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El misterioso asesinato que España volvió a abrir dos décadas después

El homicidio de Helena Jubany, el 2 de diciembre de 2001, es un truculento episodio sin resolver.

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Con la declaración de un presunto implicado y la orden de buscar ADN, España reabrió el caso de un asesinato que produjo escándalo, rechazo e intriga hace dos décadas.
El 2 de diciembre de 2001 mataron a Helena Jubany, una bibliotecaria de 27 años, arrojándola al vacío desde la azotea de un edificio. Hallaron el cuerpo desnudo, con rastros de droga, de quemaduras y agresiones.
En 2005, un juez declaró el sobreseimiento provisional porque se vio ante un callejón sin salida. Hasta entonces se habían encarcelado dos personas, sospechado de otras tantas, una se había suicidado y dos familias estaban destrozadas. Ahora la investigación vuelve a tomar impulso.
La familia Jubany mandó a analizar el disco duro de la víctima y, cuando estaba a punto de cumplirse el plazo para el cierre definitivo del caso el año pasado, descubrieron nuevas pistas que permitieron su reapertura. Se trata de mensajes que Xavier Jiménez, un amigo de Helena, cruzó con ella. Anotaban referencias que también se mencionaban en una nota anónima que ella recibió meses antes del crimen.
Jiménez se presentó este 22 de abril ante un juez de Sabadell, aceptó que había intentado mantener una relación con ella y que coincidieron en la Unión de Excursionistas de Sabadell (UES), pero negó ser autor de los anónimos que recibió semanas antes de su muerte, pese a que un estudio caligráfico reciente lo relaciona con las notas manuscritas. Quedó en libertad condicional.
Todo empezó con un papel que ella encontró en la puerta de su apartamento junto a una botella de horchata (bebida española) el 17 de septiembre de 2000: “Pasábamos por aquí y hemos dicho ‘a ver Helena, ¿qué se cuenta? ¿Quiénes somos? Te llamaremos. A comérselo todo’”.
Estaba sin firma y parecía escrita por un par de personas, pues las letras eran distintas. La horchata constituyó una pista para los investigadores, pues no mucha gente sabía que a Helena le gustaba. Había llegado hacía poco a Sabadell, la ciudad catalana donde ocurrió todo.
El 9 de octubre recibió otra nota, esta vez acompañada de un frasco comercial de jugo de melocotón. “Nos gustaría mucho volver a coincidir en una excursión de la UES. Ya lo hablaremos! Ahora vamos a ver si encontramos un lugar bueno, bonito y barato en Sabadell para perfeccionar el inglés” (sic), decía un segmento. El escrito hacía referencia a la UES, una organización dedicada al medio ambiente. Helena, que había ejercido como periodista y recientemente se había trasladado a esa ciudad para trabajar en la biblioteca, había acudido a algunas actividades.
El día que recibió el jugo, bebió un poco durante el trabajo y se sintió indispuesta. Le pidió ayuda a una pareja amiga, que la acogió en su casa. Estaba soñolienta. Mandó estudiar el resto de la bebida y el resultado desveló que contenía benzodiazepina. Cuando murió, llevaba en el cuerpo el mismo somnífero, pero en proporciones mucho mayores.
Los mensajes que se encontraron recientemente de Xavier Jiménez hacían referencia a la horchata y al inglés, una coincidencia con los anónimos que Helena recibió. Por eso y el estudio de su caligrafía lo citaron.

La vecina

Los primeros pasos que dieron los agentes se encaminaron a hablar con los demás habitantes del edificio donde estaba el cadáver. Les llamó la atención la actitud de una vecina, que tardó en abrir la puerta y se mostró fría.
Era Monsterrat Careta. Gracias a los datos que dio otra amiga de Helena, se supo que habían compartido actividades en la UES y que se llevaban bien.
‘Monste’, como la llamaban, y su pareja, Santiago Laiglesia, dieron declaraciones contradictorias y dudosas a la policía, que luego rectificaron, sobre lo que habían hecho en el fin de semana del asesinato. Laiglesia, abogado, se mostró más seguro de sí mismo.

La UES

Cuando los investigadores analizaron las notas, fijaron su atención en la UES mencionada. Es un grupo local que organiza actividades, como excursiones y viajes, al que se acercó Helena motivada por sus intereses medioambientales y con el fin de relacionarse con gente.
Allí también conoció a Ana Echaguibel, con quien emprendió excursiones y planes. Esta, sin embargo, se mostró posesiva y Helena rompió nexos con ella.
Dos peritos se encargaron del estudio de la caligrafía de las notas. Cotejaron la letra en las fichas de la UES con las de las personas más cercanas a Helena. Y llegaron a la conclusión de que los anónimos habían sido escritos por Careta y Echaguibel. Luego vendrían más estudios con resultados contradictorios.

