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'Muchos sectores siguen sin reconocer la gravedad de lo que aconteció'
La politóloga María Emma Wills habla de los retos de la JEP, en sus dos años de funcionamiento.
Wills es profesora de la Universidad de los Andes. Fue asesora de género en el Centro de Memoria Histórica por seis años. Foto: Néstor Gómez / EL TIEMPO.
Las palabras de cierre del balance de los dos años de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) estuvieron a cargo de la politóloga y doctora en estudios latinoamericanos María Emma Wills.
Ella, quien fue la única mujer en la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, que buscó explicar los orígenes de la guerra durante el proceso de paz en La Habana, y asesoró la dirección del Centro de Memoria Histórica por seis años, habla de las potencialidades de la justicia creada para juzgar los crímenes más atroces del conflicto.
Cuenta que la han estremecido los testimonios que víctimas y perpetradores han dado en las audiencias públicas de la JEP, creada para juzgar los crímenes más atroces del conflicto.
También cree, como cuenta en esta entrevista, que la JEP debe convertirse en “patrimonio de todos”.
¿Siente que el país está ansioso frente a los resultados de la JEP?
Yo siento que todo el Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición (SIVJRNR, del cual hacen parte la JEP, la Comisión de la Verdad y la Unidad de Búsqueda) está bajo fuego, porque hay una apropiación partidista de los debates que deberían más allá de la militancia política. La paz es un debate sobre qué futuro queremos para Colombia, y su militancia partidista les impide ver lo que está ocurriendo. Eso me mortifica, porque creo que hay muchos sectores de la opinión que siguen sin reconocer la gravedad de lo que aconteció, que no es solo que hay 8 millones de víctimas, sino que la sevicia, la ferocidad y la crueldad de la cual hicieron gala los distintos actores del conflicto –no solo los armados– realmente hirió nuestra capacidad de estar juntos sin matarnos, y dejó heridas porque transgredió lo que pensábamos que un ser humano era capaz de hacerle a otro.
Cuando se habla de Colombia como una sociedad traumatizada se siente que es un poco exagerado, pero yo creo que sí lo es. Hay personas que todavía no encuentran razones suficientes para pensar que aquí hay traumas profundos porque no reconocen la magnitud de lo que pasó, no solo en cifras, sino en las prácticas de ferocidad que hacen que recomponer las relaciones sociales tome tiempo.
¿El país había tenido un espacio donde todas estas personas hablaran?
Sí, lo hemos tenido. La memoria no está todo el tiempo en primera página, pero hay momentos de reflexión sobre su pasado. Estamos en un ciclo prolongado que viene desde el 2005, con la ley de Justicia y Paz, donde había versiones libres, pero sin contrastar entre víctimas y perpetradores. Había una enorme asimetría de poder frente a los jueces y los paramilitares, las víctimas estaban como testigos casi mudos. En cambio en la JEP ves a las madres de Soacha dando sus versiones, y cuando ellas hablan no solo reivindican la memoria de sus familiares, sino que dan sus hipótesis de por qué pasó lo que pasó.
Uno se queda sin palabras ¿Cómo pudo ser que pasara todo esto? Te sobrepasa. Pero luego empiezan a hacer la reconstrucción de los contextos para comprender, que no quiere decir justificar. Ellas empiezan a construir las redes y entramados que hicieron posible el patrón de desapariciones. Cuando empiezas a comprender, vuelves a pertenecer al mundo de lo humano, porque lo humano tiene que ver con una comprensión colectiva que empiezas a elaborar. Pasas del mutismo, o de la perplejidad, a dar cuenta de por qué pasó lo que pasó, así sea horroroso.
¿La JEP abrió la puerta para que esas voces se pongan en público?
Exacto. El CMH también escuchó a las víctimas, pero esos esfuerzos se rompen frente a la resistencia a reconocer la brutalidad. Por eso yo digo que lo que está ocurriendo tiene que salir del espacio jurídico para convertirse en materia de reflexión en clases de colegio, en la prensa. No para deprimirnos. Claro, tenemos que hacer un duelo, pero una vez comprendes lo que pasó, la gravedad, te comprometes a que no se repita.
Patricia Linares, presidenta de la JEP, en su intervención durante el balance entregado este miércoles. Foto:JEP.
¿Cómo hacemos para evaluar si la JEP está haciendo bien o no su trabajo?
