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Elisa Guerra: los caminos hacia una nueva educación
La educadora mexicana se ha dedicado a analizar las rutas posibles para las escuelas del futuro.
En 2015, Elisa Guerra fue elegida la mejor educadora de América Latina y el Caribe. Foto: Daniel Mordzinski
Ella dice que fue un accidente, algo que no estaba en sus planes. Hasta ese momento, su vocación eran las letras y no pensaba convertirse en maestra. Pero entonces nacieron sus hijos y –amante de la lectura como había sido siempre– quiso enseñarles a leer en casa desde muy temprana edad.
Luego llegó el peregrinaje en busca de un buen colegio. “En todos sentía que lo que se enseñaba era muy pobre –recuerda Elisa Guerra–. Solemos pasar por los sistemas educativos sin cuestionarlos. Pero cuando los ves desde una mirada de mamá, te das cuenta de sus carencias”.
Escuelas públicas o privadas. Nada la convencía. Al final lo decidió: si quería una educación distinta para sus hijos, iba a tener que fundar la escuela que estaba en su mente. Y así lo hizo. De esa manera su camino se orientó hacia la docencia. Esto sucedió en 1999. De entonces a hoy, Elisa Guerra –nacida en Aguascalientes, México– ha logrado ser licenciada en Educación Preescolar, con una maestría en Educación del Tecnológico de Monterrey y otra más de Harvard. Sin contar que en el 2015 fue elegida como la ‘Mejor educadora de América Latina y el Caribe’ por el Banco Interamericano de Desarrollo, y que ha sido dos veces finalista del Global Teacher Prize, que para muchos es el ‘Nobel de la Educación’. Autora de varios libros y conferencista internacional, Guerra participó en el pasado Hay Festival de Cartagena.
Usted formó parte del equipo de expertos que elaboró para la Unesco el reporte global Reimaginar nuestros futuros juntos: un nuevo contrato social para la educación. De todo lo que analizó, ¿qué la dejó con mayor inquietud respecto al panorama actual de este tema?
Estamos en una crisis de aprendizaje que la Unesco reconoció en el 2014 y que en el 2018 el Banco Mundial llamó “pobreza de aprendizaje”. Nos dijeron: en Latinoamérica, el 53 por ciento de los niños de 10 años no pueden comprender un texto simple. ¡A los 10 años! Y ahora, después de la pandemia, creemos que la cifra está rondando el 70 por ciento. Es decir, 7 de cada 10 niños no logran hacerlo.
¿Por qué pasa esto?
Pienso –y esto no lo dice el reporte de la Unesco, lo digo yo– que nuestros sistemas educativos han sido relativamente exitosos en enseñar a leer y escribir, en descifrar el código, pero no han tenido éxito en crear lectores. Y en eso tiene mucho que ver el cuándo y el cómo enseñamos a leer a nuestros niños.
Una de sus principales banderas es enseñar a leer mucho antes de lo que se acostumbra. De hecho, en las escuelas que ha fundado, ese es uno de los objetivos…
Enseñar a leer tarde es desperdiciar años preciosos de plasticidad cerebral
Exacto. Nunca es demasiado pronto para ganar lectores. Pero esta idea de enseñar a leer más temprano pone a la gente muy nerviosa. Porque lo primero que se nos viene a la mente es cómo aprendimos nosotros a leer. No sé tú, pero yo me acuerdo de las planas, de la letra por letra, de la mano que me dolía, a veces de la frustración. Yo no planteo solo cambiar el cuándo, sino el cómo. Fragmentar el lenguaje no es la manera de hacerlo, porque lo privas de significado y lo conviertes en una abstracción que es tediosa para el niño. ¿Qué es una ‘a’? ¿Cómo se come? ¿A qué huele? Nada: una ‘a’ es una ‘a’, se escribe así y suena así. En cambio, ¿qué es una mamá, o una manzana, o una abeja? Estas son ideas que tienen significados muy fuertes para los niños. Mi propuesta es enseñar a leer desde muy chiquititos con palabras completas. De manera explícita, pero con sesiones muy breves. Tanto que el niño ni se da cuenta de que está aprendiendo a leer. Con la enorme ventaja de que al mismo tiempo estamos mejorando su vocabulario oral. Hoy las investigaciones nos demuestran que cuando un niño llega a una escuela primaria con un fuerte vocabulario oral, de entrada su vida académica va a ser mucho más satisfactoria. Enseñar a leer tarde es desperdiciar años preciosos de plasticidad cerebral.
Se refería en una respuesta anterior a la pandemia. ¿Qué otros efectos considera que ha dejado este periodo, que sin duda marcó el sistema educativo?
Los chicos a los que les fue bien, los que lograron organizarse y tener a la tecnología –que fueron los menos–, evidenciaron uno de los principales problemas, que ya teníamos pero hacia el cual la pandemia mandó un reflector: no pudieron tomar las riendas de su propio aprendizaje. Los chicos no sabían autogestionarse. Si no estaba la maestra sobre su hombro, al lado, en el salón de clases, muchos niños se perdían. No sabían qué hacer para concentrarse ni manejar sus distracciones. Y claro, no era culpa de ellos. Esto es herencia de años y años y años de un modelo escolar que quiere homogeneizar a los niños, que busca que todos vayan en la misma página, el mismo día, con la misma letra. Y el niño promedio no existe. Lo hemos inventado para facilitarnos la tarea escolar. Además de esto, nos dimos cuenta de que –para el tiempo que estamos viviendo y mucho más para lo que viene– necesitamos ser aprendientes de por vida. El aprendizaje no termina cuando recibo mi título de educación media, o universitario, o técnico, lo que sea. Es indispensable convertirnos en gestores de nuestro propio aprendizaje.
