En este portal utilizamos datos de navegación / cookies propias y de terceros para gestionar el portal, elaborar información estadística, optimizar la funcionalidad del sitio y mostrar publicidad relacionada con sus preferencias a través del análisis de la navegación. Si continúa navegando, usted estará aceptando esta utilización. Puede conocer cómo deshabilitarlas u obtener más información
aquí
Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí. Iniciar sesión
¡Hola! Parece que has alcanzado tu límite diario de 3 búsquedas en nuestro chat bot como registrado.
¿Quieres seguir disfrutando de este y otros beneficios exclusivos?
Adquiere el plan de suscripción que se adapte a tus preferencias y accede a ¡contenido ilimitado! No te
pierdas la oportunidad de disfrutar todas las funcionalidades que ofrecemos. 🌟
¡Hola! Haz excedido el máximo de peticiones mensuales.
Para más información continua navegando en eltiempo.com
Error 505
Estamos resolviendo el problema, inténtalo nuevamente más tarde.
Procesando tu pregunta... ¡Un momento, por favor!
¿Sabías que registrándote en nuestro portal podrás acceder al chatbot de El Tiempo y obtener información
precisa en tus búsquedas?
Con el envío de tus consultas, aceptas los Términos y Condiciones del Chat disponibles en la parte superior. Recuerda que las respuestas generadas pueden presentar inexactitudes o bloqueos, de acuerdo con las políticas de filtros de contenido o el estado del modelo. Este Chat tiene finalidades únicamente informativas.
De acuerdo con las políticas de la IA que usa EL TIEMPO, no es posible responder a las preguntas relacionadas con los siguientes temas: odio, sexual, violencia y autolesiones
Reseña
Exclusivo suscriptores
La alucinante historia de las ovejas colombianas que hicieron parte del viaje del Apollo XI a la Luna
Andrés Quintero presenta una muestra en la galería Sketch que recupera una historia alucinante.
Tripulantes de la misión Apollo 11: Neil A. Armstrong, comandante; Michael Collins, piloto del módulo, y Edwin E. "Buzz" Aldrin, piloto del módulo lunar. Foto: AFP
En el archivo de EL TIEMPO, entre un millón de historias, hay una realmente fuera de lo común; una historia que, en estos tiempos, podría ser una broma de Actualidad Panamericana o un fake news, pero es real: el Apolo XI, el vehículo espacial que transportó a Neil Armstrong a la Luna y que durante varios días logró que la humanidad tuviera los ojos en el firmamento, estaba recubierto en su interior de lana colombiana. Raquel Vivas, una mujer de Floresta, Boyacá, fue la encargada de fabricarla y enviarla en cargamentos ultrasecretos. No solo eso: Vivas –en plena Guerra Fría– también trabajaba para el Ejército ruso y su programa espacial.
Andrés Quintero descubrió el secreto en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, y entre otras cosas, en un viaje al pueblo de Raquel Vivas donde encontró un museo en su honor y el flamante traje de un astronauta ruso.
Andrès Quintero le escribió a los rusos para contarles de su investigación y, entre otras cosas, le enviaron un casco usado en una misión espacial. Foto:Fernando Gómez Echeverri
Quintero es artista de la Universidad Nacional, ganó una beca de investigación y se lanzó en la búsqueda de su santo grial: el punto donde se unen la alta tecnología y la tecnología campesina. Encontró la primera página de EL TIEMPO del 8 de julio de 1969 donde está la historia de Vivas y, tras leer la crónica y sumergirse en la vida de esta extraordinaria empresaria que también exportó su lana para el avión presidencial de Richard Nixon, descubrió algo más: las ovejas que usaba Vivas eran del pueblo de su familia: Güicán de la Sierra, Boyacá.
Andrès Quintero estuvo un mes entero conviviendo con las ovejas del Güicán. Foto:Cortesía del artista
–¡No conoce el Güicán!