Todo el Sistema Integral se tiene que evaluar frente a la reparación simbólica a las víctimas, pero además hay un compromiso con la no repetición, para que las nuevas generaciones no tengan que sufrir lo que nosotros sufrimos.
¿Eso lo podemos evaluar en el día a día o tenemos que esperar 15 años?
La no repetición está muy vinculada a las reformas institucionales. Lo que yo quisiera proponer es que hay que ampliar el concepto de lo que permite a un país alcanzar la no repetición al campo pedagógico y cultural, donde lo que te juegas no es una reforma institucional, que es importante, sino que haya una ciudadanía capaz de reconocer cuándo estamos recorriendo los mismos caminos que ya habíamos recorrido. La no repetición está vinculada a una ciudadanía crítica y lúcida.
En Alemania pasaron casi 20 años, después de la derrota al nazismo en la Segunda Guerra Mundial, para que se diera una gran conversación de lo que había pasado. Fue cuando en Frankfurt se abrieron juicios, ya no a la alta comandancia del nazismo, sino a quienes participaron del Holocausto y no eran de alto rango. Eso mostró que el Nazismo fue un proyecto político que logró un respaldo social impresionante. Lo que pasó no tiene que ver únicamente con un círculo de poder que rodeó a Hitler, sino con que el vecino y el padre de familia también estuvieron implicados.
Acá, el paramilitarismo no se limita a Mancuso o a Castaño. Fue un movimiento, tuvo un respaldo social muy importante, a veces por miedo. Lo que hizo el paramilitarismo fue despertar y cultivar una mentalidad brutalmente patriarcal. Sus masacres tuvieron respaldo, y no solamente de las élites pro statu quo, se filtró en toda la sociedad. Por eso cuesta tanto mirarse en el espejo en esas audiencias, porque permiten preguntas muy profundas, no solo económicas e institucionales, sino morales, de la condición humana.
Usted decía que la posibilidad de que la JEP pase del ‘caso a caso’ a establecer patrones nos acercará más a la no repetición, ¿cómo?
Vuelvo a cuestiones más lejanas para después llegar al país. Si tú va a entender el nazismo, te puedes concentrar en el perfil de Hitler y su círculo más cercano, pero eso no explica que millones de alemanes salieran a apoyar al Nazismo. Necesitas pasar de la historia individual a las condiciones que hicieron posible que el Nazismo ocurriera.
En Colombia, entender el paramilitarismo exige ir mucho más allá de Mancuso y castaño. Hay que ir más allá de la descripción de una masacre como la de El Salado y entender el contexto. De un evento empírico y concreto vas generando preguntas para entender las condiciones que lo hicieron posible.
Aparentemente el país ya conoce y comprende los crímenes que cometieron las Farc, entonces, ¿qué papel juega la JEP?
Ahí viene la pedagogía moral. Sí, sabemos por los registros del Centro de Memoria Histórica que hubo más de 38 mil secuestros, que hubo una política detrás. La cuestión moral es que gente de las Farc, u otros, pueden justificar esas políticas, porque “como estábamos en guerra”.
Cuando tú vez que en una justicia como esta la comandancia acepta que hubo esa política, a lo que aspiras es a que en algún momento alguno de ellos diga: “esto que pasó es inisible, esto no puede volver a ocurrir”. Esa frase es a lo que yo aspiro que la JEP le deje como legado moral al país. Lo mismo aspiro que digan quienes estuvieron implicados en los ‘falsos positivos’. Han pedido perdón, un poco protocolariamente, pero también algunos muy conmovidos. Aquel que dijo “pido perdón a mis padres, porque no me enseñaron a cometer estos crímenes”, ya empezó un recorrido que no es penal y jurídico, es moral.
¿Cree que la JEP debe apuntarle más a tocar fibras, a ser una experiencia no solo jurídica, sino ética y estética?
Lo está haciendo. Lo que yo vi de las Madres de víctimas de ejecuciones extrajudiciales es que se toman las audiencias, el espacio, la arquitectura, y ponen sus telares. Las víctimas no solo han hecho sus propias investigaciones, son científicas sociales sin haber pasado por una universidad, sino que también son sus propias artistas. No solo están las fotos de sus hijos, están los tejidos y los rituales. La JEP está innovando en las audiencias. No es el juez aquí y las víctimas allá. Claro que hay unos protocolos, pero están tratando de ajustarse a las formas expresivas que tienen las víctimas de contar sus historias.
