Los estoicos de la antigua Roma conquistaron a miles de compatriotas con una filosofía que les proponía instruirse en cómo llevar una vida feliz y tranquila. Esa promesa de alcanzar la tranquilidad los hizo receptivos a una serie de consejos y enseñanzas que les permitirían, por ejemplo, aprender a relacionarse con personas difíciles; saber cómo responder correctamente a los insultos de otro y lograr sobrellevar las desilusiones, los cambios y las pérdidas repentinas.
Hoy, como en la antigua Roma, muchos están buscando en las palabras de Marco Aurelio, Séneca y Epicteto respuestas al gran interrogante de cómo vivir. Memorizan frases como “es imposible que la felicidad y el anhelo de lo que no se tiene vayan de la mano”, de Epicteto, o “recuerda que esta vida mortal dura tan solo un momento”, de Marco Aurelio.
El primer estoico fue un comerciante griego, Zenón de Cito (334 - 261 a. C.). Al llegar a Atenas comenzó a estudiar varias de las corrientes filosóficas de la ciudad; entre ellas, la platónica. En vez de adoptar una de ellas como propia, Zenón optó por crear la suya. Fundó una escuela en la que se enseñaba lógica, física y ética, y en la que la teoría se combinaba con la práctica. “Su filosofía no era de ideas efímeras sino de acción”, explica el escritor norteamericano Ryan Holiday en Vidas de los estoicos.
El interés de los estoicos griegos por la lógica venía de su convicción de que el rasgo distintivo de los seres humanos es su racionalidad. “La lógica es, después de todo, el estudio del uso apropiado del razonamiento”, explica el filósofo William Irvine en El arte de la buena vida. De la física se ocupaban para entender los distintos fenómenos naturales, el porqué de su propia existencia y la relación de los dioses con el mundo, pues su física no era exactamente como la concebimos hoy. Por último, su objetivo al estudiar ética –parte fundamental del estoicismo– era adquirir lo que podría llamarse sabiduría moral. Esta les permitía aprender a vivir bien y a ser felices.
Los estoicos invitaban a practicar la virtud y la excelencia, y a vivir de la mejor manera posible, siendo siempre conscientes de la dimensión moral de sus acciones.
Para los estoicos, a diferencia de nosotros, el enfoque del estudio ético no era saber distinguir entre qué está bien y qué no. Se trataba, más bien, de un proceso de autoconocimiento, de lograr identificar cómo reaccionaban ante el éxito, el caos o el fracaso y, en la medida de lo necesario, ajustar esas reacciones para su propio bien. También tenía que ver con aprender a discernir qué cosas estaban bajo su control y cuáles no. Esta enseñanza les permitía saber dónde enfocar su esfuerzo y qué aprender a aceptar para no llenarse de rabia o desolación. “No busques que los acontecimientos ocurran como tú deseas, deja que sucedan como suceden, y todo irá bien”, recomendaba Epicteto. En resumen, los estoicos invitaban a practicar la virtud y la excelencia, y a vivir de la mejor manera posible, siendo siempre conscientes de la dimensión moral de sus acciones.
Convertir en hábito aquella propuesta no es cosa fácil; requiere reflexión y trabajo diario. Primero, es necesario entender por qué Marco Aurelio afirma que la mejor manera de vengarse de un enemigo es evitando parecérsele, o por qué Séneca y Musonio Rufo –profesor de Epicteto– sugieren responder a un insulto con silencio y tranquilidad; al hacerlo le quitamos a esa persona el gusto de habernos molestado, y quizá por ello terminemos dándole un disgusto. Segundo, es fundamental poner en práctica esas enseñanzas en el momento adecuado. “A los estoicos les preocupaba principalmente cómo vivía cada individuo... Les importaba lo que hacía, no lo que decía”, explica Holiday.
En su tránsito de Grecia a Roma, el estoicismo sufrió algunos cambios. Los estoicos romanos dejaron de preocuparse por el estudio de la física y la lógica y unieron el camino de la virtud al de la obtención de tranquilidad; los griegos, en cambio, no necesitaban añadir esto último para convencer a los suyos de las bondades de llevar una vida virtuosa. Esos cambios hechos por los romanos resultaron importantes para seducir a los lectores modernos. “Después de todo, es inusual que los individuos modernos estén interesados en ser virtuosos, en el sentido antiguo del término”, dice Irvine. Sin embargo, ante los retos del cambio climático, la polarización política y los discursos populistas, bien valdría la pena retomar también la lógica y la física de los estoicos griegos.
CRISTINA ESGUERRA