“¿Por qué ya no contestas al teléfono, Eduardo, Eduardo? / ¿Por qué ya no contestas al teléfono, si lo tienes a tu lado, Oh?” / “¡Oh! Porque aquí donde estoy no existe energía eléctrica. / No existe energía eléctrica ni ánimo para contestar a las propias preguntas, Oh!”
“Si estabas en lo mejor de tu vida y de tu obra, Eduardo, Eduardo, / si estabas en lo mejor de tu obra y de tu vida, ¿por qué dejaste que la flaca te apagara las luces, Oh?” / “Que me apagara las luces, venga, pero ni siquiera me dejó encender el último cigarrillo. / El último cigarrillo que pensaba que nunca se apagaría. ¡Oh!”
“Oh poeta del alma de quienes dejas, tus hijos, tus amigos y tus amores, / Poeta del alma de quienes dejas, ¿qué podemos hacer por ti desde este mundo breve, Oh? / “Las cuatro letras que dejé impublicadas bien podrían volverse públicas, Oh! / Son solo cuatro letras o un poco más, que considero dejé por fin bien escritas y dignas de ser leídas. Háblense con un editor que sepa valorarlas, Oh!”
Al poeta amigo de la vida que hace poco recibió tiquete para el viaje sin retorno, le envié hace muchos años una balada anónima escocesa del siglo XI, titulada 'Eduardo Eduardo', poema que nos rajó la cabeza.
“Así haremos señor poeta, ¡oh! Velaremos por tu obra, por tus libros y por tu puñado de tierra, / donde tenías una piscina siempre llena pero en desuso con esas tres palabras cruciales que resumirían tu filosofía del desapego: NADIE NADA NUNCA, ¡Oh!”
A Eduardo Escobar, el poeta amigo de la vida que hace poco recibió tiquete para el viaje sin retorno, le envié hace muchos años una balada anónima escocesa del siglo XI, titulada Eduardo Eduardo, poema que nos rajó la cabeza. Con base en él me permití, con ese irrespetuoso ánimo juguetón que me concierne, ensayar la anterior parodia.
Desde los comienzos del nadaísmo Eduardo se presentó como un bello y talentoso ángel nervioso en peligro de que el viento se lo llevara. Desde antes de que llegara a los 20 el aparatoso Elkin Gómez profetizó: “Eduardito, ¡lástima!, va a morir joven”. Y murió pasada la raya de los 80. Mientras el arúspice moriría hace añares, en la casa de campo de Eduardo, ya casi decrépito y en insoportable moribundia.
Muchos nadaístas incursionamos en la publicidad: Amílcar Osorio, Jaime Jaramillo Escobar, Pablus Gallinazo, Jaime Espinel, y tangencialmente Eduardo. Aparte de un copy que hizo para una lotería que me parece todo un cabezazo: “Salga de la de presión”, le abono ese llamado que hacía por los medios cada vez que editaba un libro:
“¡Cómprenlo, antes de que me agote!”. Días después de su partida acudí a librerías en busca de algunos de sus títulos y me di cuenta de que se habían agotado antes que él, Oh. Se exhibe en cambio la reciente edición en Intermedio de Escritos en Contravía. Zumo de sus columnas que por cerca de 40 años compartió puntualmente con mi ‘Contratiempo’, en EL TIEMPO.
Era muy riguroso con su estilo, en el que buscaba siempre le mot just flaubertiano. Los últimos años trabajó transformando y alargando sus poemas de la vida, en vista de su viraje ideológico, y dejó como testamento lírico Insistencia en el error, 30 poemas estrictos y nada erráticos, de lo mejor que ha parido Colombia. Él era así. Cuando uno lo felicitaba por un libro o un nuevo escrito de prensa, siempre decía: –Qué va, hombre, creo que me faltó revisarlo más.
Recibí la noticia de su muerte por una llamada de su hija Raquel, mientras me debatía en otra clínica en una incertidumbre que acaba de caducar. Era el amigo más antiguo que me restaba del movimiento, del cual quedo como el último de los “Trece poetas nadaístas” del primer libro. Menos mal quedan otros 20 de la segunda cochada y cientos por el mundo de posteriores.
Deja Eduardo una novela caudalosa, para mi gusto prodigiosa, en la que trabajó por 15 años en los altos de La Calera, Ejemplo de anamorfosis, que suspendió por un comentario soso de Álvaro Mutis. Últimamente había adelantado una biografía de su venerado maestro Fernando González, en cuya casa envigadeña Otraparte recibieron sus restos el homenaje final.