En los últimos tiempos, el voto sufrió en Venezuela una profunda metamorfosis. Quienes irrumpieron contra la democracia y su Constitución, aquel plomizo 4 de febrero del año 1992, quisieron escribir la historia con párrafos de sangre. Pensaban que llegaba la hora de degollar toda expresión civilizada, llenarnos de luto por la democracia zaherida.
Un lobo que entre dentelladas despedazaba la realidad nacional. La cárcel fue su invernadero, los insurrectos aprovecharon las expectativas para pasar del episodio sangriento hasta desovar en la oportunidad electoral, que les fue tan provechosa. La intemperie ideológica los condujo al escenario político, en donde lograron imponerse tras generar una gran posibilidad.
Contrariamente, los sectores democráticos comenzaron abjurando del sufragio para intentar por los atajos la consecución del poder, la negación de su razón de ser los hizo caminar por el desierto, buscando un sendero que borró la ceguera.
Veintidós años después, las posiciones conservan escenarios muy distintos. El régimen mantiene el poder real, mientras la oposición es parte de un malogrado libreto de ficción digno de los premios Razzie a los peores filmes. Paradójicamente, las hordas recalcitrantes les sustrajeron la influencia del voto a quienes nacieron en el útero democrático. El caminar en círculos los llevó por la treta violenta, como émulos de aquellos que llegaron del puerto del anonimato a pasearse sobre el cadáver de la libertad. Entre tumbos se abrazaron con la abstención, ese inútil compañero que nos lleva al despeñadero. El resultado que deja es el de la frustración. Quien gana se lo lleva todo, aquel que no participa se queda en el quirófano esperando ser operado para corregir su imbecilidad.
En la política no se engordan las propuestas, nadie que claudica reiteradamente podrá tener asidero en los ciudadanos. Para enfrentar esta catástrofe antediluviana debe ser con el ejercicio del voto. Ya sabemos lo que ha costado soplar el incienso de la ilusión. Recomponer el musculo democrático, que la gente vuelva a creer: que ese instrumento usado eficazmente puede ser un terremoto que mine las bases del Gobierno. Frescas en la memoria las victorias del 2007 y el 2015. También, las frustraciones de las agitaciones fallidas. Mientras, la imagen de fuerzas libertarias invadiendo el país para salvarnos se atascó en el botón del control remoto. Es hora de reconocer que se equivocaron.
Entregaron espacios importantes sin luchar. ¿Harán lo mismo en los próximos eventos comiciales? Esto no es una secta llena de fanáticos que se creen impolutos, de seres que imaginan que deben preservar su virginidad, suprimiendo las caricias. En la política se arremangan las camisas para el combate. Allá aquellos que no terminan de comprender el mundo en que vivimos.
Alexánder Cambero