Mi amigo Jesús Benavides me contó que no lo dejaron viajar a Valencia porque había habido una catástrofe. Él no lo sabía. Entonces cambió de itinerario. Abordó un barco en Barcelona que tuvo que regresar de emergencia debido a las tormentas. Me contó que vivieron momentos de terror. Los tripulantes contaban a los pasajeros por las noches para comprobar que ninguno había caído por la borda.
Pienso en esto mientras camino hasta la universidad. Tal parece que el sol no asomará hoy en Bogotá, y en las calles veo hombres que intentan guarecerse del frío tapándose con cartones. Cada vez son más los que viven en las calles, como uno de mi barrio que me dice "profe" y que seguro me hará falta cuando ya no esté. Pero yo voy pensando en la esperanza, pues de ello hablaré a 35 estudiantes que hoy tienen 20 años. A través de sus ojos yo he venido aprendiendo cómo hablarles de construir una esperanza cierta.
No sé si lo he logrado, no sé si me han creído cuando les explico que a pesar del mundo en que vivimos ellos podrán construir otro más seguro, más próspero y feliz, más compasivo y bueno, más musical y alegre. Sé que pondré a todos la nota más alta porque la más baja está reservada para la generación de la cual formo parte.
Nunca habíamos estado tan cerca del fin.
El semestre empezó con la coronación del nuevo rey del mundo, y de sus odios, dislates y tropelías nadie está a salvo. El reloj del fin del mundo de la Universidad de Chicago se movió el 22 de enero para indicar que hoy estamos a 89 segundos de la medianoche. Nunca habíamos estado tan cerca del fin.
Construir una esperanza cierta, basada en la ciencia y apoyada por el arte del mundo, por esa ingente creación innumerable de que habló Vinícius de Moraes, será una tarea titánica sobre cuya posibilidad hoy no tenemos certeza. Días así, como este, suelo preguntarme por "la inútil poesía", por su capacidad y su poder de transformar el mundo hacia una realidad más apacible, y no me alcanzan las palabras para acabar esta columna. Recuerdo que en 2009 Rebeca Solnit predijo el desastre de Los Ángeles de 2024.
Ya es de tarde y el sol nunca salió. Dos llamadas recibo mientras voy terminando, la primera de Juan David Correa: "Quizás es que no soy capaz de hablar...", me dice. La otra es del poeta Hereyra sobre un nuevo poemario: Tal vez en otro cielo. No será tan inútil la poesía si ha producido el milagro de completar, perfectos, los 2.400 caracteres de esta nota.