El asesinato

Aunque al principio corrió el rumor de que se trataba de un suicidio, los investigadores no dudaron de que era un homicidio.
El cuerpo de Helena contra el suelo mostraba el torso y las piernas retorcidos, en posiciones encontradas. Tenía rastros de fuego, de manera que se dibujaba la silueta de la ropa interior, como si la llevara, aunque estaba desnuda. A su lado se esparcían ganchos de colgar la ropa, utilizados por los vecinos para secar en los tendederos desplegados en las ventanas hacia el patio.
Todo esto demostraba que no había caído en un movimiento de parábola, lo propio de un salto de suicidio, sino en línea recta. Las extremidades tampoco indicaban haber intentado defenderse en el golpe, un movimiento inconsciente de quienes se quitan la vida.
También estaba claro que una persona de contextura delgada no podía haber subido a la azotea a Helena sin ayuda. Ella se encontraba en estado de coma por la cantidad de droga suministrada. Además, había necesitado un esfuerzo adicional para remontar la baranda antes de lanzarla. Careta era menuda y carecía de la fuerza para hacerlo sola. El juez lo sabía, pero tomó la decisión de mandarla a la cárcel a ver si contaba algo más.

La cárcel

Careta entró a prisión el 14 de febrero de 2002. Echaguibel lo haría un mes después.
Aunque no era el abogado oficial, Laiglesia, la pareja de Montse, se encargó de su defensa. Según los familiares de Careta, tomaba mucho del tiempo asignado para todos. Ellos creen que él tuvo algo que ver, y así se lo hicieron saber a ella, que estaba enamorada y siempre lo protegió. También aseguró ser inocente hasta el final, que llegó el 7 de mayo, cuando se suicidó en la prisión. Dejó cartas a sus seres queridos y una nota al juez, que terminaba así: “Señor juez, ya lo he dicho todo. No puedo ofrecerle nada más. ¡Soy inocente!”. Echaguibel, la otra presa, saldría poco después de la cárcel.
Por culpa de una pésima investigación, con muchos interrogantes por solucionar y vacíos por llenar, la causa fue cambiando de manos dentro del juzgado y llegó a las de un juez que declaró el sobreseimiento temporal el 7 de octubre de 2005. Para los que estaban imputados –Laiglesia y Echaguibel– el crimen prescribía en 2025. Para el resto, veinte años después del asesinato, el 2 de diciembre de 2021.
El caso se fue perdiendo en el olvido y de vez en cuando resurgía en los medios. Las familias Jubany y Careta, sin embargo, no se dieron por vencidas y siguieron investigando y alentando el proceso judicial.
En marzo de 2020 un programa de la televisión, Crims, le dedicó dos capítulos y despertó de nuevo el interés de la sociedad. Antes, en 2016, dos estudiantes de periodismo habían empezado a escribir su tesis de grado sobre este caso: Anna Prats y Yago García Zamora, posterior autor del libro ¿Quién mató a Helena Jubany?
En mayo de 2021 se reabrió el caso, pero solo para investigar posibles nuevos sospechosos. La familia Jubany encargó un estudio del disco duro de Helena a un perito judicial especializado en cibernética, que fue quien dio con la comunicación entre la bibliotecaria y Jiménez. Este era el amigo del grupo de excursionistas con quien había compartido una horchata y que fue citado el 22 de abril. Fue imputado el 1.° de diciembre de 2021, un día antes de que el caso prescribiera.

Los relatos

A sabiendas de que la justicia no se ha declarado y de que es un caso en trámite, se conocen básicamente dos hipótesis sobre lo que pasó.
La Fiscalía defendió la idea de que Careta y Echaguibel le dejaron las notas a Helena y la retuvieron, junto con Laiglesia, el 30 de noviembre de 2001. En la madrugada del 2 de diciembre le suministraron sustancias psicotrópicas, que la dejaron inconsciente. La subieron a la terraza del edificio donde vivía Careta –con Laiglesia–, la quemaron en algunas partes del cuerpo y la lanzaron al vacío.
La familia Careta pidió a un conocido que investigara por su cuenta. Él señala muchas contradicciones y dudas, pero pone sobre la mesa la posibilidad de que Monste haya sido manipulada por el asesino. De esa manera, todos los indicios que condujeron a ella (se encontraron en su apartamento cajas de la droga suministrada a Helena, fósforos de los que estaban en el lugar del crimen, etc.) habrían sido planeados. Una persona cercana (sin decirlo, se infiere que es su novio) la pudo dormir, actuar por su cuenta y diseñar todo de manera que pareciera que era ella la culpable.
En mayo, el juez ordenó buscar ADN en la ropa que vestía la víctima el día de su muerte con el fin de encontrar vestigios genéticos de su asesino, y citó a dos testigos más que podrían resultar claves en la investigación 
Lo cierto es que ambas son posibilidades coherentes, pero no verdades comprobadas. Todos esperan que con el nuevo impulso que está recibiendo el caso, por fin se sepa quién mató a Helena Jubany.
JUANITA SAMPER OSPINA
Corresponsal de EL TIEMPO
MADRID

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