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La involución cubana

Los cambios solo pueden llegar de arriba como sucedió en la Rusia soviética en el siglo XX.

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Hace días escribí contra las marchas, y dije que las asonadas nunca mejoraron la vida en ninguna parte. Pensaba en las últimas peloteras colombianas, en los desmadres de los destructores puros que anunció el filósofo alemán, y que ahora se llaman “la primera línea”. Y no me voy a retractar, pensando con el deseo, porque las manifestaciones estén sucediendo hoy en Cuba, en una sociedad fosilizada, hechizada por la palabra ‘revolución’ reducida al abatimiento, fuera de la corriente de la comunidad de las naciones, al arrastre de una utopía contrahecha, de la fe en la quimera de construir un comunismo feliz desde la pobreza y una conciencia justa de la vida en el marco de los valores rancios del misticismo caballeresco, como la dignidad revolucionaria y la fidelidad a la fábula de David y Goliat, y ‘patria o muerte’, un llamado que hoy suena tan ridículo, pomposo e ingenuo como el “síganme los buenos” del Chapulín Colorado.
En el planeta interconectado por la red global de la información, en busca de las estrellas, de la clave de la inteligencia artificial inocua, de la inmortalidad por la reingeniería genética, la robotización industrial y las lunas de miel en la Luna, don Quijote es un arcaísmo, el rezago medieval de un ideario desbordado por las cosas hace tiempos.
Con razón se quisieron tanto Fidel Castro y García Márquez. Se debieron identificar en la capacidad para inventar mentiras gordas, barrocas. Las del uno resultaron sin daño para nadie a la larga, pues solo pretendían ser placenteras. Las del hijo bastardo del español de Láncara en cambio plagaron el continente americano de espejismos con las diabluras dialécticas de sus discursos arrolladores. Las guerrillas negras infestaron las metrópolis del capitalismo calvinista al norte, jipis descabellados mezclaron en un coctel viscoso las visiones satánicas del LSD con el culto del Che Guevara y descuartizaron empresarios y divas de Hollywood, y en las barrosas capitales católicas de Suramérica montones de intelectuales de las clases medias cayeron en la ilusión de que encarnaban a Simón Bolívar como paradigma del antiimperialismo, cogieron el camino de los rastrojos y se hicieron criminales.
Son incontables los amigos que se me tragó la tierra inmolados en la banalidad de llevar a la práctica la tortuosa teoría del foco cheísta, por la cual doce apostólicos misioneros de la ametralladora podían transfigurar el reino de la necesidad en libertad humana, ayudados por la inevitabilidad de los procesos históricos. Todos conocemos el armazón argumentativo de esa noción del martirio cristiano traducido a la jerga del materialismo dialéctico. Y sus secuelas: el pánico experimento chavista y la Nicaragua de Rubén Darío y Cardenal.
El mundo ha sido siempre un lugar loco. Tanto que los hombres tuvieron que inventar los dioses para justificarlo. Pero los dioses resultaron copias empeoradas de ellos mismos. Los olimpos, desde los del Oriente extremo poblados de dragones hasta la familia disfuncional de las divinidades griegas que nos atañen más, fueron nidos de envidias, canibalismos, traiciones y venganzas. Tal vez por una incierta inclinación al desorden que tratamos de mitigar con el maquillaje de las virtudes y que retrasamos con los pactos.
Las marchas por la libertad y la vida contra el ‘patria o muerte’ no conseguirán más que lo de siempre en todas partes las marchas, somatizar una enfermedad que solo se cura desde las altas instancias del poder. El pueblo solo pone los cadáveres desde el principio. Sobre todo en las sociedades cerradas, basadas en la rigidez espartana, los cambios solo pueden llegar de arriba como sucedió en la Rusia soviética en el siglo XX. El desmonte del estalinismo caribeño solo puede ser obra de un hombre del aparato que vuelva en sí del embrujo como le pasó a Gorbachov, ahora un anciano a quien nadie le celebra los años aunque es un hombre decisivo del siglo XX, el único que venció un imperio sin una guerra desgarrándolo desde adentro. Uno se pregunta si en Cuba ya nació ese personaje providencial. Y si fuera mujer...
EDUARDO ESCOBAR

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