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Fronteras de los tiburones: la historia desconocida de ataque en San Andrés

Cuatro expertos analizan lo que pudo haber conducido al ataque fatal en la costa de la isla. 

Días después del ataque, el equipo de Coralina junto al bólo Diego Cardeñosa localizaron a uno de los tiburones y lo reubicaron en aguas profundas

Días después del ataque, el equipo de Coralina junto al bólo Diego Cardeñosa localizaron a uno de los tiburones y lo reubicaron en aguas profundas Foto: Equipo de Coralina y Diego Cardeñosa

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Lo segundo que pensó Diego Cardeñosa, después de recibir el llamado de biólogos colombianos que pedían su apoyo, era que estaba metido en una nueva versión de la película Tiburón, ese clásico del cine dirigido por Steven Spielberg en 1975. En la historia de ficción hay un tiburón que ataca a los humanos, como ocurrió hace pocos días en la isla de San Andrés; la gente se llena de miedo y se lanza a capturarlo para cobrar venganza mientras las autoridades tratan de imponer calma, tanto en la película como en este caso real; en ambas terminan por llamar a un científico con el fin de que ayude a resolver la situación.
–En esta historia me llamaron a mí –dice Cardeñosa.
Y entonces lo primero que se le atravesó por la mente fue buscar un vuelo que lo trajera lo más pronto posible a Colombia. Cardeñosa es asociado postdoctoral de la Universidad Internacional de Florida y lidera varios proyectos de conservación de tiburones a nivel global. Sus investigaciones han estado enfocadas en este animal desde hace quince años. Sobre lo que pasó en San Andrés no duda en decir: “Fue un evento raro. Muy raro”.
Sucedió el viernes 18 de marzo a la luz del día. El italiano Antonio Straccialini, un trotamundos que andaba con su morral al hombro, había llegado a la isla dos semanas atrás. Al parecer tenía la ilusión de pasar allí su cumpleaños 56, que celebraría el miércoles próximo. Straccialini –Tonino, como le decían en Roseto degli Abruzzi, su municipio italiano natal– se fue a nadar solo a una zona del costado occidental de la isla que pertenece a las áreas protegidas, en el sector conocido como La Piscinita. Un lugar de borde rocoso y algunos s al mar. Los detalles del accidente no se conocen con precisión. Sí se sabe de los gritos de auxilio que oyeron quienes pasaban por allí y que corrieron a ayudarlo a salir del agua. Una mordedura profunda en la pierna derecha provocada por un tiburón tigre lo llevó a desangrarse y morir por un shock hipovolémico.
Comenzaron las reacciones. La gente, invadida por el miedo y la ira, terminó matando a un tiburón nodriza que nada tenía que ver con el accidente. Los expertos empezaron a tratar de entender qué había pasado.
El italiano Antonio Straccialini llevaba varios años recorriendo rincones del planeta. Sus amigos en su ciudad natal lo recuerdan como “un hombre de retos y un amante del mundo”.

El italiano Antonio Straccialini llevaba varios años recorriendo rincones del planeta. Sus amigos en su ciudad natal lo recuerdan como “un hombre de retos y un amante del mundo”. Foto:Archivo particular

Se habían tenido registros recientes de varios avistamientos de tiburones. Punta blanca, martillos, tigres. “Hace más de un año que venimos reportando a los primeros, pero en zonas con más de cuarenta metros de profundidad. Los martillos son muy ocasionales, y de los tigres no había reportes cercanos a la isla, aunque sí en expediciones científicas y en la actividad de los pescadores, en áreas muy retiradas y no turísticas”, dice el biólogo e instructor de buceo Leonardo Salinas, que conoce y frecuenta las aguas de estas islas desde hace varias décadas.
 Lo inusual es que un animal de hábitos nocturnos, que vive en lo profundo y caza de noche, como es el caso del tiburón tigre, merodee de día tan pegado a la costa
Que se vieran tiburones no tiene por qué extrañar, agrega Salinas, y en eso coincide el biólogo Nacor Bolaños, coordinador de áreas protegidas de Coralina, la corporación dedicada al desarrollo sostenible de San Andrés.
“Los tiburones han convivido con nosotros en el archipiélago. Tenemos registradas veintisiete especies; es normal que algunas se vean –dice Bolaños–. Lo inusual es que un animal de hábitos nocturnos, que vive en lo profundo y caza de noche, como es el caso del tiburón tigre, merodee de día tan pegado a la costa. En este caso, lo que nos dice la literatura científica es una cosa y lo que pasó fue otra”. Por supuesto, todo sucedió en una zona de la isla en la que se pasa pronto de cinco o diez metros de profundidad a cincuenta o cien. Las aguas profundas están muy cerca. Pero esto no cambia lo extraordinario del comportamiento del animal.
Y más por el hecho de haber permanecido en el mismo lugar. Los residentes cuentan que lo habían visto desde días atrás, cazando una tortuga marina. Incluso hay versiones respecto a que alcanzaron a advertirle al nadador sobre el riesgo de entrar en el agua. “Esto es lo más extraño de todo: que los tiburones hayan estado tan cerca por varios días y ahí, en el mismo sitio –dice Cardeñosa–. Es indicativo de que algo les estaba llamando la atención”.
La pregunta que se hacen los expertos es la misma: ¿qué hizo que el tiburón se quedara? ¿Qué está provocando su presencia en estos territorios?