Andrés Quintero tiene el rostro de un recién graduado del colegio; usa unas gafas grandes que le tapan la mitad de la cara. No es alto ni bajo, tampoco se ve demasiado fuerte ni musculoso, pero luego de ver sus videos queda claro que es un hombre de alta montaña: Quintero tiene pulmones para ir a la luna o escalar el Everest. Y no puede creer que su pueblo no sea un referente nacional, un lugar tan mentado y nombrado como el Nevado del Ruiz o la Sierra Nevada de Santa Marta. El Güicán de la Sierra está a casi 3.500 metros de altura, cuando leyó que la lana de las ovejas que había ido a la Luna era de su pueblo, decidió regresar, no solo para sumergirse más en una historia apasionante, sino porque definitivamente los paisajes del Güicán son tan alucinantes como los de la Luna.
Andrés Quintero estuvo un mes en el Güicán y exploró sus paisajes lunares. Foto:Fernando Gómez Echeverri
El Güicán le da paso a un cruce de pisos térmicos extremos: glaciares y páramos; Quintero descubrió que las ovejas que usaba Raquel Vivas eran de campesinos que habían logrado que sus animales se adaptaran a alturas extremas de 5000 metros sobre el nivel del mar. Las ovejas de Güican –o mejor: sus ancestros ovejunos– son originalmente inglesas: las famosas Romney Marsh del condado de Kent, pero el cambio de alimentación –en las que sus estómagos han incluido en épocas de hambre las hojas de los frailejones– y la altura infernal en la que los pastores son incapaces de seguir su ritmo, las hicieron únicas, una suerte de ovejas endémicas o mutantes: su lana no es inflamable. La Nasa quedó maravillada con su calidad: ¡qué mejor manera de proteger a Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins, la heroica tripulación del Apollo XI! En la nota de EL TIEMPO, Raquel Vivas decía que el espacio se iba a llenar con el olor de la lana de Colombia.
Primera página de EL TIEMPO en la que se narra la historia de Raquel Vivas y la lana que terminó boyacense en el Apollo XI. Foto:Samuel Monsalve
Raquel Vivas no solo era una tejedora; su empresa, la Fábrica de Telas Huatay, de la que solo queda una placa en Usaquén, hacía uniformes militares para el Ejército colombiano y su fama llegó a oídos de los rusos. Ellos también querían la habilidad de sus manos para sus hombres en el espacio y pronto tuvo varios encargos alucinantes: Boyacá no solo estuvo presente en el glorioso Apollo XI, sino en las infalibles naves Soyuz y Vostok de la Unión Soviética que lograron que sus cosmonautas flotaran sobre la Tierra y desataran uno de los primeros terrores de la Guerra Fría: los ataques nucleares desde el cielo.
Bravucón -la oveja- fue la fiel compañía de Andrés Quintero en la producción de su obra. Foto:Cortesía del artista.
Quintero fue en busca de más información y le escribió a la Nasa. La respuesta fue el silencio de los asuntos ultrasecretos. Los rusos –en cambio– fueron increíblemente más abiertos. Se puso en o con el Instituto de Aviación de Moscú y el enlace que le proporcionaron –una vez que comprobaron que era estudiante de la Universidad Nacional– fue la profesora Ekaterina Sergeevna Novikona que, tras un par de correos electrónicos, le pidió que abriera una cuenta de Telegram para que su comunicación fuera más fluida y bajo los códigos rusos.
Ekatirena se metió en los archivos de los cosmonautas y con el nombre de la Fábrica de Telas Huatay encontró tres lotes, ¿qué había ahí? ‘Puedo enviar uno a Colombia’, le dijo. En esos días estalló la guerra contra Ucrania y –para colmo de males– la única ruta de correo era por los Estados Unidos. Ekatierana envió la insólita colaboración de una empresaria boyacense y los científicos rusos en los años 60, pero el cargamento fue confiscado en Miami. El Departamento de Aduanas se puso en o con Quintero y le preguntaron por qué pedía un lote de prendas y artefactos militares rusos, “¡es contenido bélico!, ¡son objetos de guerra!”, le dijeron. La Universidad Nacional tuvo que enviar varias cartas para explicar el proyecto de su estudiante. Los funcionarios estadounidenses quedaron tranquilos tras comprobar que eran prendas obsoletas solo con sentido histórico, que Quintero no era un peligroso terrorista internacional, sino un artista en busca del lado ovejuno de la Luna y el lote viajó sin contratiempos a Bogotá.
