Es seguro que muy pocos de mis lectores hayan oído hablar del personaje que menciono. Lo he tenido en cuenta para mi columna de hoy por haber fallecido en Madrid (España) el 10 de diciembre último, precisamente el Día Internacional de los Derechos Humanos –de los que fue incansable defensor–, y porque la trayectoria de su vida está matizada de acontecimientos que dejaron huella en la historia de su país, Chile, y en la producción literaria de Gabriel García Márquez (Gabo).
Danilo del Carmen Bartulín Fodich nació en la ciudad de Castro, capital de la isla Chiloé, en junio de 1937. En 1963 recibió el grado de médico en Santiago. Poco después inició su amistad con el político Salvador Allende, quien, al asumir la presidencia en 1970, lo designó médico jefe de la Casa Presidencial. Refiere el profesor español Juan Valentín Fernández en su obra Los médicos de Macondo que el 11 de septiembre de 1973, cuando ocurrió el devastador ataque militar al Palacio de la Moneda, el médico Bartulín era uno de los pocos de sus colaboradores que lo acompañaban. Allende le dijo: “Danilo, tú has sido mi mejor y más leal amigo. Si quedo herido, pégame un tiro”. “Presidente –le respondió Bartulín–, usted es el último que tiene que morir aquí”.
Al día siguiente del golpe de Estado fue detenido, sometido a tortura y enviado luego al campo de concentración de Chacabuco. En 1975 salió exiliado hacia Venezuela y más tarde a Ciudad de México, donde conoció e hizo amistad con Gabo, convirtiéndose en el médico de cabecera de la familia García-Barcha.
Tuvo su amistad con el político Salvador Allende, quien, al asumir la presidencia en 1970, lo designó médico jefe de la Casa Presidencial. Y fue uno de los médicos que sirvieron de asesores a Gabo
En 1978 Gabo creó la Fundación Habeas a favor de los presos políticos torturados, exiliados y desaparecidos por los regímenes totalitarios de Latinoamérica y el Caribe. Bartulín fungió como secretario ejecutivo de dicha institución. En 1985 se residenció en España. En junio de 2023 interpuso una demanda de indemnización contra el Estado chileno por las lesiones causadas durante su detención. En agosto de 2024 se falló a su favor, por lo cual recibió la suma de 350 millones de pesos chilenos, que no pudo disfrutar a plenitud por lo poco de vida que le restaba.
En Crónica de una muerte anunciada, hay un capítulo muy irado por los médicos lectores, pues constituye una excelente narración médico-literaria. Me refiero a la descripción que Gabo hace de la necropsia de Santiago Nasar, llevada cabo en el local de la escuela pública y practicada por Carmen Amador, párroco de la localidad, quien había estudiado medicina en Salamanca sin alcanzar el grado, auxiliado por el boticario y por un estudiante de medicina que se encontraba de vacaciones. La descripción del cadáver y de los hallazgos de la necropsia han sido considerados como detalles forenses propios de un avezado especialista en la materia. Me permito transcribir apartes de esta pieza médico-legal:
“Siete de las numerosas heridas eran mortales. El hígado estaba casi seccionado por dos perforaciones profundas en la cara anterior. Tenía cuatro incisiones en el estómago, y una de ellas tan profunda que lo atravesó por completo y le destruyó el páncreas. Tenía otras seis perforaciones menores en el colon transverso, y múltiples heridas en el intestino delgado. La única que tenía en el dorso, a la altura de la tercera vértebra lumbar, le había perforado el riñón derecho. La cavidad abdominal estaba ocupada por grandes témpanos de sangre, y entre el lodazal de contenido gástrico y materias fecales apareció una medalla de oro que Santiago Nasar se había tragado a la edad de cuatro años”.
Entre los médicos que sirvieron de asesores a Gabo para elaborar el documento figura Danilo Bartulín. Al respecto, este le confesó al profesor Juan V. Fernández: “A veces, cuando estaba escribiendo alguna novela o algún cuento, me pedía que le explicara cómo podíamos matar o enfermar a algunos de los personajes y describir los síntomas de la enfermedad. Fui yo el que armó el informe de autopsia de Santiago Nasar en Crónica de una muerte anunciada, porque a Gabo le ponían pegas para consultar el original”.
FERNANDO SÁNCHEZ TORRES