Al cerrarse el 2019, el profesor de Harvard Steven Pinker escribió un breve ensayo para darle la bienvenida a la nueva década, con montones de optimismo (Financial Times, 28/12/2019). Fue un mensaje fundado en la creencia en el progreso, que me sirvió para recibir el 2020 con buenos ánimos.
Pocos días después, la sombra del coronavirus se extendió por el mundo.
“¿Cómo enfrenta un liberal optimista la pandemia?”, le preguntó a Pinker la revista New Statesman meses más tarde (24/6/2020). ¿No era acaso esta tragedia una prueba irrefutable de los errores de sus tesis ilusas? ¿Seguía creyendo en sus ideas sobre el progreso?
“El progreso –respondió Pinker– no es nada más o menos que el fruto acumulado de los esfuerzos humanos para resolver problemas”. Y precisó: “Los problemas son inevitables, nuevos problemas pueden emerger, progresamos en la medida en que los resolvemos”.
El momento de aquella entrevista, mediados de 2020, coincidió con el que fuese uno de los picos más agudos en los vaivenes de una crisis prolongada. A la pandemia se fueron sumando otros problemas, muchos centrados en Estados Unidos, donde las perspectivas de la ‘Trumpcracia’ proyectaban un mundo en franco retroceso. O, en el mejor de los casos, de frenos a los avances en tantas áreas de la sociedad.
Las críticas de Gray ameritan mayores reflexiones. Importa registrar sus reclamos para repensar los paradigmas de quienes han creído en la posibilidad de seguir construyendo una sociedad liberal.
“Tiempos oscuros” fue la calificación del momento por parte de New Statesman. Al cerrarse el siglo XX, observaba el editorial de la revista inglesa, “las narrativas maestras de las grandes teorías de la revolución y el progreso eran ya cosas del pasado”. Un presente de crisis y un horizonte borrascoso.
No hemos salido aún de la pandemia, pero las conquistas de la vacuna, impensables hace dos años, pueden servir para mostrar la existencia del progreso. Es más fácil identificar los avances científicos que los sociales y políticos. Sin embargo, las predicciones apocalípticas sobre el fin de la democracia estadounidense no han ocurrido. Los esfuerzos por construir un mundo amable a la diversidad humana continúan, y también con avances visibles.
Por supuesto que sobreviven problemas. Sobrevendrán otros. Vivimos ya en medio de una tragedia ambiental. Las tropas rusas en la frontera de Ucrania han acaparado los titulares del nuevo año –otra señal de incertidumbre ante las posibilidades de consolidar cualquier paz mundial–.
¿Niegan estos y otros serios problemas la idea del progreso?
Parece que seguimos en tiempos oscuros.
Por lo menos ese fue el mensaje de la edición reciente de New Statesman: ‘La luz que fracasó’ fue el titular que acompañaba a su portada sombría al anunciar su artículo central, un intercambio entre el filósofo John Gray y el columnista de The New York Times Ross Douthat sobre la crisis del liberalismo (28/1/2022).
Gray se ha convertido en una de las voces más críticas de la noción del progreso o, mejor dicho, de la creencia en el progreso más allá de la ciencia.
En la edición reciente de New Statesman se defiende de quienes lo han catalogado de fatalista, aunque insiste en señalar la decadencia generalizada del mundo contemporáneo, en particular la del mundo “occidental”, que asocia con la crisis del humanismo liberal, en fatal erosión. Gray sostiene que las “sociedades liberales solían ser más tolerantes de lo que son hoy”.
Las críticas de Gray ameritan mayores reflexiones. Importa registrar sus reclamos para repensar los paradigmas de quienes han creído en la posibilidad de seguir construyendo una sociedad liberal. No es fácil, sin embargo, identificar cuáles son sus alternativas. Y las experiencias de estos dos años bajo la pandemia deberían infundir mayores esperanzas en el progreso.
EDUARDO POSADA CARBÓ