En un molino de algodón en el Valle de San Joaquín, en California, una máquina ayuda a aplicar un rocío que contiene miles de millones de moléculas de ADN sobre algodón Pima recién lavado.
Ese ADN se anida entre las fibras mientras son transportadas a fábricas en India. Allí, el algodón se hilará para entonces producirse sábanas, antes de aterrizar en los estantes de las tiendas Costco en Estados Unidos. En cualquier momento, Costco puede comprobar la presencia del ADN para asegurarse de que su algodón cultivado en Estados Unidos no ha sido reemplazado por materiales más baratos —como algodón de la región china de Xinjiang, que está prohibido en EE. UU. debido a sus vínculos con el trabajo forzado.
En medio de una creciente preocupación por la opacidad y los abusos en las cadenas de suministro globales, las empresas y los gobiernos recurren cada vez más al rastreo de ADN, la inteligencia artificial y las cadenas de bloques para rastrear las materias primas desde la fuente hasta la tienda.
Las empresas en EU ahora están sujetas a reglas que les exigen demostrar que sus productos se fabrican sin trabajo forzoso, o se arriesgan a ser incautados en la frontera. Los clientes también exigen pruebas de que los productos de alta gama, como los diamantes libres de conflicto y el algodón orgánico, son genuinos y se producen de manera ética y ambientalmente sustentable.
Eso impone una nueva realidad a las empresas que durante mucho tiempo han dependido de una maraña de fábricas globales como fuentes de sus productos. Ahora, las empresas deben ser capaces de explicar de dónde provienen realmente sus productos.
La tarea es complicada, porque las cadenas de suministro internacionales que las empresas han construido en las últimas décadas se han vuelto complejas. Desde el 2000, el valor de los bienes intermedios empleados para fabricar productos que se comercializan internacionalmente se ha triplicado, impulsado en parte por el auge de las fábricas de China.
Una gran empresa multinacional puede comprar piezas, materiales o servicios de miles de proveedores en todo el mundo. Cada uno de esos proveedores puede, a su vez, depender de cientos de otras empresas para las piezas utilizadas para fabricar su producto —y así sucesivamente, por muchos niveles de la cadena de suministro.
Algunas empresas de tecnología —como Applied DNA Sciences, que aplica el rocío de ADN al algodón— están utilizando procesos científicos para etiquetar o probar un atributo físico del bien en sí, para averiguar dónde ha viajado en su camino desde las fábricas hasta el consumidor. La compañía ha utilizado sus etiquetas microscópicas de ADN sintético para rastrear microcircuitos producidos para el Departamento de Defensa de EE. UU. y rastrear las cadenas de suministro del cannabis para garantizar la pureza del producto.
Applied DNA también puede averiguar de dónde proviene el algodón al secuenciar el ADN del algodón mismo o al analizar sus isótopos —variaciones en los átomos de carbono, oxígeno e hidrógeno en el algodón. Las diferencias en la lluvia, la latitud, la temperatura y las condiciones del suelo significan que estos átomos varían ligeramente en todo el mundo, permitiendo a los investigadores determinar de dónde proviene el algodón.
Otras empresas están usando tecnología blockchain para crear un token digital para cada producto que produce una fábrica. A medida que ese producto se mueve a través de la cadena de suministro, su gemelo digital se codifica con información sobre cómo ha sido transportado y procesado, proporcionando un registro transparente para empresas y consumidores.
Y otras empresas más están utilizando bases de datos o inteligencia artificial para rastrear vastas redes de proveedores en busca de vínculos distantes con entidades prohibidas, o para detectar patrones comerciales inusuales que indiquen fraude —investigaciones que podrían tomar años sin poder computacional.
Los ejecutivos de estas empresas tecnológicas dicen prever un futuro, quizás dentro de la próxima década, en el que la mayoría de las cadenas de suministro sea completamente rastreables.
“Es eminentemente factible”, dijo Leonardo Bonanni, director ejecutivo de Sourcemap, que ayuda a las empresas a trazar sus cadenas de suministro. “Si deseas acceder al mercado de EE. UU. para tus productos, es un pequeño precio qué pagar”.
Otros expresan escepticismo respecto al costo. Si bien la tecnología de Applied DNA, por ejemplo, agrega sólo de 5 a 7 centavos al precio de una prenda terminada, eso puede ser significativo para los minoristas que compiten con márgenes reducidos.
ANA SWANSON
THE NEW YORK TIMES
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