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'Huesos de sol': el caos controlado de la memoria
Reseña de la tercera novela del escritor irlandés Mike McCormack.
La obral del irlandés Mike McCormack se mueven entre
la novela y el cuento. Foto: Cortesía de Sexto Piso
El efecto proustiano de la magdalena mojada en el té que desencadena una oleada de recuerdos pasó de ser la invención mítica de un talento único (Proust) a un recurso literario más como el flashback o el monólogo interior: ya hace parte del cajón de sastre del escritor.
En Huesos de sol (Sexto Piso, 2021), la tercera novela del escritor irlandés Mike McCormack, el recurso proustiano se reelabora a partir de un detonante más social y religioso: el tañido de las campanas de la iglesia, las campanas del mediodía de un 2 noviembre, Día de los Fieles Difuntos, las campanas que tocan el Ángelus mientras Marcus Conway, ingeniero de mediana edad, padre de Agnes y Darreg, esposo de Mildred, está sentado en su cocina, con un sándwich y un vaso de leche mientras lee el periodico, cuando las campanas: “(...) desde aquí oigo las campanas/que resuenan en la luz gris de esta/ mañana, tarde o noche”, desencadenan en su mente una ola de recuerdos, uno tras otro, como una urgencia, en medio de la tranquilidad el día festivo.
Huesos de sol. Mike McCormack. Sexto Piso. 240 páginas.
$ 96.000 Foto:Archivo particular
La singularidad de la propuesta de McCormack radica en que estos recuerdos van ordenados y tienen una sistematicidad y una tesitura propia –por lo que sería un error asociarlos al caos práctico del flujo de conciencia, que sería el primer tropo literario que se le vendría a uno a la cabeza al pensar en la técnica de Huesos de sol, sino más bien la ingeniería perfecta de una mente que divaga sabiéndose ya el camino–. Quizá en algunos momentos Conway, el narrador personaje, parezca libre y anárquico en sus asociaciones y evocaciones varias, pero a medida que vamos acompañándolo en esa maratón de la memoria y toda su avalancha de hechos, anécdotas familiares, emociones intempestivas, disquisiciones económicas, percepciones a medias, conclusiones puestas en entredicho, recuentos abruptos, inicios que parecen dos inicios, aun así, después de todo esto, una sensación como de brújula o de ruedas auxiliares, como de todo muy bien preparado, no deja de hacernos sombra, y esto no sería extraño si no contradijera la premisa y la intención vanguardista de la novela.
Las páginas de la narración están hiladas por una única frase. Todo ese torrente de recuerdos se engarzan unos a otros sin tregua hasta el final
Esta intención de la que hablo se manifiesta con precisión a través del principal recurso técnico de Huesos de sol (McCormack no solo prueba con la epifanía proustiana, sino que se divierte compitiendo en otro evento de la olimpiada de la técnica literaria): la novela de una única frase –con medallistas ilustres como Juan Benet y Lucy Ellmann–. Todas las 240 páginas de la narración están hiladas por una única frase, no hay punto seguido ni aparte: todo ese torrente de recuerdos se engarzan unos a otros sin tregua hasta el final, a través de conectores audaces y una versificación de los párrafos original y nada arbitraria, lo que le da a la narración un ritmo agitado, entretenido, de novela, digamos, de suspenso social, con cierto realismo intensificado por momentos claves, como sucede en una de las escenas más citadas de la novela: Marcus asiste a la primera exposición en solitario de su hija Agnes y se da cuenta de que el material del que están hechas las pinturas no es óleo sino sangre. Esta imagen genera una tensión (una discusión interior y en voz baja consigo mismo) entre sus emociones, sus miedos más primitivos y ese fantasma malintencionado que solemos llamar incertidumbre. Es de ese material –esa tensión– del que está hecha la novela.