Las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016 hicieron que la periodista norteamericana Amanda Ripley se diera cuenta de que no entendía bien las dinámicas que generan conflictos, a pesar de que llevaba años cubriendo a profundidad noticias sobre terrorismo. ¿Por qué la mitad de los demócratas y de los republicanos no sólo estaba convencida de que las personas del partido contrario estaban mal informadas, sino que la ideología de sus oponentes le daba miedo?
Como buena periodista, Ripley decidió buscar respuestas. Consultó expertos, habló con testigos y víctimas de espinosos conflictos y participó en seminarios en los que distintas comunidades buscaban poner fin a la violencia. Su exhaustiva investigación le hizo entender el importante papel que juegan las narrativas en la construcción de un conflicto.
La norteamericana distingue siempre entre dos tipos de conflicto, uno positivo y otro negativo. Describe el primero como la “fricción útil” que surge cuando dos o más personas discuten sobre un tema en el que están en desacuerdo. Ese intercambio de ideas permite entender otras maneras de abordar el problema, constatar la solidez o descubrir los errores de los propios argumentos, e imaginar nuevas soluciones. Abraham Lincoln, quizá el más célebre presidente de Estados Unidos, conocía bien las bondades del conflicto positivo. Al asumir la presidencia armó un gabinete diverso que incluía a varios de quienes venían de ser sus principales rivales. Dialogar con personas altamente capacitadas y con opiniones distintas a las suyas le permitió mejorar sus ideas sobre cómo gobernar.
El conflicto negativo, en cambio, es una “fuerza que lleva a la gente a perder la cabeza en disputas ideológicas, enemistades políticas o venganzas entre bandas criminales”, dice Ripley en su libro ‘High Conflict’. En este tipo de conflicto los argumentos que generan la disputa pasan a un segundo plano y la discordia por sí misma adquiere vida propia. Según Ripley, el conflicto negativo crece con discursos que resaltan las diferencias entre “nosotros” y “ellos”, en vez de analizar los datos y las opiniones de unos y otros.
¿Es posible romper las dinámicas del conflicto negativo? La periodista está convencida de que sí, pero para ello es clave entender qué tipo de discursos lo acrecientan y cuáles disminuyen su poder. Conversando con el psicólogo Peter Coleman, creador y director del Laboratorio de Conversaciones Difíciles de la Universidad de Columbia en Nueva York, Ripley descubrió que las narrativas características de las ciencias, que abordan los problemas buscando entender todas sus causas y teniendo en cuenta hasta los más mínimos detalles, hacen más difícil que las personas pierdan la cabeza discutiendo temas álgidos. Coleman y su equipo se habían percatado de ello al organizar conversaciones entre personas de ideologías opuestas, entregarles a unas parejas textos que parecían escritos por fanáticos de ultraderecha, y a otros artículos que podrían ser de autoría de filósofos o antropólogos. Las discusiones de los segundos eran difíciles, pero fluían, mientras que los primeros se enredaban al no poder ver más allá de las negatividades.
En Colombia las discusiones públicas con frecuencia se asemejan a estas últimas. Evitamos el conflicto positivo —que es precisamente lo que da fuerza a la democracia— y en cambio aceptamos vivir en medio de discursos y discusiones que generan conflictos negativos. Oímos a los líderes agrandar brechas entre los colombianos, los vemos rodearse únicamente de las personas que comparten su visión excluyente de cómo gobernar y somos testigos de cómo algunos políticos prefieren resolver los problemas buscando culpables en vez de plantear argumentos y soluciones nuevas.
¿Qué hacer ante este panorama? En entrevista con la periodista norteamericana Krista Tippet, Ripley dio una respuesta: plantear críticas y formular preguntas que hagan avanzar las discusiones públicas y llegar a soluciones que efectivamente ayuden a resolver un problema y evitar dar respuestas que generen divisiones y presenten solo una cara de la realidad. Por supuesto, los problemas que enfrenta el país no se resolverán sólo con eso, pero cambiar la forma en que los discutimos y analizamos quizá pueda ayudarnos a empezar a construir un futuro distinto.
CRISTINA ESGUERRA MIRANDA