¿Cuál es la diferencia entre acusar a Hillary Clinton de ser “una enferma hija de puta” y referirse a Puerto Rico como “una isla flotante de basura”? Me lo pregunto porque en la respuesta puede que resida el futuro del trumpismo. Pero dejemos esto para el final y empecemos al revés: por las similitudes.
Primero, ambas frases fueron pronunciadas por escuderos de Trump en el evento de cierre de campaña del republicano en el Madison Square Garden. La primera es obra del presentador de radio Sid Rosenberg, y la segunda de un comediante mediocre y de pacotilla llamado Tony Hinchcliffe. La segunda y más importante de las similitudes es que ambas fueron dichas con el mismo objetivo: transgredir abiertamente las reglas del comportamiento que normalmente se espera de los políticos en público. Y tercero, las dos frases dan fe de que los republicanos definitivamente escalaron el tono de la contienda. Recordemos uno que otro de los comentarios más contenciosos del evento. La estrella ochentera de lucha libre Hogan Hulk se dirigió a Kamala Harris con gestos que apuntan al sexo oral. El estrafalario Tucker Carlson se burló del origen indio-jamaiquino de Harris llamándola malayo-samoana. Un tal Grant Cardone trató a la vicepresidenta de prostituta. Sid Rosenberg acusó a todo “el puto Partido Demócrata” de ser “una manada de degenerados, delincuentes que odian a los judíos”. Y el propio Trump llamó a Harris “una vicepresidenta de mierda”.
Lo que antes motivaba el más simbólico de los actos, lavarle a un niño la boca con jabón, ahora parece haberse convertido en la jerga diaria del movimiento político más importante de los últimos tiempos: el trumpismo. Y no es para menos. A fin de cuentas, hace ya mucho tiempo que nuestras sociedades se acostumbraron a una idea de lo público como un escenario para montar un teatro de la decencia, en el que no hay lugar para los comportamientos que hemos llamado vulgares. De ahí que el acto de hacer pública la ‘vulgaridad’ se haya convertido en tabú. Y aunque ya parezca un lugar común decirlo, es precisamente la transgresión de este tabú lo que, en gran medida, explica el auge de Trump. Por eso, el trumpismo es un fenómeno político mucho más complejo de lo que refleja la idea de un rebaño enceguecido por las pasiones, el resentimiento y la desinformación, en la cual mucho insiste el liberalismo tan acostumbrado a la pereza intelectual.
Lo que realmente sucedió el domingo pasado en el Madison Square Garden no fue más que un intento tras otro de mantener vivo el ánimo transgresor
La verdad es que, para muchos, la transgresión del tabú que equipara lo público con el pudor se ha convertido en el mismísimo significado de la libertad. Y por eso ven en Trump una fuerza redentora. Razón por la cual también perciben al liberalismo, cada vez que sale en defensa del pudor, como el guardián del tabú que tanto rechazan. Al fin y al cabo, la transgresión es el mito fundacional del trumpismo. De manera que lo que realmente sucedió el domingo pasado en el Madison Square Garden no fue más que un intento tras otro por parte de los oradores de mantener vivo el ánimo transgresor.
Pero hubo un comentario que parece haber ido muy lejos, llevando los ánimos republicanos de la trasgresión al remordimiento. Me refiero, por supuesto, a la comparación que hizo Hinchcliffe entre Puerto Rico y la basura. Tanto así que el propio Trump ha tenido que distanciarse de los comentarios del comediante. Y es que, a la larga, lo que hace al comentario tan diferente de los demás es que no mira de abajo hacia arriba, sino de arriba hacia abajo. No es antielitista, sino lo contrario. Y por eso no opera como mecanismo transgresor. Es incluso posible que el comentario le cueste al magnate la elección. Sobre todo, porque en el estado en el que probablemente se decidirá todo, Pensilvania, residen cerca de 500,000 votantes boricuas. Y hace cuatro años los demócratas ganaron el estado por tan solo 82.000 votos. Como dice la canción de Ángel Canales, "oye Puertorro del alma, el futuro está en tus manos".
SANTIAGO VARGAS ACEBEDO