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¿Qué podría escribir Gabriel García Márquez luego de 'Cien años de soledad'?

El otoño del patriarca, en 1975, confirmó que García Márquez era lenguaje puro, vivo y exacto.

En El otoño del patriarca, García Márquez se centró en otro de sus temas constantes: el poder.

En El otoño del patriarca, García Márquez se centró en otro de sus temas constantes: el poder. Foto: Archivo particular

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El otoño del patriarca fue una novela que causó desconcierto y provocó conjeturas desde antes de ser escrita. Frente a la pregunta ¿qué podría escribir Gabriel García Márquez luego de la publicación de Cien años de soledad, una novela que lo entronizó como uno de los grandes, qué podría inventarse, entonces, para superar semejante éxito, para no decepcionar y no darles gusto a sus contradictores que, como todo escritor, él también tenía?
La respuesta, en parte, estaba entre lo que se ha dicho de García Márquez y su obra, que falta ver si todo es cierto, pero se rumoreaba que él había manifestado que, a partir de Cien años de soledad, sentía la libertad de escribir como le diera la gana. Y lo que apareció en 1975 fue una novela caprichosa, exigente y desconcertante.
Digo ‘sin aire’ porque la prosa desbocada empataba palabras, frases, ideas e imágenes sin más pausas que las comas y uno que otro punto distante
Esto solo para mencionar el impacto que producían sus primeras páginas. El libro parecía requerir de un lector experimentado y paciente, también dispuesto a sorprenderse con los elementos narrativos de los que echó mano García Márquez para escribir, lo que se dice que él dijo, un poema, una fábula sobre la soledad del poder. Aunque el tema rozaba las inquietudes permanentes de García Márquez, y que ya había plasmado en obras anteriores, el estilo narrativo de El otoño del patriarca superó cualquier expectativa y dejó boquiabiertos, y sin aire, a sus lectores.
Digo ‘sin aire’ porque la prosa desbocada empataba palabras, frases, ideas e imágenes sin más pausas que las comas y uno que otro punto distante. La potencia del texto impulsaba de lleno al lector, sin darle tregua para respirar. La novela confirmó de entrada que García Márquez era lenguaje puro, vivo y exacto. Si antes García Márquez había evidenciado su gusto por manejar el tiempo de una manera más bien ‘rulfiana’, El otoño del patriarca fue la patada definitiva al tablero del tiempo.
La confirmación, que más podría ser una revelación mágica, aparecía al final del primer capítulo, cuando aquel general descreído abrió una ventana “y vio el acorazado de siempre que los infantes de marina habían abandonado en el muelle, y más allá del acorazado, fondeadas en el mar tenebroso, vio las tres carabelas”.
Esta ruptura en el tiempo obedece también a un tema que es infinito, que ha sido una constante en las temáticas de la literatura universal y casi una obsesión en la obra de García Márquez: el poder, con todos sus matices.
Ya en Latinoamérica este asunto se había vuelto obligatorio en la literatura desde el siglo XIX. Dos ejemplos para mostrar serían Facundo, o Civilización y Barbarie en las pampas argentinas, un libro donde su autor, Faustino Domingo Sarmiento, narra la vida del caudillo Juan Facundo Quiroga, y El matadero, un cuento de Esteban Echeverría que presenta los excesos del sucesor de Quiroga, el ‘restaurador’ Juan Manuel Rosas. Más recientemente, y casi coincidiendo con la publicación de El otoño del patriarca, el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos publicó en 1974 su novela Yo el supremo, para confirmar el interés de la literatura latinoamericana por la figura de los caudillos dictadores.
La edición de la novela en el sello Seix Barral. 1975.

La edición de la novela en el sello Seix Barral. 1975. Foto:Archivo particular

Pero más allá del protagonismo que tiene esta figura en El otoño del patriarca, en esta novela también está materializada otra de las fascinaciones temáticas de García Márquez, y es cómo el poder sucumbe, se diluye, se traiciona a sí mismo frente a la presencia del amor. De su imaginación surgen tres memorables personajes femeninos: Bendición Alvarado, la madre, canonizada y nombrada Patrona de la Nación; Leticia Nazareno, una novicia que termina convertida en la esposa del caudillo, y Manuela Sánchez, la obsesión del patriarca y también su perdición.
No hay poder que aguante la carga sexual y fantasiosa de un amorío, por más que traten siempre de encubrirlo a través de artimañas políticas, porque para eso también ha servido el poder. Es un tema infinito, insisto, y El otoño del patriarca lo confirma como una novela que también podría ser visionaria, si miramos a los protagonistas actuales y reales, cortados con la misma tijera que usó García Márquez para su personaje; digamos, entre otros, Ortega, Maduro, Putin, Díaz-Canel, tiranos que encubren su autoritarismo y caudillismo con democracias engañosas.

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JORGE FRANCO

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