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Análisis
El desempeño económico de Latinoamérica y el Caribe está lejos de ser satisfactorio
Aunque la región ha progresado, hay una evolución menor a la de la época llamada “década perdida”.
Los especialistas señalan que en Latinoamérica y el Caribe hay una tasa de inversión insuficiente. Foto: EFE
Que América Latina y el Caribe constituyen una región privilegiada es algo difícil de cuestionar. Tanto sus riquezas naturales, que incluyen una biodiversidad sin par, como el hecho de contar con una población mayoritariamente joven que habita en una zona en la que no hay guerras ni armas nucleares, le otorgan condiciones únicas que deberían expresarse en un adecuado nivel de desarrollo.
Sin embargo, a pesar de tales ventajas el desempeño económico del área está lejos de ser satisfactorio. Como bien lo ha señalado la Cepal, las cifras de los últimos diez años muestran una evolución inferior a la observada durante la época de la llamada “década perdida”, cuyo detonador fue la crisis de la deuda externa en 1982.
Y todo apunta a que 2025 tampoco será bueno, así supere ligeramente el balance del calendario previo. Hemos calculado que el crecimiento conjunto será de 2,5 por ciento, un número que igual nos deja por debajo del promedio global y del esperado para otros continentes. Esa perspectiva no incluye riesgos en materia comercial que pueden llegar a materializarse ni sobresaltos de otra índole.
¿Cuál es la causa de nuestra mediocre evolución? Los especialistas señalan que tenemos una tasa de inversión insuficiente, por cuenta de la cual no alcanzamos a cerrar una serie de brechas. Por ejemplo, a infraestructura le dedicamos apenas la mitad de lo que se requiere para romper numerosos cuellos de botella en transporte y logística.
Pero ese es apenas uno de muchos factores. Más allá de las explicaciones puramente técnicas están los elementos políticos, culturales y sociales que ayudan a entender por qué nos hemos quedado cortos a la hora de alcanzar nuestro potencial, sobre todo cuando nos comparamos con otras latitudes que han avanzado más rápido.
Aun así, hemos progresado. En general, el latinoamericano promedio de hoy es más próspero, sano y educado que la generación de sus padres o abuelos. Pero, a pesar de ello, las encuestas muestran una sensación de estancamiento que bien se puede asociar a lo que se conoce como la trampa de los ingresos medios, por cuenta de la cual la tierra prometida del desarrollo incluyente se ve como algo inalcanzable.
Somos, en múltiples sentidos, una región heterogénea y de grandes contrastes. Al mirarnos al espejo podemos siempre fijarnos en el vaso medio lleno. Un par de años atrás, el Real Instituto Elcano de España publicó un informe titulado Por qué importa América Latina, el cual recogía elementos de este: progreso macroeconómico, resiliencia frente a crisis externas, baja inflación, finanzas públicas razonablemente saneadas y sistemas financieros relativamente sólidos.
Un examen objetivo también nos obliga a mirar el vaso medio vacío. Este incluye una profunda desigualdad y no solo en materia de ingresos. Tras una época de reformas que buscaron mayor eficiencia estatal, ese ánimo ha disminuido mientras las clases medias se sienten vulnerables y la lucha contra la pobreza no consigue grandes resultados.
Resulta imposible desconocer que la pandemia puso al descubierto muchas de nuestras falencias. Aparte de la elevada mortalidad, mostró igualmente la incapacidad de los sistemas de seguridad social y la precariedad de millones de hogares y pequeños negocios, que no pudieron salir adelante.
Una vez superada la emergencia sanitaria, los problemas de siempre se hicieron todavía más evidentes. No está de más, para hablar con franqueza, recordar algunos.
Algo que nos caracteriza es la baja productividad, la cual se refleja en la persistencia de fenómenos como la informalidad. A esto se agrega una reducida inserción internacional, que comienza con niveles de integración muy bajos entre nuestros países.
Por otro lado, y con muy pocas excepciones, nos caracterizamos por ser exportadores de materias primas, en lugar de vender bienes que tengan valor agregado. Contamos con bienes primarios que son fundamentales para la humanidad, pero apenas si los transformamos.
Y claro, nos enfrentamos a amenazas comunes como es el caso del cambio climático. Tan solo en los pasados 12 meses registramos grandes inundaciones en Panamá y Brasil, al igual que incendios forestales importantes en Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador, Perú o Paraguay. Partes de Colombia y Uruguay tuvieron sistemas hídricos al límite, mientras que en México se vivió una sequía prolongada.
Tal situación toca de paso otra necesidad, como es la de adelantar la transición energética. Así en buena parte de Suramérica la generación de electricidad descanse en recursos hídricos, la alteración de los patrones de lluvias afecta su confiabilidad.
Además, el 80 por ciento de los requerimientos energéticos se cubre con combustibles de origen fósil. Debido a ello, se impone una reconversión en fuentes y usos, a partir de tecnologías no contaminantes. En esto el principal desafío consiste en financiar el esfuerzo sin dejar de lado la lucha contra la pobreza, ojalá pensando en la consolidación de un mercado regional.
Cuando ampliamos el foco, encontramos otra urgencia como es la seguridad de los ciudadanos. Podemos ser una zona de paz, en el sentido de que no nos vemos afectados por conflictos bélicos, pero es imposible desconocer que con el 8 por ciento de la población mundial somos responsables de casi una tercera parte de los homicidios.
