TEKNAF, Bangladesh — "Cuando empezaron a caer las bombas, casi eran hermosas —como las flores moradas del árbol bananero", recordarían luego Manwara y su hermana Shamshida.
Su familia huía del fuego de mortero que los sacó de su hogar en Hari Fara, uno de los últimos refugios para la minoría musulmana rohingya de Myanmar. Dejaron su aldea en agosto, sólo para ser impactados por una lluvia de bombas lanzadas por drones. Los ataques abatieron a sus padres. Se cree que sus otras tres hermanas, desaparecidas, están muertas.
Se contaban entre miles de familias de la etnia rohingya que huyeron de sus aldeas el verano pasado en medio de una nueva oleada de violencia dirigida, un horrible eco de la limpieza étnica a manos del Ejército de Myanmar que cobró miles de vidas y exilió a cientos de miles en el 2017.
Sin embargo, esta vez, la violencia provenía de un grupo rebelde prodemocracia que fue creado para combatir al Ejército. El objetivo político de los rebeldes podrá ser diferente, pero la persecución que infligen a los rohingya —ataques aéreos, incendios masivos y violencia sexual— está tomada del viejo manual del Gobierno.
Pareciera que sin importar quién está en control en Myanmar, son los rohingya quienes sufren.
“Todos nos odian, pero no sé por qué”, dijo Manwara, de 19 años. “Es nuestra maldición”.
Tras años de guerra civil, la junta militar que derrocó a un Gobierno civil democrático en el 2021 ha perdido el control de unas dos terceras partes del territorio del País. Sin embargo, las victorias de la resistencia armada —un revoltijo de milicias que pelean en nombre de restaurar la democracia y asegurar mejores derechos para las minorías que representan— no ofrecen certeza moral.
El Ejército Arakan, el más poderoso en la alianza rebelde, es acusado de masacrar a los rohingya, entre ellos los padres de Manwara y Shamshida.
Con los años, más de un millón de rohingyas han sido expulsados del Estado de Rakhine al país vecino de Bangladesh.
Ahora, el Ejército Arakan, conformado de una población étnica rakhine, utiliza sus victorias contra la junta para acosar a la minoría musulmana, revelan testimonios.
Los ataques del grupo rebelde contra los rohingya han sido tan brutales que grupos armados rohingya formados para oponerse al régimen militar ahora se han unido a las fuerzas armadas —las mismas que los aterrorizaron durante décadas— para combatir al Ejército Arakan.
Desde que llegó en septiembre a un campamento en Bangladesh con su hermana y un hermano, Shamshida, de 25 años, no ha dejado su tienda de campaña. Su hija recién nacida sufría de ictericia y fiebre. Tras 20 días, la bebé murió.
“Queremos ir a casa a Hari Fara”, dijo Manwara. “Pero todo ha cambiado”.