¿No será que más que innovar son un canal para formas de expresión que ya existían?
Piensa en todo el acumulado de memoria que hay en este país, todas las formas que han tenido las víctimas de decir “aquí estamos”, la potencia que han tenido para explorar distintas maneras de decir su sufrimiento, como los telares de Mampuján y el Cristo de Bojayá. El país está lleno de iniciativas locales de memoria. No es que la JEP lo invente, es que está recogiendo lo que las víctimas han logrado en estos 20, 30, 40 años de luchas contra la impunidad y por el reconocimiento de su sufrimiento. Además, vienen de iniciativas en un momento de sinergia entre Estado y sociedad civil.
¿A través de la JEP?
Desde el Centro de Memoria Histórica, que trabajó de manera participativa en la reconstrucción de lo acontecido. Patricia Linares (presidenta de la JEP) también estuvo en el Centro. Es decir, yo creo que ha habido un acumulado de país que se está viendo en la JEP, y seguramente también en la Comisión de la Verdad, que tiene que ver con reconocer que no solo construimos conocimiento desde las bibliotecas y archivos escritos, sino que la forma oral y estética de las comunidades locales permite comprender el país.
Estamos reconociendo que las víctimas no son bobas, no son solo personas a las que les hicieron algo, sino que son capaces de construir interpretaciones de lo sucedido, son capaces de descubrir dónde están los restos de sus familiares, de conectar los entramados perversos que hicieron posible lo que ellas sufrieron. Yo creo que ahí es donde hay una pedagogía moral. Todo esto tiene que llegar a un momento donde los comparecientes reconozcan ante la opinión y las víctimas que lo que pasó no tiene ninguna justificación. Allá no estamos todavía, pero hay precedentes de perdón, como los de Bojayá, La Chinita y los diputados del Valle.
¿Cómo avanzar en el debate frente a quienes consideran que la JEP y el modelo de justicia restaurativa son muy limitados?
Yo creo que las críticas a la justicia restaurativa parten de desconocer los límites que había en las transacciones entre Gobierno y Farc en el proceso. No entendían que por su estructura identitaria –“somos los revolucionarios”–, las Farc no iban a empezar un proceso para terminar en la cárcel. Eso no hubiera avanzado. También se les olvida que hay una cantidad de agentes de la Fuerza Pública que se han acogido a la JEP y están pagando cárcel. Se cede aquí y se cede allá, ¿para qué? Para convivir sin matarnos. Por otro lado, creo que no entienden que pedir perdón es supremamente difícil.
Y más si se pide perdón por atrocidades indecibles...
Exacto. Yo creo que ahí es donde ellos también se equivocan, porque pedir perdón público después de pensar tanto tiempo que eras el futuro heroico del país –sea del lado de la Fuerza Pública o de las Farc–, y pasar de ser héroe a decir “yo me equivoqué, cometí atrocidades”, no es fácil. Será que ellos nunca han pedido perdón.
Como sociedad, ¿qué debemos exigirle a la JEP?
Tiene que hacer un mayor esfuerzo pedagógico, pero no explicando el diseño institucional y el organigrama. Eso no es lo que me interesa. Lo que me interesa es que la gente vea en las audiencias algo que le debería apasionar para comprenderse a sí mismo y para comprender el país que habita.
Hay muchos espacios que son reservados, ¿deberían ser abiertos?
No, yo entiendo que hay especificidades de lo jurídico que hay que respetar, pero las audiencias que son públicas son enormemente potentes. Miremos esas audiencias, hagamos de esas audiencias un patrimonio público de los colombianos.
¿Lo que usted llama un “archivo vivo”?
Sí, y no solo archivo, sino patrimonio. Tiene que haber apropiación social de lo que pasa en la JEP y en la Comisión de la Verdad.
Que además no habla solo del pasado...
No, también del presente y del futuro. Si logramos comprender la magnitud de lo que nos pasó, logramos una ciudadanía más comprometida con la no repetición. A mí me parece terriblemente pernicioso que entre las víctimas también hay politización entre las víctimas de unos y las víctimas de otros. El ejercicio político en un país en transición no puede romper la empatía entre las víctimas. Como me dijo una mujer víctima de Trujillo alguna vez: oyendo a las víctimas entendí el sentido de condolerse con el otro. No vamos a poder vivir juntos si no nos condolemos con el dolor del otro. Finalmente, las audiencias de la JEP permiten eso.