En menos de ocho días, el nuevo presidente de Estados Unidos será Donald Trump. El mundo mira con expectativa el segundo periodo presidencial de este polémico personaje, y aunque muchos piensen –con algo de razón– que Trump plantea un cisma institucional y puede representar un peligro para la democracia, lo cierto es que el electo mandatario ganó bajo las reglas de juego que estaban planteadas y aun habiendo sido condenado, según las propias normas de este país, podrá asumir sus funciones como presidente constitucional de la potencia norteamericana.
Es cierto que en sus primeras intervenciones ha sugerido algunos disparates en materia de política internacional y aun cuando llegó a esta parte del mundo, hablando del canal de Panamá, todavía no ha mostrado mucho interés por la suerte de Venezuela y no ha hablado de Colombia en lo más mínimo. Si bien su secretario de Estado, Marco Rubio, conoce bien nuestro país y se ha pronunciado frente al acuerdo de paz, el narcotráfico y ha opinado sobre el propio presidente Petro, Trump no parece tener dentro de su lista de prioridades, establecer un diálogo con nuestro país u ocuparse de manera especial de lo que aquí ocurre.
Como sea, quien diga que no nos debería importar en lo más mínimo la forma en que el nuevo gobierno nos mirará o quien subestime una vieja y larga relación como la que tenemos con Estados Unidos se equivoca de cabo a rabo. Hay que insistir en no perder los puentes de entendimiento con esa nación, y por más distintos que luzcan Petro y Trump, los asesores del presidente colombiano y quien reemplace a Luis Gilberto Murillo en la Cancillería tendrán que inventarse un lenguaje funcional con la nueva istración.
Es obvio que mantener una relación saludable con Estados Unidos es buen negocio, y seguro que el mismísimo Petro entiende que no es buena idea pelearnos con quien ya ganó.
Por ejemplo, ya que Petro está tan interesado en la interdicción y, como dice, estamos en el periodo en que más cocaína se ha incautado en la historia, ahí tiene un filón de cooperación para profundizar con Estados Unidos, si a alguien en el Gobierno todavía le importa eso de dar resultados.
Tampoco se nos puede olvidar que viene la elección de un nuevo secretario general de la OEA y que en los sonajeros internacionales está el nombre de un connacional: el expresidente Iván Duque. Aunque es obvio que el actual gobierno colombiano hará todo lo posible por bloquear esa aspiración, a Marco Rubio le cuaja ese nombre y Estados Unidos puede terminar dándole el empujón que se necesita. De nuevo, Colombia aparecerá en el tablero geopolítico de Estados Unidos si esa idea se concreta.
Pero además, las cosas en estos dos años largos entre los dos países han funcionado bien gracias a los buenos oficios del embajador Francisco Palmieri, extraordinario amigo de Colombia, y será clave entender y dimensionar a quien llegará como nuevo embajador: el abogado Dan Newlin, que, aunque sepa mucho menos español que Palmieri, conoce bien a Colombia –y a Medellín en particular– desde hace más de 20 años y tiene buenos y viejos amigos aquí. Los encargados de estrechar relaciones tendrán que leerlo bien, saber cuáles son sus prioridades, como hombre pragmático que es, y abordarlo con temas que vayan más allá de la lucha contra el narcotráfico para hacer crecer la relación binacional.
Es obvio que mantener una relación saludable con Estados Unidos es buen negocio, y seguro que el mismísimo Petro entiende que no es buena idea pelearnos con quien ya ganó y regirá los destinos de los estadounidenses los próximos cuatro años, sobre todo porque, insisto, su elección fue legítima y reconocida por demócratas y republicanos. Aunque aparezcamos tan abajo en la lista de tareas de Trump, la nuestra será una relación de sube y bajas, no lo dudo, que, en cualquier caso, hay que mantener viva y fecunda en la medida de lo posible. Así son las cosas entre Estados Unidos y nosotros.