Los financiadores de “empresas transoceánicas” (siglos XIV-XVII) se sentaban en sus pequeños butacos en los puertos para escuchar de primera mano sobre potenciales negocios. Esos “banqueros” arriesgaban grandes cantidades de dinero a favor de navegantes que prometían traer especias usando nuevas rutas, si les facilitaban carabelas más ágiles y seguras. En ocasiones, los financiadores perdían ingentes sumas, y en muchas otras ganaban exuberantes islas conducentes a inimaginados continentes llenos también de metales preciosos y mano de obra que terminaron por expoliar.
Así, pues, la cuna del capitalismo ha estado rodeada por tomas de riesgo y retribuciones que históricamente dieron lugar a la “acumulación originaria”, creciendo de manera pronunciada durante 1920-2020 y con sus breves “paréntesis” de pandemias en sus inicios.
Entonces uno quisiera concluir que, en esta etapa ya madura y superados los odios a los financiadores de esas empresas transoceánicas (llegando a estigmatizar a banqueros judíos), los propios banqueros habrían aprendido lecciones para no hacerse odiar.
Sin embargo, abundan ejemplos a nivel global sobre cómo en varios servicios se adoptan prácticas que ayudan a exacerbar la estigmatización que banqueros dicen querer superar. Por ejemplo, la Unión Europea recientemente tuvo que adoptar regulación para poner un tope de 1 % en cobros que hacen los bancos a establecimientos comerciales por el uso de tarjetas de crédito. En Estados Unidos ese cobro ha continuado tan elevado como un 3 %, y los reguladores prácticamente se han dado por vencidos frente al “monopolio natural” que han mantenido históricamente Visa y MasterCard.
A nivel local, se tienen prácticas que, si bien no generan grandes cobros generalizados, rayan en la mezquindad: ¿qué tal el reciente cobro de seguro de vida (para potenciales difuntos) con saldos remanentes en sus tarjetas de crédito? ¿Acaso dicha eventualidad ya no estaba “factorizada” en los cobros de la tasa de interés? También debería abolirse la forzada apertura de todo tipo de cuentas al otorgarse créditos o la toma de seguros con esas mismas entidades. Estos son los temas que el Ministerio de Hacienda (MH), la Unidad de Proyección Normativa y Estudios de Regulación Financiera (URF) y la Superfinanciera deben estudiar a fondo, en vez de perderse en su insulsa ideología izquierdista.
Y esa mezquindad abunda en muchos sectores del capitalismo consolidado. Ahora resulta que las aerolíneas decidieron cobrar por el tamaño de las valijas y si se lleva o no a la mano (... lo de regular el peso tiene sentido en función del espacio en bodega y requerimientos de combustible). ¿Pero qué tal la “medalla de oro de la mezquindad”: cobrarles extra a los padres que quieran sentarse con sus hijos en la misma silla del avión? Cuánto tardará el superintendente de Aeronáutica en Colombia para ripostar con la regulación adoptada en países desarrollados que prohibieron semejante práctica tan abusiva.
¿Qué tal el reciente cobro de seguro de vida (para potenciales difuntos) con saldos remanentes en sus tarjetas de crédito? ¿Acaso dicha eventualidad ya no estaba “factorizada” en los cobros de la tasa de interés?
En transporte terrestre, idearon la amañada figura de que a los s de Go les cobran un sistema supuestamente prémium que no ofrece nada que mejore ese servicio, pero sí un adicional mensual. ¿Cómo es posible que los CEO y las juntas directivas no se percaten del negativo efecto que todo esto conlleva para la imagen de sus empresas?
Y existen otras prácticas carentes de sentido común. El menos común de los sentidos parece estar en el propio sector de la salud (valga la redundancia anatómica). Por décadas, se ha tenido la práctica de que a los médicos jóvenes en “residencia” no se los remunera y se les exigen muchas horas de insomnio (con resultados hasta de suicidio). Gran Bretaña finalmente está mostrando el camino de la cordura al aprobar recientemente alzas significativas de los salarios de los residentes (y así acabar la prolongada huelga).
CEO y juntas directivas deberían ser los primeros en evitar estas prácticas engañosas, y si allí no prima la cordura, sino la mezquindad, pues les corresponde a las superintendencias defender de oficio al consumidor. Empresario: cuida al consumidor-prójimo como si fuera tu allegado, no otro de tus sometidos.
SERGIO CLAVIJO