¿Mal manejo de desperdicios pesqueros?

¿Un cambio abrupto en el hábitat? No. “Si se tratara de variaciones en el ecosistema, los nuevos comportamientos se verían en más especies, no solo en este par de tiburones que estaban en la costa”. ¿El macho protegiendo a la hembra? No. “Eso no sucede en esta especie. Los tiburones son animales solitarios que no tienen estos patrones”. ¿Tal vez interesados en la carne humana? No. “El ser humano no forma parte de su dieta, no les gusta su carne. Lo que pasó en este caso se conoce como mordedura exploratoria: el tiburón muerde –por confusión o por curiosidad– y suelta. El problema es que, al ser un animal de tal envergadura, su mordida causa daños grandes”. Entonces, ¿podría estar presentándose un mal manejo de desperdicios pesqueros que los esté atrayendo? A esta opción los expertos le dan un sí.
En enero pasado, al biólogo Cardeñosa le llegó un video de parte de colegas del archipiélago. En él se veía a un tiburón tigre en esa zona rocosa y alcanzaban a verse también algunos pescadores cercanos manipulando el producto de su pesca. “Al tiburón se le notaba muy interesado, como si hubiera algo ahí, entre las rocas, que le llamara la atención. Es posible que se tratara de restos de peces”, dice Cardeñosa, que llegó a la isla cuatro días después del ataque con el objetivo de apoyar el trabajo de localización y reubicación de estos tiburones, y la puesta de una marca satelital que permita hacerles seguimiento.
Durante estos días, el biólogo ya ha visto varias lanchas de pescadores que pasan limpiando su pescado y tirando los residuos al mar. Algo que puede atraer a otros animales, no solo tiburones. Por ejemplo a las rayas, uno de los alimentos preferidos de los tigre que, en consecuencia, podrían llegar detrás de ellas.
El equipo en la acciòn de localización y marca del animal ubicado, una hembra tigre de 3.6 m.

El equipo en la acciòn de localización y marca del animal ubicado, una hembra tigre de 3.6 m. Foto:Equipo de Coralina y Diego Cardeñosa

Esa parece ser la explicación más viable para este caso, según los expertos. “Sería la razón principal por la cual los animales estaban ahí. El aroma que emiten esos desperdicios lo atrae”, dice el biólogo Andrés Navia, doctor en Ciencias Marinas que lleva dieciocho años dedicado a la investigación de tiburones. “Que el agua estuviera cebada por algún tipo de fuente o hubieran botado restos de peces a aguas no profundas –coincide Cardeñosa–. De otra forma no es probable que dos tiburones tigre se mantuvieran en una misma área, pequeña además, por tanto tiempo”.
Y es que antes y después del ataque permanecieron en el sitio: cuando el equipo de profesionales salió a buscarlos para su reubicación y su seña satelital, los encontraron en cuestión de minutos. La recomendación que hacen a este respecto, para que el riesgo baje, es que si se van a eviscerar los peces en el trayecto de vuelta, los desperdicios se dejen en aguas profundas.
Ahora, algo también es cierto: el lugar de los tiburones es el agua. Y en el agua estaban. Desde el primer metro hasta mar abierto: ese es el territorio del tiburón tigre. “Es el depredador tope de la zona. Se alimenta de tortugas, aves, peces, incluso de delfines. Por lo general caza al atardecer y en la noche. Pero si tiene la posibilidad de capturar una presa de día, lo va a hacer”.

