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El magnicidio de Álvaro Gómez: '¿a quién beneficiaba este crimen?'
Ingrid Betancourt y Juan Manuel Santos hablan del tema en Una conversación pendiente . Fragmento.
El libro de Betancourt y Santos estará en las librerías a partir del primero de septiembre. Foto: Alejandra Quintero
Juan Carlos Torres: El asesinato de Álvaro Gómez, quien estaba retirado de la política activa aunque no del periodismo ni de la opinión, y era uno de los más incisivos críticos de Samper, sigue sin resolverse. Por mucho tiempo se barajaron dos hipótesis: una que hablaba de un crimen de Estado, auspiciado desde el poder por el mismo Samper y su ministro Serpa, con la complicidad y autoría material del cartel de Cali, teoría que sostiene la familia Gómez, y otra que hablaba de un complot militar para dar un golpe de Estado a Samper del cual quisieron hacer partícipe a Álvaro Gómez, quien no estuvo de acuerdo con esta salida de fuerza y habría pagado con su vida, asesinado por los mismos complotados.
Fue un acto de una gran bajeza y cobardía, y la expresión de todo lo horrible que en ese momento se estaba cocinando en Colombia
En octubre de 2020 surgió una tercera hipótesis, nacida de la confesión de dirigentes de las antiguas Farc, quienes han dicho que el asesinato de Gómez fue decidido y ejecutado por esta guerrilla como una retaliación tardía por haber instigado, con sus discursos como senador, el ataque militar sobre Marquetalia en 1964, que se convirtió en el hecho fundador de las Farc. Quisiera, antes que nada, conocer la opinión de ustedes sobre las dos hipótesis que por más tiempo primaron sobre este crimen, y luego, su opinión actualizada tras la confesión de las Farc.
Ingrid Betancourt: El asesinato de Álvaro Gómez me llenó de estupor y de cólera, porque sentí que habían apuñalado –de nuevo– a Colombia por la espalda. Fue un acto de una gran bajeza y cobardía, y la expresión de todo lo horrible que en ese momento se estaba cocinando en Colombia. Mi sensación, en medio de tantos otros crímenes que habían rodeado la investigación de Samper, era que se había roto el dique y que habían salido todas las aguas negras a inundar a Colombia. Ya no se atacaba solo a los testigos o a los narcotraficantes. Habían asesinado a un hombre libre por exigirle dignidad al Poder Ejecutivo. Para mí era claro que acabábamos de franquear la frontera entre democracia y dictadura. La nuestra era la dictadura del crimen organizado aliado con la política y la corrupción. El asesinato de Álvaro Gómez sirvió para quebrantar la conciencia nacional. A partir de ahí, el país entró en una especie de amoralidad esquizofrénica, en la que, para salvar a Samper, todo era válido.
Ahora, ¿qué pensar de las versiones sobre su asesinato? Sigo creyendo –aun con la reciente confesión de las Farc– que se trató de un crimen de Estado. Obviamente, no tengo ninguna prueba, pero la pregunta que me hago es muy sencilla: ¿a quién beneficiaba este crimen? El único que le tenía miedo a Álvaro Gómez era Samper –y cuando digo Samper, hablo también de sus aliados, de las fuerzas para quienes mantener a Samper en la presidencia era un asunto vital–. Álvaro era su crítico acérrimo en la prensa, pero además tenía gran credibilidad dentro de las Fuerzas Militares y era amigo del embajador estadounidense. Su fuerza moral lo convirtió en un peligro para Samper.
El único que le tenía miedo a Álvaro Gómez era Samper –y cuando digo Samper, hablo también de sus aliados
No le encuentro ninguna lógica a la teoría de los complotistas. Si Álvaro Gómez se hubiera rehusado a participar en un golpe de Estado, lo cual lo concibo perfectamente, tenía suficiente sagacidad y experiencia para no amenazar con denunciar a los que le hubiesen confiado sus planes. Él era un hombre acostumbrado a los secretos, leal a sus principios, y no tenía por qué delatar a nadie. Pero más allá de eso, ¿qué interés podían tener unos supuestos complotistas en echarse semejante muerto encima antes de dar un golpe de Estado? ¡Y un golpe que a la postre nunca se dio! Definitivamente, no le veo la racionalidad a esta hipótesis, salvo la de servir de cortina de humo para los asesinos reales. Recordemos que esa fue la primera teoría del Gobierno, al día siguiente de su asesinato.
A mí me pareció por muchos años –y esto es puramente especulativo– que el crimen pudo ser obra del cartel de Cali, que le estaba haciendo el mandado a Samper. Aunque puedo estar equivocada.
Juan Manuel Santos: Yo pienso lo opuesto. Estoy convencido –siempre lo estuve– de que Samper no fue ni la cabeza ni mucho menos responsable de la muerte de Álvaro Gómez. Tampoco Horacio Serpa, un hombre de ideas y lealtades firmes pero demócrata y amante de la paz como pocos. Yo creía más en la tesis de una conspiración narcoparamilitar, con esa mano negra de la que hablaba Hernán Echavarría. No comparto la opinión de Ingrid sobre este tema y creo, usando la misma pregunta de “quién se beneficia”, que en la muerte de Álvaro, así este criticara en sus editoriales al presidente y dijera reiteradamente que había que “tumbar al régimen”, no había un beneficio directo para Samper o para Serpa. Lo mismo pensaba el embajador Myles Frechette, que no era propiamente el mejor amigo de Samper.