Millones de nuestros coterráneos salen a trabajar todos los días sin tener la plena certeza de que regresarán a casa sanos y salvos, al final de la jornada. En esta parte del mundo confluyen 11 mercados criminales que comprenden tráfico de armas y drogas, lavado de dinero, trata de personas, extorsión, minería ilegal y delitos contra la flora y la fauna, entre otros.
Aparte del incalculable costo que significa la pérdida de vidas, hay que agregar impactos en materia de inversiones que no se llevan a cabo, dineros públicos que se pierden, gastos que se destinan a protección de personas e instalaciones y el desánimo de una juventud que no colma sus aspiraciones. No hay duda de que los flujos migratorios hacia países del hemisferio norte también tienen que ver con la búsqueda de la tranquilidad.
Imposible cerrar esta lista sin mencionar la erosión de las instituciones democráticas. Puede ser que hayamos cerrado el capítulo oscuro de las dictaduras militares, pero ello no impide reconocer que hemos retrocedido por cuenta de regímenes que ignoran el debido equilibrio de poderes o desconocen la voluntad popular.
Sufrimos niveles de crispación y polarización indeseables que nos atrapan en una especie de círculo vicioso. Es lamentable constatar que los sondeos muestran que la satisfacción de la ciudadanía regional con la democracia es de apenas 27 por ciento.
Nos podríamos quedar en la trampa de las lamentaciones. También es tentador culpar a otros de nuestra suerte, como si fuéramos objetos de una conspiración oscura para no dejarnos avanzar.
No obstante, lo que verdaderamente importa es pasar del qué al cómo. Esa es la razón por la cual en CAF decidimos organizar un gran foro internacional para hablar de América Latina y el Caribe, el cual tuvo lugar en Panamá hace unos días.
Durante un par de días más de un millar de asistentes, junto a muchos más que se conectaron a través de las redes sociales, escucharon planteamientos que giraron en torno al desafío de acelerar el crecimiento económico regional. Las discusiones incluyeron una treintena de es temáticos en los cuales hubo expertos de dentro y fuera de esta parte del mundo.
Parte del objetivo de la cita era escuchar de viva voz visiones de otras latitudes, que resultan indispensables en un mundo en permanente cambio. También, claro, oír los testimonios de líderes gubernamentales, académicos y empresariales propios, que hicieron su aporte a partir de la realidad de su respectivo país.
Debo decir que el encuentro superó nuestras expectativas, tanto en lo que atañe a su convocatoria como a la profundidad de las sesiones realizadas. Debido a ello, tomamos la decisión de que esta cita continuará en los años por venir, pues muchos nos dijeron que es clave para trazar una hoja de ruta, al anticipar tanto los retos de corto, como los de mediano y largo plazo.
Además de ese compromiso, quisiera destacar lo que considero más importante tras haber escuchado y conversado con gentes de tantos lugares distintos. Lo primero es constatar que más allá de nuestras realidades nacionales compartimos visiones y aspiraciones similares.
Reconocemos, por ejemplo, que contamos con fortalezas que pocos o ninguno en el planeta tiene. La región ofrece un potencial inmenso en minería responsable, transición energética, seguridad alimentaria, economías creativas, turismo sostenible e integración, por mencionar solo algunos ramos.
Sabemos, además, que la revolución tecnológica sigue su curso y que el advenimiento de la inteligencia artificial constituye a la vez un riesgo y una posibilidad que podemos aprovechar. Los datos muestran que el uso de las nuevas herramientas es aquí más intenso que en otros lugares, por cuenta de una juventud integrada a las corrientes de la modernidad.
Hecha esta constatación, debemos aceptar que la probabilidad de entablar un diálogo constructivo en el ámbito gubernamental es baja. Por las razones que sean, nuestras capitales han adoptado posturas diferentes e incluso antagónicas a la hora de enfrentar sus desafíos internos o globales.
Pero al tiempo que eso ocurre, hay otra verdad también innegable. Esta es que los latinoamericanos y caribeños nos encontramos más que nunca bajo el mismo cielo. Las cifras de visitantes confirman que el turismo intrarregional no deja de expandirse, lo cual no solo conduce al conocimiento de tantos lugares atractivos, sino al reconocimiento respecto a lo que somos.
Junto a ese tránsito pasa algo no menos notable: la comunidad de negocios construye a su manera los vínculos que nos hacen más fuertes. Aquel término que identifica a las empresas translatinas o multilatinas no solo tiene que ver con los grandes conglomerados en áreas tan disímiles como las finanzas o el transporte. Soy testigo de que cada vez más compañías dan el paso de abrir operaciones en distintos sitios de nuestra geografía y ven posibilidades que otros no identifican.
Reconozco que las cosas serían más fáciles si los gobiernos hicieran lo suyo para desmontar barreras, tanto físicas como normativas. En estos tiempos en los cuales el proteccionismo vuelve a arreciar, desarrollar los mercados vecinos para aumentar los niveles de intercambio suena como un paso racional.
Afortunadamente, el sector privado no está cruzado de brazos esperando ese momento. Mientras las capitales se ponen de acuerdo, las personas hacen negocios con sus vecinos, partiendo del convencimiento de que la nuestra sigue siendo una tierra de oportunidades en la que se puede prosperar.
Y de eso, no me cabe duda, se traducirá en un crecimiento más rápido para bien de latinoamericanos y caribeños. A nosotros en CAF nos corresponde acompañar ese esfuerzo mediante créditos y asistencia técnica, con la convicción de que estamos haciendo lo correcto.