Este espacio promueve la reflexión, en conjunto, sobre las complejas experiencias humanas en el tiempo, la comprensión crítica de nuestro presente y el fomento decidido de la imaginación histórica.
Este texto ha tenido un par de inicios y diversos temas. En principio, en el espíritu que anima a esta columna, quería tomar alguna capa de lo acaecido, compartirla con el lector e iluminar sus conexiones y fracturas con esta dimensión de lo presente: la viruela, la fiebre amarilla quizá, el terremoto de Caracas de 1812 y sus conexiones con la crisis del primer momento republicano. Las magníficas columnas de Victoria Estrada, sobre
epidemia y olvido, y la de Pablo Cuartas sobre el
confinamiento y las metáforas del cuidado, han comenzado a iluminar las complejas relaciones entre contagio, enfermedad y orden político. La del terremoto de 1812, que el agente comercial de Estados Unidos en la Guaira Robert Lowry calificó como un golpe fatal a la revolución en un pueblo crédulo y supersticioso, será materia de otra columna.
Estas líneas se dedican más bien a explorar una perplejidad sobre los tiempos que corren y sobre nuestra experiencia del tiempo hoy –si se me excusa la redundancia–. ¿Puede aportar, en algo, la teoría de la historia para intentar comprender algunas dimensiones de estos días que pasan? Mi respuesta es sí y no.
No: como nos lo recuerda George Simmel, pues existe algo así como un umbral de “desmenuzamiento” histórico y la historia, a pesar de su pompa y entusiasmo, no puede comprenderlo todo. Para quienes vivimos hoy hay algo de todo esto que no podemos asir por completo. Aruñamos, pues, algunos escenarios, imaginamos incluso, pero no comprendemos, jamás, la perplejidad que significa vivir por estos días. La historia, de lo acaecido o de lo presente, no puede entretejer las historias, los hilos de las vidas humanas que se esfuerza en comprender sino, solamente, de manera inacabada y parcial.
Sí: en algo, y de manera limitada, nos permite comprender los desgarros y las capas de experiencia de los días que corren –aquellas experiencias de vértigo y sin salida, para unos, de asfixia, para otros, de paciencia, para algunos tantos, de normalidad anestesiada, para otros–. Y es que son estas experiencias las que se van acumulando en capas, sedimentando, para crear nuestra contemporánea concepción del tiempo. Nos recuerdan que el tiempo existe en tanto las actividades humanas se intersectan con los marcadores geofísicos, cuando las capas de experiencia se acumulan, se entretejen, se desgarran, se dotan de sentido y se hacen girones.
Conocidos y distantes me han referido un cierto vacío y, al mismo tiempo, un cierto vértigo temporal: que el tiempo pasa muy rápido, que un día parece remedo del otro, que la rutina desgasta, que los límites entre lo público, lo privado y lo íntimo se difuminan, se relajan, se elongan, desaparecen y reaparecen con furia, con rabia, con nostalgia. Que el tiempo, en últimas, distorsionando a Walter Benjamin, se experimenta, como vacío y homogéneo, como un martillar, una secuencia a la que es imposible escapar. Y también se dice que está más lento el tiempo, que transcurre como suspendido, que pasa sin pasar y lo arrolla todo. Que un día es una mueca del anterior, que el tiempo ha sido largo o corto. Y también las expectativas de un tiempo por venir se relanzan: “cuando esto acabe,” “cuando esto pase”, cuando, cuando, cuando… Las esperanzas depositadas en el adverbio relativo parecen aludir a una experiencia prometida, no consumada, pospuesta. Tiempos de rutina para algunos, de espera para otros y de angustia para muchos.
El sabio Norbert Elias nos ha recordado que el tiempo es experiencia y experiencia sedimentada y puesta en relación con algunos marcadores geofísicos. Espera-expectativa-elongación//vértigo-velocidad-desconcierto//inmovilidad-lentitud-asfixia, tales parecen ser algunos de los entramados de experiencia que urden los tiempos que corren.
¿Cómo comprender entonces tan disímiles experiencias del tiempo que vivimos hoy?
Todo parece indicar que estamos inaugurando un nuevo “tiempo histórico”, y la consciencia que tenemos de tal fundación parece, cuando menos, borrosa. No sabemos, en últimas, cómo se va a construir esta historia; la extraordinaria transformación que se vive queda de fondo cuando de vivir se trata por estos días. Que este puñado de seres humanos en el planeta Tierra andemos viviendo esta experiencia queda en segundo plano con los azares de la vida hoy, con la mezcla de miedo, amor, esperanza, incertidumbre, solidaridad, vanidad, codicia (en gradaciones diferentes) que encontramos en el quehacer de estos días. Resulta muy difícil comprender lo que estamos viviendo del mismo modo que alguien que se beneficiará de distancia y perspectiva. Por otro lado, tenemos un conocimiento irrepetible que da sentido por primera vez a lo que sucede. Resulta difícil media entre esta percepción de los tiempos históricos y la dificultad humana de comprenderlos cuando estamos inmersos en el valor de lo acontecimental. La experiencia del hoy, quizá, también nos sirva para comprender que aquel carácter fundacional, celebérrimo, solemne, de algunos de nuestros momentos fundacionales también ha tenido algo de esta mezcla que hoy vivimos de asombro, expectativa, angustia, desdén y olvido.
Que estos tiempos que corren nos ayuden a recordar que podemos volver a la historia para iluminar posibilidades de lo humano. Que llenemos nuestra experiencia, en estos días, con nuevos sentidos, quehaceres, forjas. Con posibilidades dadas por la extraordinaria cantidad de capas que componen el tiempo de la experiencia humana.
Franz Hensel
Profesor de la Universidad del Rosario