El capitán de corbeta Alberto Ospina Taborda cumplió la semana pasada 100 años. La Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales le otorgó su distinción más importante: la medalla General Santander. Algunos acompañamos a la presidenta a la entrega y encontramos al Capi Ospina como siempre, erguido, con una agilidad física que envidiarían algunos jovencitos de sesenta, y con sus acostumbradas inteligencia aguda y memoria sorprendente.
Algunos lectores se sorprenderán de que yo hable de un capitán de corbeta; pasa con él lo que alguien decía de otro personaje: "es tan, pero tan importante, que poca gente sabe quién es". Me tomaré entonces la libertad de contarlo; le conviene a este país tan necesitado de ejemplos de éxito honesto.
Nació en Titiribí, Antioquia, en una familia cafetera. Antes de terminar el bachillerato viajó a Bogotá a buscar oportunidades. En 1946, se enteró de que la Armada abría un concurso para cadetes, se presentó y le fue muy bien. Dejó la Armada más de veinte años después con el grado de capitán.
No abandonó la Escuela Naval como la encontró. Durante esos años lo comisionaron para estudios superiores en Estados Unidos y logró entrar al MIT, donde se graduó de magíster con una tesis que todavía se usa en investigaciones de radioastronomía. Logró que su Escuela fuera reconocida como universidad con títulos en pre y posgrado.
Por sus conocimientos lo solicitaron del Ministerio de Comunicación en comisión para ejercer el cargo de director general, y de ahí pasó al Ministerio de Hacienda. Él fue el inventor del NIT, que todavía se usa, e instaló el primer computador.
Durante años ha sido amigable componedor de todos los problemas y conflictos, porque es la persona más amable y más optimista de nuestra comunidad científica.
La necesidad de promover la ciencia y la tecnología en el país fue su obsesión. Estando en el MIT una comisión para mejorar la enseñanza escribió un nuevo texto de física. Pidió permiso para traerlo, lo tradujo y armó un curso, para mil maestros. La Unesco había declarado a los sesenta la "década del desarrollo científico". Él asistió a la conferencia de apertura en Ginebra y a su regreso le propuso al ministro de educación Gabriel Betancourt Mejía montarse a ese tren.
El presidente Carlos Lleras Restrepo aceptó la idea de inmediato. Así nació Colciencias en 1968; el Capi fue su fundador, organizador y primer director. Recorrió las universidades para convencerlas de crear centros de investigación y les ofreció para eso apoyo económico del Estado. Impulsó, con otros pioneros, la idea de una organización de la sociedad civil que apoyara la ciencia y así surgió la Asociación Colombiana para el Avance de la Ciencia A.C.A.C. (Hoy AvanCiencia).
Cuando salió de la Armada, porque todas esas ocupaciones no le permitían continuar la carrera de oficial, fundó una empresa privada de importación y suministro de equipos e insumos para laboratorios de investigación. La empresa quedó después en manos de socios cuando él ejerció todas esas absorbentes funciones públicas. Funciones que no le impidieron construir una vida familiar rica, con su esposa de toda la vida, y sus seis hijos.
Es imposible contar todos los detalles de su prolífica vida. A mí me pareció de particular interés que durante sus esfuerzos para mejorar los programas de enseñanza de las ciencias, consiguió la ayuda de una joven norteamericana, voluntaria de los Cuerpos de Paz, la bióloga Lynn Margulis (entonces esposa de Carl Sagan), muy conocida después por su teoría del origen de las células eucariontes (célula con núcleo) por simbiosis sucesivas de bacterias. Es una reconocidísima evolucionista.
El Capi Ospina (así lo llamamos todos) no ha dejado de trabajar por la ciencia colombiana ni un día. Durante años ha sido amigable componedor de todos los problemas y conflictos, porque es la persona más amable y más optimista de nuestra comunidad científica.