Encuentren ustedes las diferencias o, mejor, las similitudes. Salvatore Mancuso va al Congreso de la República. Como un parlamentario más, frente a un recinto cooptado por los paramilitares en ese entonces, promete hacer la paz. Años después, en un inmerecido acto, el presidente Gustavo Petro intercambia sombreros vueltiaos con él. La promesa, esta vez, vuelve a hacerse manoseando la palabra ‘paz’, con la intención supuesta de ayudar a identificar los bienes para reparar a las víctimas, varias décadas más tarde.
En ambos casos es difícil creer que hay un acto de reconciliación espontáneo y sincero, y, más difícil todavía, evitar pensar que se trata de un homenaje, como si quien lo recibiera hubiera hecho algo para ser tratado como un héroe. Dolor, asco, repudio sienten las víctimas con las dos imágenes transgresoras de sus derechos. Para ellas, aquel encuentro del 28 de julio de 2004 en el Capitolio resulta tan lesivo como este del 4 de octubre de 2024. En ambos escenarios a las víctimas se les negó hablar y 20 años después la película de la ignominia parece haberse lanzado remasterizada y más ofensiva que nunca.
Me da mucha pena, pero si ese señor hubiera querido decir la verdad, la hubiera dicho desde el primer momento o reparado a todas esas víctimas en un primer instante.
Llevamos años con el mismo sirirí. La amenaza de este delincuente de que “algún día el país conocerá la verdad” sigue oyéndose como si tal y teniendo compradores de ocasión interesados en una versión sin pruebas.
Ni Justicia y Paz, ni los gringos ni mucho menos ahora un cómodo título de gestor de paz han logrado ni lograrán que el descarado de Mancuso les responda a sus víctimas. Sin embargo, igual que en 2004, todavía se oyen los vítores que dicen: “te queremos, mono”, dejando atrás la memoria de las más de 36.000 víctimas que se le atribuyen, solamente en la Costa. Lo impensable es que esas manifestaciones de apoyo se hubieran dado a instancias del presidente Petro, pero se dieron y con sangre fría vuelve a hablarse de un proceso de paz que, como dijo el editorialista de El Espectador, no se entiende muy bien cómo sería ni para dónde va.
Señor Mancuso: aquí están sus víctimas. Las que se cansaron de esperarlo para que las reparara y no le creen más.
Entretanto, los medios tenemos el deber de abrirles los micrófonos que les cerraron desde el Gobierno a las víctimas. Que sus voces se oigan, no privadamente como pidió la directora de la Unidad de Víctimas, sino en público y fuerte por si a alguien se le olvida todo el mal que causaron esos personajes nefastos que fueron los paramilitares.
“A ninguna de las víctimas nos gusta que él esté en libertad, pero ya sabemos que en este país los victimarios están libres. Me dijo el que mató a mi hermana: ‘ahí se las mando, pa’ que les duela’. La empalaron, la violaron y le metieron un tiro en la cabeza volándole los sesos. Los victimarios están en el Congreso y en otros importantes cargos”, dice doña Rosa Nidia, familiar de una víctima de la masacre de Mancuso en La Gabarra.
Mientras tanto, Neida Narváez, víctima de Mancuso en El Salado, asegura: “Fuimos víctimas de este conflicto y hoy nos duele porque esto nos toca el corazón. Esto nos lleva a recordar algo que pasamos y que vivimos en nuestra comunidad y que fue ejecutado por el señor Mancuso”.
Finalmente, doña Ermy Gutiérrez, líder indígena, dijo: “No se está respetando a las víctimas. Los movieron de sus territorios a este lugar donde estamos escuchando al victimario todo arrogante, pero no a las víctimas”.
Pues, señor Mancuso: aquí están sus víctimas. Las que se cansaron de esperarlo para que las reparara y no le creen más. Las que se indignan con lo que pasa y esperan que alguien, en esta sociedad por momentos tan indolente, las oiga, las respete y les dé el lugar que se merecen. Sí, señor Mancuso, ¡aquí están sus víctimas!