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El calvario del poder constituyente

La gente está viendo que son los alcaldes y gobernadores los que asumen resolver los problemas.

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PROFESOR TITULAR DE LA UNIVERSIDAD NACIONALActualizado:

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El presidente Petro está atado de pies y manos. No tiene el espacio fiscal para cumplir las promesas de acueductos, carreteras o escuelas que hace en las que ahora llama asambleas constituyentes. Primero, porque no sabe cuánto cuestan esas obras y segundo, no tiene los equipos de ministros y directores capaces de estructurar y gestionar en el corto plazo esos proyectos.
¿Qué significa que no tenga espacio fiscal? Simplemente que no tiene la capacidad para generar nuevos recursos o para mover los disponibles de un sector a otro, de manera que le permita liberar fondos para hacer las obras prometidas. Su obligación como gobernante le impone cumplir con el pago de los compromisos adquiridos con el Sistema General de Participaciones, con los traslados para los pensionados, con las nóminas de funcionarios y servidores públicos, con el servicio de la deuda externa e interna que se ha adquirido y con las vigencias futuras, con las que se han puesto en marcha obras en las distintas regiones del país.
El problema no está en que su margen de maniobra para impulsar nuevos proyectos sea cercano a cero. En las mejores épocas, los gobiernos apenas podían tener un margen de más o menos el 10 % del presupuesto para asignar a inversiones que consideren de prioridad gubernamental. El problema está en que los mecanismos existentes (como el sistema de concesiones) se encuentran en un desorden tal que ningún gobierno de izquierda o de derecha podrá encontrar una salida inmediata al problema.
Pero el Presidente está convencido de que, para conseguir los recursos que necesita, lo mejor es optar por la vía de tomar el dinero de las vigencias futuras comprometido con las obras de infraestructura que pudieran tener dificultades de ejecución, para destinarlas a los acueductos o escuelas que la gente necesita. Alguien le habrá dicho que eso no tiene problema. Que, si bien las vigencias futuras están amparadas en un contrato, el hecho de que no se estén usando (porque son obras inconclusas, o están mal gestionadas) le permite tomar ese cupo para invertirlo en otro sector. Y que, además, van a pasar años antes de que los tribunales juzguen ese proceder.
Si el Presidente no recoge rápido las velas, vamos hacia una constituyente cuyo camino estará marcado por más cruces que altares, en el que la Nación va a quedar reducida a un cascarón.
El problema está en que, sin espacio fiscal, no hay espacio político. Para los asambleístas, el discurso del poder constituyente es real si hay obras concretas. El resto es carreta. Pero para la gente en los territorios afectados por la decisión presidencial, la suspensión de una obra en marcha (o dejar sin recursos una obra suspendida) desata una confrontación cuyos costos económicos y políticos nadie está dispuesto a asumir. Y aunque no lo crea, en ese escenario Petro lleva las de perder.
Lo sucedido en Antioquia ya marca una línea roja al Gobierno Nacional. La movilización que ha desatado la iniciativa de hacer una ‘vaca’ para terminar las vías que la Nación se resiste a concluir está alcanzando una magnitud inimaginada. No tanto por el dinero que recoja, sino por el poder político que (sin ofrecer nada a cambio) es capaz de desatar en todos los sectores políticos y sociales del territorio antioqueño.
Pero ese solo será un referente que pone en evidencia que, mientras Petro está dedicado a promover el poder constituyente en los pueblos (ofreciendo lo divino y lo humano), en los departamentos y municipios la gente está comenzando a ver que son los alcaldes y gobernadores los que de verdad están asumiendo la tarea de resolver los problemas de seguridad, educación, salud o empleo que viven a diario. Tanto que los congresistas ya están entendiendo que su reelección no depende de la mermelada de Petro, sino del apoyo político de los gobernantes territoriales a sus propuestas políticas.
Si el Presidente no recoge rápido las velas, vamos hacia una constituyente cuyo camino estará marcado por más cruces que altares, en el que la Nación va a quedar reducida a un cascaron y las regiones como realidades políticas, económicas y sociales que no quieren ser autónomas. Cada vez más, querrán ser independientes.
* Profesor titular, Facultad de ingeniería, Universidad Nacional

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