Cuando he estado lejos de Bogotá, los extraño tanto como a los cerros orientales, imponentes, que le sirven de marco a la ciudad. Que guían a los caminantes que apenas se empiezan a familiarizar con una ciudad que los ha acogido a todos, aunque no todos le respondan con gratitud. Que cambian de color a medida que el sol se eleva en el cielo... y también a medida que cae en un horizonte en el que a veces se dibujan los nevados, detrás de un cielo arrebolado e inspirador.
Tanto como los cerros me emocionan los cerezos, tan bogotanos.
Bogotanos, sí, aunque hayan llegado de otras latitudes y aunque en otros lugares sus frutos sean más apreciados –más grandes, más dulces– que estas cerezas pequeñas y un poco amargas de un árbol que se adaptó de tal manera a los suelos de la Sabana que hoy forma parte del paisaje capitalino.
Son pequeños y un poco amargos los frutos de estos cerezos de parque de barrio, dije, y quizás por eso no los ofrecen en los mercados. Pero a mí me gustan más que esas cerezas de carne generosa que importan de Chile, de Estados Unidos o de España, precisamente porque tienen un sabor particular, muy bogotano.
Las prefiero, también, lo confieso, porque me saben a infancia. Y estoy convencido de que los bosques de pinos a los que solía escapar en los recreos y los cerezos enormes que trepaba en busca de esos frutos particulares ayudaron a darles color a los años escolares, no obstante la estrechez mental del común denominador de mis profesores, entre los cuales hubo muy pocos maestros. O quizás por eso mismo: porque se convirtieron en un símbolo de juego y de oportunidad en medio de una educación confesional en la que se nos obligaba a creer sin preguntar y, en la medida de lo posible, con los ojos poco abiertos.
Adoro la época en que los cerezos bogotanos empiezan a mostrar sus frutos: algo que está sucediendo precisamente ahora. Y aunque la mayor parte de esas cerezas caerán al suelo cuando hayan pasado sus mejores días, algunas se convertirán en el premio de pequeños escaladores y otras llamarán la atención de los pájaros que han estado esperando este momento tanto como yo.
En cada temporada, sin falta, devuelvo a la tierra unas cuantas semillas de esas cerezas que me llevan al pasado: aunque cuando alcancen el tamaño de los cerezos enormes de mi infancia tal vez ya no esté para verlos.
Fernando Quiroz
@quirozfquiroz