Hace unos catorce mil millones de años nada existía: ni estrellas, ni soles, ni planetas, ni constelaciones, literalmente ‘nada’, ni siquiera el espacio que vemos, así esté vacío, o el tiempo que percibimos, así nada esté pasando. Algunos científicos explican esto diciendo que sí había entonces una ‘singularidad’, una súper-atracción gravitacional, que absorbía el espacio y el tiempo. Esto no lo entiendo, el espacio y el tiempo no pueden ‘absorberse’ y tienen que ser infinitos. ¡Mi problema!
En mi lógica elemental, desde cuando estudié física y matemáticas en bachillerato, tenía que haber un descomunal espacio y un tiempo en los cuales nada sucedía, ni cosas ni acontecimientos; eran ilimitados y eternos, así nuestra mente de hoy los distinga como porciones (volúmenes, figuras) o períodos (milenios, minutos). Bastaría imaginarnos un punto apartadísimo, el último, el más distante que se nos ocurriera, y siempre podríamos pensar en otro punto más lejano. El espacio, en consecuencia, nunca se acabaría.
Y bastaría especular sobre el comienzo del universo cuando sobrevino la gran detonación, el big bang, de hace 13.800 millones de años, y concluiremos que antes de tan extraordinario evento, de única vez, también habría una inmensidad desocupada y transcurrían interminables instantes, así nadie los estuviera contando o notando. Las matemáticas y la física avanzadas sostienen y comprueban que así no fue y que en el ‘big bang’ surgió todo, incluidos el tiempo y el espacio.
¿Que qué? Pues parece que el vacío absoluto nunca pudo ni podrá existir y ningún espacio, diminuto o descomunal, puede encontrarse totalmente desocupado. Si le extraemos a un recipiente hermético hasta la última molécula que allí pudiera encontrarse, dizque, de todas formas, permanecerá un alguito, un residuo extraño, un remanente raro, sin peso ni masa ni cualidades detectables. Los científicos ignoran qué es ese ‘algo’ que por siempre corretea por la supuesta nada, pero están seguros de que allí está.
El ‘tiempo’, ‘nuestro tiempo’, el que contamos con los calendarios y los cronómetros, existe porque en la Tierra apareció una especie capaz de sacarlo de la consciencia que lo percibía, de medirlo, de llevar registros de los eventos importantes que ocurrían y, muchos milenios después, sentarse, unos pocos selectos y sabios de ese gran grupo, a escribir narraciones históricas o fantásticas, asignándoles a cada una de ellas un cuándo y un dónde.
Muchos animales parecen tener la noción de duración, así no tengan relojes, y la utilizan como parte de su ciclo vital; se cree que muchos ‘saben’ cuándo van a morir. El reconocimiento de que el tiempo es preocupación exclusiva de los humanos no nos resuelve el problema, pues aún queda oscura otra gran incógnita: ¿Por qué algunos días nos parecen más largos que otros? ¿Por qué, con el correr de los años, sentimos como si el tiempo estuviera pasando más rápido? El tiempo ‘mental’, por supuesto, está fuera del alcance de esta nota.
Hace 13.700 millones de años nuestro universo surgió de una singularidad —un punto de densidad y gravedad infinita— que estalló y, antes de tal evento, ni el espacio ni el tiempo existían, por lo tanto, el big bang no tendría fechas anteriores ni localización. ¡Sólo los científicos pueden ‘asimilar’ esta declaración!
Según Stephen Hawking, el Universo, incluidos ‘nuestro tiempo’ y ‘nuestro espacio’, tuvieron un comienzo. El físico británico no está seguro si tendrán un fin. ¡Ojalá este desenlace se demore eternidades! Quizás en un futuro lejanísimo la vida se extinga en nuestro planeta y en todo el Universo. ¡Casi con certeza no somos únicos!
Sin embargo, el ‘tiempo’, el que muchos interpretan como perpetuo, incluido este columnista, transcurrió y transcurrirá por siempre, y el ‘espacio’ que ‘vemos’ y podemos medir, así sea con la ayuda de binóculos o telescopios, fue y será ilimitado y eterno, aun cuando ya no existan (o nunca hubieran existido) seres inteligentes para calcularlos o medirlos. Eso sí, insisto: esto es una opinión personal, no la de la física más avanzada.
GUSTAVO ESTRADA