Una amiga que a veces me manda noticias de libros por el correo virtual me habló del que dedicó Kevin Birmingham a James Joyce, uno de esos autores que de tanto vivir con ellos se nos convierten en queridos de la familia más cercana.
Me encanta la chismografía literaria. Y la de Joyce resulta ser de lo más divertida aunque llevó una vida anodina de ‘pater familias’, profesor de inglés, empleado de banco y escritor ciego, uno más en la brillante pléyade de escritores ciegos que van desde el inasible Homero, si el nombre no designa una tribu de vagos macedónicos, hasta Borges que tantos Borges fue y Paul Grousac, pasando por el venerable John Milton. La biblioteca universal dice que Demócrito fue un ciego voluntario para poder ver la realidad. Cosas de los artistas.
Un irador le dijo: ¿usted me permite besar la mano que escribió ‘Ulises’? Y respondió. No. También hizo otras cosas.
Pero quién es Kevin Birmingham. Mi amiga no sabía. De modo que recurrí a la Wikipedia, la wiki, para los confianzudos. Pero Birmingham no aparece en el más vasto de los catálogos de la red. Hoy por hoy, quien no tenga un lugar la red es como si no existiera. Hasta yo figuro con pelos y señales y casi todos mis amigos están ahí contando sus vidas ficticias. Birmingham no. Y para ajustar, su libro no está en las librerías. Birmingham anuncia cómo será el futuro mercado de los libros. Después de dar vueltas por el laberinto de plataformas encontré que solo podía comprarse por correo. Mi amiga me contó que, según Birmingham, Joyce había muerto a causa de la sífilis. Yo siempre creí que lo había matado el bendito estómago. Y lo atribuí a su costumbre de tomar vino blanco que para mis gastralgias resulta fatal.
Leí la biografía de Gorman escrita cuando Joyce aún vivía y que lo deja bajando o subiendo una escalera, ya no sé ni importa: la de Ellman, minuciosa; el libro de recuerdos de Estanislao su hermano, la cosa de Stuart Gilbert que pretende describir la estructura de ‘Ulises’ revelada por el mismo Joyce, quien después confesó que le había tomado el pelo. Nadie habla de sífilis. Si Birmingham tiene la razón, podemos pensar en la demencia de su hija Lucía como una secuela del treponema pálido.
El libro de Birmingham fuera de la circulación de las librerías y cuyo autor padece la singularidad de no figurar en la Wikipedia como todo el mundo, es apasionado. Apela a un punto de vista original. Repasa la vida de Joyce a partir de las dificultades que encontró para publicar su libro y las que debió enfrentar después de que este empezara a correr el mundo con éxito ambiguo, pues es uno de los más mentados de la literatura católica y uno de los menos leídos. No es para lectores pasivos. Es un libro intrincado. Que para empezar extrema las unidades de tiempo y lugar de la estética antigua para enmarcar todas las desmesuras de la vanguardia en un solo día y un solo escenario, mientras resume los avatares de unas personas sin importancia colectiva que conviven en una ciudad triste.
‘Ulises’ parece una gran broma. En cuya elaboración el maestro artesano empleó un largo tramo de su vida embrollando las claves, explorando todos los estilos, el periodístico, el oratorio, el barroco, el romántico, el naturalista. Mientras le lagrimeaba el ojo rebelde se gastaba tramando un palíndromo o tratando de recordar un chiste de taberna de uso en el Dublín de su juventud cuando quiso ser cantante, hasta que encontró la literatura y se casó con una mujer humilde que no se sabía casada con un gran poeta, y a la que enviaba cartas escatológicas que hubieran obligado al mismo Rabelais a taparse las narices. Este año celebra el centenario de la novela emblemática del siglo XX. Eso quería recordar. El trabajo de Birmingham se llama: ‘El libro más peligroso del mundo’.
EDUARDO ESCOBAR