Wilhelm Reich, uno de los pensadores más notables del siglo XX, inspira una inmensa iración por su talento endemoniadamente original para diagnosticar las enfermedades del hombre moderno, y mucha lástima por la tragedia de su vida que hizo de él un paciente más de las pestes que pretendió sanar como médico. Obsedido por la intuición de una energía universal que podía envasarse para mejorar los orgasmos y mitigar las neurosis derivadas de la pobreza sexual de la sociedad técnica basada en la opresión, Reich, amigo de Sigmund Freud, se apartó de su tutoría hechizado como muchos entonces por el fantasma del comunismo, alentado por las noticias de un orden nuevo que al parecer se inauguraba en Rusia. Y abrió rancho aparte en la feria multicolor de sicofantes del sicoanálisis. Su libro Análisis del carácter es uno de los textos más intrigantes de la profusa literatura sicoanalítica.
Especie de Tesla de la sicología, Reich es contemporáneo de Joyce, que desde la ceguera relativa escribió la novela paradigmática de su siglo: la del antihéroe del rebusque publicitario que tiene un gato como mucha gente y carece de importancia colectiva como casi todo el mundo, la odisea de un don nadie sobreviviente en un Dublín dividido entre el espíritu del internacionalismo y el culto de lo étnico. A medias consciente de que lleva puestos los domésticos cuernos, asiste a un funeral, se asoma al almorzadero de los amigos, va a la oficina de un periódico y participa de lejos en una eucaristía mientras se deja excitar por una muchacha coja. Y todo sucede no en el no ser, que sería mucho, sino en la incoherencia, en un batiburrillo de hechos anodinos sin significado aparente. La novela encarna el caos del inconsciente en Leopoldo Bloom. Poldito, para los suyos, lleva en el bolsillo un jabón que le encargó su mujer, una cantante sin futuro que se acuesta con su empresario. Y él sabe.
Reich y Joyce son contemporáneos de los hombres huecos de Eliot; de Gurdjieff, teórico de la liberación de la vida mecánica; de Sartre, que hizo el milagro de fundar un humanismo ateo a partir del existencialismo paulino de Kierkegaard y del jesuitismo de Heidegger. Y de Pound, genial y generoso. Aunque al comienzo de su carrera Reich se puso del lado del proletariado, después descubrió su rencor por el hombrecito masivo. La masa, la marxista, supuesta hacedora de historia, y la dinámica de Whitman, dejaron de ser para él fuerzas positivas y se le convirtieron en la turba sonámbula y enferma, carne de cañón y degüello, incapaz de amar, convencida de que todo se le debe y acomodada a lo que llamó la plaga emocional.
Reich pertenece a la poesía tanto como a la siquiatría. En equilibrio entre el profeta provocador y el farsante, acabó en un manicomio.
La lista de los fracasos del pensamiento moderno debe empezar por el drama de Nietzsche vencido precozmente por la dolencia que habría matado a su padre o por la espiroqueta contagiada por una muchachita oriental en un burdel. La crónica de la filosofía del siglo XX es un circo triste que reseñó sin amargura Mark Lilla en una obra desoladora, Los pensadores temerarios. Reich pertenece a la poesía tanto como a la siquiatría. En equilibrio entre el profeta provocador y el farsante, acabó en un manicomio. Como Pound. Para quien el problema del mundo está en los bancos y en el absurdo de convertir el dinero en mercancía. Todos sus bienes cabían en una maleta. Pero no se sentía orgulloso por eso. Solo más cómodo.
Reich se separó de la ortodoxia sicoanalítica hacia una teoría propia del carácter acorazado que se manifestaría en las tensiones musculares. Y supuso que rompiendo los síntomas rompía la resistencia al tratamiento, sin someter al paciente a la dantesca travesía, a bordo del diván freudiano, por los escollos del tortuoso complejo de Edipo. Y comenzó a fantasear con acumuladores de energía cósmica. Y con la certeza de que era protegido del escarnio de sus colegas por poderes intergalácticos, con la aquiescencia del ejército norteamericano, según contó su mujer en el libro de sus recuerdos.
EDUARDO ESCOBAR