Las razones pudieran ser más que suficientes para que Colombia elija un candidato de izquierda radical y dejara de ser el único país en América Latina sin alternancia ideológica presidencial. De un lado, no hemos vivido una dictadura en carne propia; existe un malestar agudo y un deseo de cambio profundo y radical, similar al que existía en la Venezuela de los años 80 y 90; la corrupción alcanza intensidades nauseabundas y, además, pareciera ser el momento de la izquierda y la oposición.
Pero de fondo, la razón de mayor peso es que se desconocen las causas, la raíz profunda de la crisis nacional, lo que deja el camino libre para las proposiciones absurdas y los disparates con arrogancia, al estilo de Hugo Chávez. Extravagancias como creer que buena parte de la solución consiste en perseguir a unos miles de contribuyentes o proscribir nuevos contratos de exploración petrolera, que, de ejecutarse, hundirían al país en una tragedia en el segundo día de gobierno.
Tan sencillo como que el dólar se treparía por encima de los 5.000 o 6.000 pesos; el déficit de cuenta corriente sería exorbitante; la inflación, que es el mayor impuesto a los pobres, saltaría por los aires; la economía se contraería y el costo del financiamiento público y el servicio de la deuda se desbocarían. Pero que no cunda el pánico, su propio instinto de supervivencia hará que recule en la oportunidad apenas propicia, para intentar manifestar que no dijo lo que dijo. El mismísimo guion según el cual no es expropiador.
Hay fenómenos que agarran a un país, lo desquician, lo desgreñan y solo se reacciona cuando se cae en la trampa.
Claro que eso poco importaría a sus huestes, ya que no se trata de presentar un discurso económico coherente. Y he ahí el gran problema. Porque nos podemos encontrar frente a dos escenarios. El primero es el de un precio elevado del petróleo o superciclo de las materias primas que les facilite la promesa de crecimiento monstruoso del Estado para convertir a la sociedad en subsidiada, para eliminar ese fango de la plusvalía y la iniciativa individual, porque para millones, aun para gente honesta y responsable, el problema es de pobres contra ricos. Eso lo que haría sería retrasar la pérdida de gobernabilidad y los consecuentes rasgos autoritarios, propios del socialismo del siglo XXI, como lo hicieron los regímenes de izquierda radical en América Latina con la bonanza de las materias primas de comienzos de siglo.
El segundo escenario sería que se encuentren sin espacio fiscal y descubran que, si bien es cierto que hay serios problemas de distribución de la riqueza o de un Estado cooptado por unas o muchas minorías, el asunto es, de lejos, muchísimo más complejo. Pudieran de repente descubrir que el problema hunde sus raíces en una sociedad en la que la corrupción se extendió a todos los estratos y estamentos, que subestima los valores de la frugalidad o el ahorro para alcanzar la respetabilidad; con poca productividad para elevar el nivel de vida, pero, sobre todo, una productividad afectada en extremo por un entorno de alta violencia, conflictividad, inseguridad jurídica y desconfianza que incrementa con desmesura los costos de transacción.
En ese momento, su discurso contestatario y confrontacional por décadas puede convertirse en agua de borrajas, y comenzar la desgracia nacional habida cuenta del deseo de perpetuación durante varios gobiernos. Habría que preguntarse, además, por los eventuales riesgos para la seguridad nacional y la integridad territorial con la ‘hermandad bolivariana’ como vecina.
Es que si Colombia fuera Chile o Perú o su líder fuera un Gabriel Boric o, al menos, un Pedro Castillo, las próximas elecciones difícilmente representarían un riesgo. A pesar de estar sumido en una espiral de ingobernabilidad desde hace seis años, Perú ha mantenido sus mercados al alza y su moneda se ha revaluado en los últimos meses. Ni qué decir de su déficit fiscal o de los niveles bajos de deuda de ambos países, aun con cotas históricas de gasto público. En esencia, países con enormes exportaciones de metales, sin ánimos suicidas, uno de los cuales paga un precio muy económico por la vacuna contra el populismo.
Pero como decía Arturo Uslar Pietri, hay fenómenos que agarran a un país, lo desquician, lo desgreñan y solo se reacciona cuando se cae en la trampa, cuando se trepida sobre la fosa.
JOHN MARIO GONZÁLEZ