Suma de factores

Fascinación y miedo. Entre estas dos emociones solemos movernos los seres humanos cuando de tiburones se trata. Si bien es cierto que este accidente causó alarma, es un caso aislado que no tiene por qué repetirse necesariamente. “En el mundo se registran al año entre cinco y siete accidentes fatales con tiburones, y nada nos dice que estén aumentando. En ese mismo lapso entran millones de personas a San Andrés. La probabilidad de que pase algo en las aguas es muy baja”, dice Cardeñosa. Salinas y Bolaños, por su parte, acuden a la misma frase en este punto: la estadística señala que es más fácil ganarse la lotería dos veces que tener una interacción negativa con un tiburón.
Lo que pasó esta vez tuvo una suma de factores que condujeron al desenlace fatal. Ese viernes, Straccialini nadaba solo. “Sin aletas, sin careta. Seguramente no vio el animal, o lo vio tarde. Seguramente el tiburón llevaba varios minutos en el área. Nos cuentan que le habían avisado, pero no lo sabemos con precisión. Reconstruimos la historia con lo que la gente ha narrado”, dice Bolaños. Destaca estos detalles porque, tanto para él como para los otros expertos, es importante saber cómo actuar ante la presencia cercana de un animal como estos. “La actitud del nadador, o de la persona que está en el agua, puede disuadir al tiburón de acercarse más”.
“Cuando nado en aguas de más de cinco metros de profundidad, siempre llevo careta, siempre llevo aletas y snorkel. Porque normalmente los tiburones son cazadores por emboscada, por sorpresa, y en mi experiencia, solo con hacer o visual con ellos, se reduce mucho la probabilidad de que su curiosidad aumente –explica Cardeñosa–. Al sentirse observado, pierde el interés rápido y se va”.
Ese viernes, Antonio Straccialini nadaba solo. “Sin aletas, sin careta. Seguramente no vio el animal, o lo vio tarde
El biólogo Navia da una explicación en términos físicos: “Cuando nadamos con aletas, el movimiento que hacemos es más cadencioso y generamos unas longitudes de onda que se convierten en sonido para los tiburones. Son longitudes de onda larga, por llamarlas así, que es el sonido típico que emite cualquier pez. Entonces ellos no se ven atraídos. En cambio, cuando nadamos sin aletas, el movimiento de las piernas y manos es mucho más rápido, y ahí la longitud de onda se vuelve más corta y más frecuente, lo que el tiburón asocia con peces enfermos o como señal de debilidad. Entiende que es una presa fácil y se acerca a explorar. De hecho, interacciones negativas con buzos casi no hay, lo habitual es con nadadores”.  
También es importante estar acompañado. Un grupo puede comportarse como manada y esto hace más difícil que el animal se acerque. “En estos tiburones, sobre todo el de punta blanca y el tigre, la forma de identificar la comida es mordiendo. Pero si ven que no es fácil hacerlo o sienten que corren peligro, se alejan”, dice Salinas.
Antonio Straccialini era un hombre de aventura. Llevaba más de veinte años fuera de su tierra y recorriendo por su cuenta los rincones más alejados del planeta. “Era un ciudadano del mundo, no un turista”, dice su amiga Franca Cornice, desde Roseto degli Abruzzi. En su juventud había sido instructor de natación y desde entonces era conocido por su tozudez a la hora de asumir desafíos. Cuando tenía 26 años, sus amigos lo retaron a una caminata de veinticuatro horas sin parar y él aceptó. Hoy todavía lo recuerdan: caminando sin tregua y muchos siguiéndolo por turnos en bicicleta para comprobar que no se detuviera. “Le gustaban las competencias en todas sus formas”, dicen sus amigos, entrevistados por medios italianos que han cubierto lo sucedido en las aguas del archipiélago.
En octubre pasado, Straccialini había vuelto de visita a su tierra. Su amigo Marco Verrigni cuenta que la última vez que lo vio le dijo que tenía como meta darle la vuelta al mundo. Le faltaba poco. “El destino no lo dejó completar su tarea”, escribió Verrigni como despedida.
MARÌA PAULINA ORTIZ
Editora de Lecturas 

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