Portada del libro 'Una conversación pendiente', editado por Planeta. Foto:Archivo particular
Ingrid Betancourt: Obviamente, todas estas son conjeturas. La verdad se sabrá cuando ya no tenga ninguna incidencia política, como sucedió con el asesinato de Luis Carlos Galán. Sin embargo, desde un punto de vista histórico, cuando pienso en el efecto que tuvo el asesinato de Álvaro Gómez en el momento en que ocurrió, es claro que su muerte sí benefició al Gobierno de Samper. Primero, porque amedrentó a la oposición y la puso en jaque; segundo, porque acabó con todo el clamor que había en el país para que Samper renunciara. A partir de ahí, fue como si una chapa de plomo hubiera caído sobre Colombia, y los que quedaban en la oposición comenzaron a pensar: “Nos tenemos que cuidar porque nos van a matar”. Ese comentario se lo escuché a mucha gente, personas como el representante Pablo Victoria o Fernando Londoño, que era el abogado de Fernando Botero. El mensaje era claro. En ese sentido, pienso que Samper sí se benefició y que eso le permitió terminar su mandato. La hipótesis del narcoparamilitarismo de Juan Manuel también es válida, y no contradice la mía; las ramificaciones del crimen son múltiples, y no descarto que los paramilitares estuvieran involucrados porque existían vasos comunicantes estrechos entre el cartel de Cali y Carlos Castaño. Hacían operaciones coordinadas y se cruzaban favores.
Juan Carlos Torres: Ahora dirigentes de las antiguas Farc, como Carlos Alberto Lozada y Rodrigo Londoño, han confesado públicamente y ante la Comisión de la Verdad que fue esta guerrilla la que mató a Álvaro Gómez –y no solo a él, sino también a otras personalidades–. Esto, que parece un aporte inmenso a la verdad, ha sido recibido como un avance por unos, con escepticismo por algunos, y como una mentira por otros, en particular la misma familia Gómez. ¿Ustedes qué piensan de esta confesión? ¿Cambia la idea que tenían sobre la posible autoría de este magnicidio?
Para mí la autoría de ese magnicidio quedó finalmente resuelta, y es un gran aporte a la verdad: fueron las Farc
Juan Manuel Santos: Confieso que me tomó por sorpresa ese anuncio a pesar de que un par de días antes había estado reunido con la cúpula de las antiguas Farc en la casa del exministro Juan Fernando Cristo, donde precisamente les había dicho que era crucial para la paz que dijeran toda la verdad y nada más que la verdad. Hablamos de muchos temas y hubo momentos en que se dijeron cosas duras, pero sobre este asunto no musitaron palabra. Seguí después muy de cerca todo lo que confesaron, con ojo crítico y escéptico, y hoy creo firmemente que están diciendo la verdad. Tiene toda la lógica desde su perspectiva revolucionaria que un viejo zorro como Manuel Marulanda hubiera decidido guardarse ese secreto al ver cómo el establecimiento al que combatían se daba cuchillo sin misericordia –y se sigue dando– alrededor del tema, echándose culpas unos a otros. Si su enemigo se está haciendo daño o se está suicidando, déjelo. Yo creo que esa fue la razón del prolongado silencio.
Hay una pregunta demoledora: ¿por qué diablos las Farc se van a atribuir semejante magnicidio sin haberlo cometido? ¿Qué ganan con eso? Entiendo la gran frustración de la familia Gómez porque se les derrumbó la estantería que llevaban tantos años construyendo, por desgracia para ellos, sobre un sofisma. Hay que respetarles su dolor, como a todas las víctimas, pero para mí la autoría de ese magnicidio quedó finalmente resuelta, y es un gran aporte a la verdad: fueron las Farc.
Ingrid Betancourt: A mí, por el contrario, no me parece creíble esta versión. El móvil no es claro, el modus operandi de la supuesta operación tampoco. Si las Farc hubieran matado a Álvaro Gómez, hubieran reivindicado el asesinato al segundo, porque ellos operaban así, haciendo públicas sus victorias militares. Recuerdo que fue una de las hipótesis que se discutió en su momento y que quedó descartada. Tampoco creo que las Farc se metieran en lo que era para ellos una pelea entre oligarcas, solo por confundir al establecimiento. Esas no son las Farc. Marulanda era un hombre astuto, pero no solapado. La ventaja, desafortunada para la justicia, de que las Farc confiesen un crimen de otros ante la JEP es que nadie –ni ellos, ni los verdaderos culpables– iría a la cárcel por ello. Lo que esto sí demuestra es que el tema del asesinato de Álvaro Gómez es todavía un asunto muy sensible para la opinión pública del país y que la verdad va a quedar escondida por mucho más tiempo.