De la corrupción el país está hastiado. Por eso nadie sensato se mostraría contrario a que se denuncie o metería las manos al juego por la clase política cartagenera. Basta recordar las vulgares grabaciones del exsenador y padre del gobernador de Bolívar, Vicente Blel, en plena campaña electoral, para reconocer que una auténtica plaga agobia a la Heroica.
Pero sería una verdadera tragedia para sus ciudadanos descubrir ahora que, además, eligieron un alcalde incapaz de gobernar o que tiene un trastorno de temperamento.
Es que, sin duda, el alcalde de Cartagena, William Dau, es taquillero y logra distraer la atención cuando despotrica de sus concejales como malandrines, sinvergüenzas, santurrones, hijueputas o maricas. Pero el camino de la ruptura, de acusar muchas veces sin pruebas o con falsedades, y por ende las retractaciones, tenderá a agravar los problemas. El tiempo de la campaña pasó hace meses y ahora lo que se espera es una eficaz y buena gestión. Si fuera solo para denunciar la corrupción, hubiera sido mejor que le otorgaran un programa de radio o televisión.
A diferencia de la inestabilidad de las istraciones en los cuatrienios pasados, la crisis de gobernabilidad que se incuba se une a la que puede ser una de las recesiones económicas más difíciles en la historia de la ciudad. No solo la construcción se verá impactada, sino que el turismo será de los últimos sectores que logre recuperarse de las consecuencias de la pandemia.
Recuérdese que William Dau ganó indignando a la gente, que la alcaldía es su primer cargo público en la vida; que no pensaba realmente en la posibilidad de ser elegido, por lo que no contaba con un programa de gobierno, sino solo con dos hojas que había escrito. Aunque eso en sí no es un problema, e incluso puede ser una ventaja, sí lo es cuando confunde la tarea de gobernar con su entrega a las redes, cuando se muestra irascible, pierde el control fácilmente; cuando en privado es uno y en público su estrategia es de fractura y de casar peleas. Si bien su gabinete está conformado por profesionales comprometidos, tiene poca experiencia en cargos públicos, al punto de que no contrató el Programa de Alimentación Escolar y apenas prepara el de vigilancia en los colegios, a pesar de que la istración pasada dejó los prepliegos listos.
En medio de los cuestionamientos de su gestión de la pandemia, se le ocurrió celebrar un contrato de 890 millones de pesos para el suministro de 10.000 mercados de ayuda humanitaria con la empresa Veneplast que, aunque dice dedicarse a todo, y que lo único que falta mencionar en su objeto es que construye naves espaciales, en realidad todo el mundo en Cartagena sabe que es una papelería.
Por si fuera poco, ahora su istración tiene que salir a cancelar un contrato de 390 millones de pesos para el suministro de refrigerios para los organismos de seguridad porque un familiar de la secretaria general, Diana Martínez, es socio de la empresa proveedora y esposo, de la representante legal.
Sería lamentable que la Procuraduría General de la Nación se apresurara a suspender el alcalde Dau, pues debiera tener la oportunidad de demostrar que los cartageneros no eligieron un demagogo o un hombre incapaz de gobernar. El asunto no es menor y merece la atención del Gobierno Nacional, de la ministra del Interior, Alicia Arango, para tender puentes antes de que estalle una crisis. Y merece también que la Alianza Verde, el Polo y Colombia Humana no se hagan los de la vista gorda porque un fracaso de William Dau lo sería también de sus partidos de gobierno.
John Mario González