Una de las libretas que llegó de Rusia. Foto:Fernando Gómez Echeverri
Y Quintero abrió el paquete y su cabeza explotó: había cascos, bitácoras, libretas con anotaciones y gráficos que solo comprenderían de un vistazo Kepler o Galileo, instrumentos de una belleza escultórica inesperada, un pequeño cuaderno con los rostros de los héroes espaciales rusos, y entre otras cosas, un carnet con el nombre –que no ha podido descifrar porque está escrito a mano con la caligrafía de un enamorado del vodka– del cosmonauta que usó un uniforme espacial tejido en Colombia.
Esta piedra de sal -que podría ser una roca selenita- fue esculpida por las lenguas de las ovejas del Güicán. Foto:Samuel Monsalve
La exposición que presenta Quintero en la Galería Sketch de Bogotá (Cra. 23 #77-41) mezcla objetos y archivos y una serie de obras alucinantes; unas botas tejidas por él, varios videos en los que aparece perdido en paisajes lunares o acompañado por Bravucón, un carnero con alma de perro, que adoptó para sus caminatas; una preciosa cauchera de vidrio para disparar bolas de nieve; una piedra de sal –esculpida por la lengua de las ovejas– que parece un objeto selenita, la ruana que usa en un video y que, en el escenario en el que la tiene puesta, lo hace ver como un invasor alienígena o un dios pájaro listo para volar al espacio.
Fueron más de dos años de un viaje espectacular. Quintero navegó por los archivos de los programas espaciales de Estados Unidos y la Unión Soviética y en los archivos de su propio pueblo. En la iglesia del Güicán encontró los registros ancestros del principal criador de ovejas de la zona, Hermes Carvajal, y descubrió que su familia tiene rebaños ovejunos desde 1830. Sus tías, Edulbina y Paulina Quintero, le ayudaron con su red de amigos y conocidos y, entre otras cosas, estuvo como pastor a 4200 metros de altura con las ovejas de Juan Carlos Cristancho y en su viaje más increíble llegó a la casa de Isidro Flores y María Del Rosario, una pareja que vive en una cabaña construida con restos de frailejones desde hace casi medio siglo y tan acostumbrados al silencio y la soledad que le ofrecieron su techo para que hiciera lo que tenía que hacer. Sus ovejas fueron las encargadas de esculpir la roca de sal que llevó desde otro pueblo boyacense: La Salina. “Para llegar a su casa son dos días de caminata”, dice. “Fui con Trino, un amigo indígena que se fue desde niño de su comunidad y se quedó en el pueblo, él conoce bien todos los caminos, llevábamos solo arroz y una estufa, pescábamos truchas y dormíamos en cuevas. Isidro y María Del Rosario vivieron primero en cuevas y luego llegaron al que sería su hogar. Su historia es de supervivencia. Su rebaño es de 200 o 220 ovejas”.
En sus tierras –tan espectaculares como los paisajes lunares– inventó aparatos para grabar el sonido aterrador del viento, usó un aparato que le enviaron los rusos para medir su velocidad, caminó por lugares que nadie conoce, encontró ovejas muertas devoradas por los buitres y hasta una trinchera del Ejército de sus tiempos de combate con la guerrilla por el control del territorio.
“Entre 1997 y 2008 el Güicán fue atacado por las Farc, pero nunca pudieron someterlo, entre otras cosas, porque ni las balas ni las bombas pudieron con el grosor de la tapia pisada de la Alcaldía y la Estación de Policía: ¡otro ejemplo de la tecnología campesina!”, dice.