Aunque se presumiera, por obvias razones, que voy a escribir sobre el paro camionero, no voy a hablar de él, sino de algo que me parece aún más preocupante. Voy a hablar de Pegaso. Digo Pegaso, no Pegasus, software sobre el cual hubo esta semana una alocución presidencial, mientras el país estaba bloqueado, con policía tratando de despejar vías y ya se veían las cortinas de humo.
Es inevitable referirse a Pegaso, ese camión, como el de Julia Julia, Julia de mi amor, la canción de Jorge Velosa, y a los demás camiones que transitan esta patria de autopistas y trochas, que esta semana apagaron motores y de paso al país. Primero debo decir que los camioneros son gente trabajadora, de largas jornadas, padres de familia. Tengo amigos al volante, como don Agapito y don Frenandino.
Se sabe que en esta Colombia, que no camina sobre rieles, porque dejamos acabar nuestros Ferrocarriles Nacionales, así como la Flota Mercante Grancolombiana, “la patria en los mares”, si los camiones frenan, frena el país.
Se detuvo, pero ayer paró el paro. Amanecimos con buena noticia, y el presidente Petro dijo: “Hemos resuelto más rápido de lo que pensaban y de la mejor manera el paro camionero”. Es un alivio. Por suerte se llegó a un acuerdo concertado, cuando el asunto ya era traumático, con peligro de choques y comenzaban el desabastecimiento y la especulación. Porque antes de que el Gobierno y los camioneros acordaran bajar de los 1.900 pesos, que era el aumento del diésel, a 800 pesos en módicas sumas de 400, hubo hechos que dejaron lecciones, pérdidas y dramas.
Con el paro camionero la gente camina y reduce llantas, pero también pierde citas médicas, o de trabajo, pierde tiempo y dinero, se cierran los colegios cuando los padres no están preparados para dejar a los niños solos.
Todo se soluciona dialogando y a lo mejor ese final debió ser el principio. Porque esos cuatro días largos nos costaron mucho, vimos y vivimos lo que siempre pasa cuando los queridos transportadores giran la llave a la izquierda, no la izquierda de Petro, sino a la que silencia motores.
La protesta es un derecho constitucional y todos tenemos la libertad de expresarnos y defender nuestras razones, pero siempre será bueno agotar los caminos del diálogo. Y que los gobiernos tomen medidas después de socializarlas y sopesarlas.
Las escenas que vimos duelen. Fenalco dijo el miércoles que la economía podría perder 240.000 millones al día. Y los bloqueos viales son dañinos. Con el paro camionero la gente camina y reduce llantas, pero también pierde citas médicas, o de trabajo, pierde tiempo y dinero, se cierran los colegios cuando los padres no están preparados para dejar a los niños solos.
Así mismo, se presentan enormes pérdidas en exportación. Hay maneras de protestar y hacerse oír. El bloqueo, bloqueo en las ciudades es odioso. Hasta los entierros se vieron afectados. Vimos en un jardín cementerio del sur de Bogotá que el féretro no llegaba al camposanto en carro, sino llevado por los deudos atravesando separadores y calles por entre los camiones. Para morirse de la pena con los difuntos.
Los camiones de las basuras quedaron parados, con su carga que ya sabemos y olemos; los lecheros perdieron millones y ya no les valdrá llorar sobre la leche derramada. Fedegán calcula las pérdidas en 27.000 millones. A los avicultores se les puso la piel de gallina, porque se quedaron sin insumos y ya no tenían ni pío para darles a pollos y gallinas, y se informa que en los camiones murieron animales en las carreteras.
Era un pulso. El más importante, tal vez, en dos años largos de un gobierno que ya comienza a pasar aceite. Y seguramente hay razones de parte y parte, el Gobierno iba en tercera y se bajó a primera, y el Fondo de Estabilización de Combustibles seguirá con el tanque vacío. Ese es el resumen. Pero la gran lección para ambas partes es concertar antes de frenar, porque en estos paros, como en las guerras, perdemos todos, especialmente el ciudadano de a pie. Ahora, a cumplir lo pactado.