Elisa Guerra ha sido dos veces finalista del prestigioso Global Teacher Prize. Foto:Daniel Mordzinski
¿Es clave, entonces, buscar que el estudiante sea más activo y tenga mayor vínculo con su proceso educativo?
Por supuesto, y eso no lo propongo solo yo. Buena parte del reporte de la Unesco está precisamente orientada a que los muchachos, los aprendientes, tengan voz en su propio proceso de aprendizaje. Hasta ahora, en los modelos tradicionales, somos nosotros –los adultos– los que tomamos todas las decisiones. Qué van a aprender, en qué momento lo van a aprender, cuánto tiempo van a dedicar a cada unidad. Incluso evaluamos si aprendieron o no. Todo lo decidimos los adultos. A ellos les damos muy poco control. Ya teníamos una crisis global de aprendizaje antes de la pandemia y lo que hoy vemos son estrategias gubernamentales que no pasan de aumentar las horas de clase y quitar vacaciones para recuperar tiempo perdido. Dime: ¿más de lo mismo que no funcionaba antes va a funcionar ahora?
El reporte de la Unesco también propone nuevos temas de aprendizaje. ¿Cuáles, para usted, son fundamentales?
Hay muchas temáticas que no estaban presentes en los currículos anteriores. Ciudadanía global es un tema fuertísimo. Es el nuevo paradigma educativo. Además es muy amplio. Porque no es solo que conozcas los países del mundo y que quieras cuidar los arbolitos. Por supuesto que eso hace parte, pero no es todo. Ciudadanía global implica que estés informado de lo que pasa en tu país y en tu comunidad y también en el mundo. Y cómo esos eventos se interrelacionan y qué puedes hacer tú desde tu trinchera. En Ciudadanía global hay un componente de conocimientos y habilidades, pero también de activismo. Es reconocer las diferencias, que hay niños de otra religión, de otro género, que comen distinto, que rezan distinto o que no rezan, que tienen familias diferentes. Abrazar la diversidad es parte de un ciudadano global. No vemos esto como materia adicional, sino como un paraguas que lo engloba todo.
Es interesante que en las propuestas temáticas también incluyen el desarrollo espiritual, emocional…
Tú no puedes llegar a la mente de un niño si no es a través de su corazón. Si no pasas por ahí, ya perdiste
Nos hemos dado cuenta de que es importantísimo. Tú no puedes llegar a la mente de un niño si no es a través de su corazón. Si no pasas por ahí, ya perdiste. Y las escuelas, durante mucho tiempo, se han enfocado en formar mentes. Creemos que es lo único que nos toca: del cuello para arriba. No solo estamos dejando aparte el bienestar emocional, sino el físico. En el reporte nos referimos a ese modelo que espera que el estudiante esté sentado absorbiendo grandes cantidades de información y, mientras más calladito, piensas que el maestro que tiene es mejor. “Mire nada más qué niños tan silenciosos, con la letra parejita. ¡Eres la maestra estrella!”. Pero por dentro esos niños... vaya uno a saber. Otro problema: definir el conocimiento como esa masa de capital intelectual que hemos acumulado con el tiempo. No es cierto: el conocimiento está en continua construcción. Más que consumidores de contenidos, tenemos que favorecer que nuestros chicos sean creadores.
¿Usted piensa que la vocación de docente está viva en estos tiempos? Porque para todos estos retos, eso es importante.
Las maestras con las que suelo convivir no son conformistas, traen un gusanito por dentro, un deseo de mejorar el mundo. Las que se inscriben en mis cursos o van a mis encuentros, en su gran mayoría, lo hacen por iniciativa propia. Pero más allá de esto, sé que por lo menos en México la vocación desde hace mucho tiempo está muy deteriorada. A raíz de la pandemia se abrió una ventanita para su revalorización –la gente notó la importancia del maestro–, pero veo que ahora esa ventana se está volviendo a cerrar. Otra vez volvemosa hacernos esclavos de los sistemas y tenemos un apoyo cada vez menor de la sociedad. No soy pesimista a nivel del salón de clases, pero sí de ministerios. La respuesta a la educación no está en los escritorios burocráticos, está en el escritorio del docente y en el pupitre del estudiante. En los encuentros pedagógicos de todos los días.
Este pesimismo puede aparecer también si se tiene en cuenta la enorme desigualdad que existe en el a la educación, sobre todo en países como los latinoamericanos...
Es desgarrador. Creo que todos los niños deberían tener como derecho de nacimiento la oportunidad de estar seguros, de ser felices y de ser brillantes. Perdón por la jerarquía, pero en ese orden. Estar seguros significa garantía alimentaria, que no sean víctimas de la violencia, que reciban amor de sus cuidadores, que tengan a un médico cuando se enfermen, que a su casa no se le caiga el techo ni a ellos les vaya a llegar una bala perdida. Eso es lo primero, antes que pensar en enseñarles a leer a los 3 años. Ser felices –lo segundo– implica el fortalecimiento de esas mismas relaciones de seguridad con los cuidadores, crecer en un ambiente positivo, con buenas experiencias, buenas relaciones con sus pares, que se puedan atender cuando están en situaciones de estrés. Y lo tercero, ser brillantes, se abre cuando ya tienes bien encaminadas las dos primeras. Los más recientes descubrimientos de la neurociencia nos han mostrado el poder cerebral de los bebés. Ese es el momento de llenarlos de experiencias, de música, arte, matemáticas, lenguajes. Todos los niños tienen la semilla de la genialidad. Cómo se exprese esa semilla va a depender de muchas cosas. Pero el potencial está ahí.