desde un cielo sin nubes para instalarse como monarcas absolutos”, pues es de aquellos privilegiados “que sí saben hacia dónde miran las ventanas del mundo y hacia qué silencio se retiran los vasos jamás mancillados por el líquido que hace olvidar las estaciones”.
Con Mutis también trabajaron juntos en el libro Escenarios de la memoria, publicado en 2002. Este contiene treinta y cinco jardines pintados por Rojo y un poema del bogotano, en el que habla sobre un “jardín cerrado al tiempo y al uso de los hombres”.
El artista plástico Vicente Rojo Foto:EFE
Los mexicanos
La cultura mexicana jamás fue indiferente a la extensa y magnífica producción de Rojo. Para Carlos Fuentes, la obra del español es “enorme, incalculable, maravillosa en todos sentidos”, y en palabras de José Emilio Pacheco, “sus imágenes han cambiado el modo en que vemos el mundo (…), forman parte de nuestro paisaje interior”. Afirma Carlos Monsiváis que Rojo pintó “con insistencia desde una misma perspectiva que cambia a diario (…)” y “ha acentuado la seriedad de la búsqueda estética”. Elena Poniatowska, con quien veía películas gringas en La Habana, recuerda que “miró columnas, cubos, esferas, cilindros, (…) escaleras y serpientes y los convirtió en luz y en una libertad contenida”. Y el gran Juan Rulfo, también afectado por la magnitud de la producción de Rojo, señaló contundente que esta “posee una calidad excepcional (pues) supo fijar siempre sus propias reglas dentro de una rectitud sólo comprometida con su moral artística”.
Rojo sigue tan vigente que la poeta y novelista española Sonia Hernández escribió en 2017 el libro El hombre que se creía Vicente Rojo (editorial Acantilado). Al preguntarle por la importancia del artista para la literatura, ella afirma que “él mismo era un gran escritor, un intelectual que transmitía su pensamiento a través de diferentes símbolos y acciones: desde el diseño gráfico, haciendo las publicaciones atractivas y accesibles para todo el mundo, hasta el alfabeto que construyó con sus signos y señales en cuadros y esculturas. Toda su obra gira alrededor de la escritura. Tiene textos que hacía muy ocasionalmente que son verdaderamente brillantes (…); era un lector curioso, generoso y exigente. Compartió universos simbólicos con sus amigos escritores, y me consta que le divirtió verse suplantado en mi novela. Me dijo en una ocasión que el falso Vicente Rojo era él. Ay, me conmueve escribir esto”.