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Pagarle a Bolívar por ideas

Hay congresistas de redes sociales que se dedican al escándalo y las propuestas inanes.

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Gracias a los matoneadores y no pocos zafios, el Congreso sin duda se gana el premio de villano de la historia del país. Si de algo sirviera, valdría la pena sumarse al linchamiento y hasta pedir su abolición. El ahorro sería mayúsculo. ¿Cuánta tranquilidad, además, se ganaría al evitar la rusticidad del senador Gustavo Bolívar?, quien por fortuna vive en una democracia imperfecta, porque si viviera en la sofocracia de Platón, no llegaría ni a las escalinatas del Capitolio. Igual les ocurre a congresistas de su bancada que solo estudiaron joyería, que no tienen la osadía de Margarita Rosa de Francisco de reconocer la impreparación para el cargo, que simulan con gritería y tuvieron la suerte de cobrar en votos la intangible herencia del nombre de su padre.
El Congreso está pues preso de demagogos dispuestos a explotar el fácil juego de las emociones y la indignación popular, como dice Alfonso Gómez Méndez. El asunto de fondo son las gravísimas cuestiones que se dejan de lado, como que la sociedad prefiera la cacería de brujas a mirarse a sí misma y abordar sus problemas, o que se opte por el desprecio institucional en vez del esfuerzo por entender los problemas medulares del Congreso y el sistema político. También, que desde los años 90 el país elige congresistas a punta de medios y redes sociales, esto es casi gratis, pero que defraudan al dedicarse al escándalo o, cuando no, a las propuestas inanes. Para su fortuna, los incautos tuiteros no les piden cuentas.
Me pregunto, ¿qué le quedó al país de los salarios pagados a Ingrid Betancourt para que tirara boñiga en el Congreso? ¿Qué de sustancial quedó de lo pagado a Claudia López para vociferar? ¿Acaso una consulta que costó 350.000 millones de pesos?
Con el sambenito de que ganan en exceso, el senador Bolívar insiste en que les paguen por sesión. ¿Tendrá un mínimo de idea de lo que habla y sus implicaciones? Claro, no se trata de defender a los legisladores, muchos de ellos embusteros e indefensables, pero sí a la institución a la luz del sistema político y la sociedad que tenemos.
Habría entonces que preguntar por qué no se ocupan de los centenares de funcionarios públicos, que como 420 procuradores judiciales II, terminan, con descuentos, ganando lo mismo que los congresistas, trabajan mucho menos, tienen menos obligaciones y gastos y rinden menos cuentas.
Si bien un congresista, incluidos gastos de representación, ganaba 32 millones de pesos, con descuentos recibía poco más de 22 millones. Sumas por supuesto sin importancia para un senador multimillonario, como Bolívar, o exageradas para congresistas tuiteros que escasamente salen de Bogotá y que no tienen más responsabilidad que con sus redes sociales.
Pero un parlamentario honesto de provincia debe pagar la vivienda de su lugar de origen, en la capital del departamento y en Bogotá. Otra cosa son las correrías políticas pueblerinas donde difícilmente les brindan un tinto gratis porque se asume que son potentados. Tal vez el país olvidó que la Constitución de 1991 adoptó en dicha materia uno de los regímenes de inhabilidades e incompatibilidades más estrictos.
Como si fuera poco, la mayoría de los congresistas se ven forzados a hacer una campaña tan exigente y costosa como para gobernador, pero muchas veces tiene más poder real el alcalde de Titiribí.
El país también subestima el aporte que hacen de cimentación nacional a través de la relación entre la provincia y Bogotá. Buena parte de la caída del régimen venezolano en los 90 fue debido a que los congresistas no tenían mayor relación con sus electores. Tal vez eso es lo que quieren y que lleguen más senadores trovadores como ‘Manguito’. Pero en ese caso, que mejor cierren el Congreso, o que le paguen a Bolívar por sus ideas; quizás tendría que devolver mucho dinero al erario.
JOHN MARIO GONZÁLEZ

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