¿En Colombia ser de izquierda es ser “petrista” como único destino? ¿Petro e izquierda se funden en una misma cosa? El culto a la imagen o el temor a la anulación, propios de modelos populistas, han suplantado el debate de ideas y les han restado capacidad crítica a ciertos sectores frente al Gobierno. Su única consigna es la férrea y obstinada defensa de su líder.
En el fondo, el Presidente representa una camisa de fuerza para la izquierda. Su marco ideológico sigue atado a la idea de que sociedad, política, economía y cultura se sustentan sobre la base de un antagonismo radical e irreconciliable de intereses. Soterradamente, alienta la lucha de clases como semilla de la causa revolucionaria que, en su visión, sigue siendo necesaria. Ya no desde la clandestinidad, sino desde la institucionalidad que lidera y que, paradójicamente, ataca porque la entiende como herencia de un establecimiento anquilosado y diseñado para perpetrar las injusticias sociales.
Si, en cambio, por fuera de las obsesiones del caudillo, la justicia social, la promoción y la redistribución de la riqueza y la protección del ambiente, se asumieran desde una izquierda renovada y enderezada a construir consensos posibles con las demás fuerzas políticas, seguramente su aporte sería fecundo para el país y para la transformación social. Pero para que esta izquierda se abra camino, deberá romperse el control o dominio que Petro ejerce sobre ella. Esa sería la izquierda sin Petro o por fuera de Petro.
Su visión anacrónica impide avanzar en la consolidación de un modelo creíble y sostenible de izquierda. Uno a la altura de los tiempos y necesidades hoy presentes –en un contexto de nuevos actores, ocaso de metanarrativas, pluralismo, búsqueda de la alteridad y multiplicidad de identidades– que obligan a superar dicotomías rígidas de izquierda o derecha con el fin de generar arreglos y soluciones suficientemente consensuadas a los problemas sociales.
No hay todavía en la izquierda colombiana quien se atreva a desafiar y cuestionar al Presidente. Sin embargo, no está condenada a un monolítico destino.
El aporte democrático de una izquierda moderna no puede provenir de la idea fracasada de la lucha de clases como motor de la historia. El empeño en esa dirección suicida será tan funesto como el que dejó para el país y la propia izquierda la lucha armada protagonizada por militantes que perdieron todo sentido de realidad y humanidad. El paso del dogmatismo armado al ideológico del antagonismo radical seguirá devaluando el peso político de la izquierda en Colombia.
Quizás algunos esperen que el petrismo pueda convertirse en el equivalente del peronismo argentino y así anclar durante generaciones un proyecto político cuyo eje gravitacional sea la figura de su líder asentado sobre un pedestal de subsidios. Ese camino, que encadena el futuro de la izquierda a la imagen de Petro, sin embargo, representa otra inconveniente fórmula de autodestrucción.
No hay todavía en la izquierda colombiana quien se atreva a desafiar y cuestionar al Presidente. Sin embargo, no está condenada a un monolítico destino. Históricamente no ha sido ajena a relevos transformadores. Felipe González, expresidente español, tan solo para señalar un ejemplo, demostró su capacidad para romper con los dogmas de la izquierda más ortodoxa y lideró exitosamente con consciencia y pragmatismo una izquierda alejada de las rancias ataduras de doctrinas anquilosadas. Siguió la huella de Berlinguer en Italia, quien contra el comunismo tradicional optó por la vía reformista y democrática.
Colombia necesita una izquierda moderna y vigorosa. Una donde puedan florecer nuevos liderazgos, que sea autocrítica y menos servil al miedo del veto que sobre ella ejercen los sectores más radicales. Si la izquierda no se libera de sus propios fantasmas y de la antigualla del odio de clases, catapultará en el poder a la derecha más peligrosa y reaccionaria.