No dudo que, a veces, correteados por el miedo, invadidos por la desesperanza y la ‘fracasomanía’ que se manifiesta de tanto en tanto, la fórmula de decir que todo está mal y que nada funciona resulta útil para hacerse con una alcaldía, con una gobernación o con la Presidencia.
Ya hemos visto que estos elementos movilizan al elector en circunstancias particulares pero, con frecuencia, los mismos que votan hoy con miedo son quienes mañana están más arrepentidos y buscan rectificar su posición inicial en la siguiente elección, con lo cual el sostenimiento de una estrategia basada en venderles catastrofismo a los ciudadanos no suele resistir el paso del tiempo.
En algún momento se necesita más que un discurso de miedo; se necesita ofrecer esperanza; que nos pongan a soñar con una región o un país mejor y no con uno del que debamos salir corriendo a la primera crisis. Por eso liderar ‘en negativo’ no es un buen negocio para los políticos en el mediano y largo plazo porque las narrativas destructivas terminan conspirando incluso en contra de quienes las promueven.
El liderazgo tiene que ser otra cosa: tiene que inspirar, tiene que convencer, tiene que conectar con la idea de la construcción colectiva de un futuro mejor o, de lo contrario, terminará marchitándose rápidamente sin consolidar proyectos políticos que vayan más allá de un periodo y pueden terminar sepultando para siempre la idea, por ejemplo, de que una izquierda democrática llegue de nuevo al poder.
Liderar ‘en negativo’ es coger el camino que parece más despejado pero que, al final, se estrella contra una pared que no deja pasar a nadie.
El presidente Petro ya no es el opositor que era antes, ya no puede hablar del “establecimiento” y del “poder político enquistado en la presidencia”, como si fueran cosas ajenas porque es él mismo quien lo detenta y representa ahora. No puede quedarse indefinidamente en la idea de que todo va mal y que nada de lo que encontró sirve, pues el adanismo con el que se aproxima a la necesidad de gobernar de manera eficiente se contradice con la obligación que tiene de construir sobre lo construido, si quiere avanzar en alguna cosa de verdad.
La sensación de desprotección de los colombianos crece tan rápido que cuando no hay una línea discursiva que invite al optimismo y proyecte la nación hacia adelante, no hay evidencia ni hechos que valgan; la gente se quedará con una percepción que siempre superará a la realidad.
En el caso de la oposición pasa lo mismo. La narrativa de que el país se salió de control resultará insuficiente en algún punto y los colombianos se preguntarán: “y si todo va tan mal, ¿cuál es el camino a seguir? ¿Qué me ofrecen para creer que, de verdad, puede haber una ruta mejor? Solo si existen auténticos líderes del otro lado del espectro habrá propuestas, habrá ilusión, habrá una campaña que invite a hacerles frente a los problemas siempre con un buen argumento o una política pública que llame al progreso.
Liderar ‘en negativo’ es coger el camino que parece más despejado pero que, al final, se estrella contra una pared que no deja pasar a nadie. Liderar ‘en negativo’ es plantearle un esguince temporal a la realidad para, en últimas, volver a ella y ver que tanto pesimismo no sirvió para nada.
Los empresarios colombianos saben liderar con optimismo, piensan en positivo aún en los momentos más difíciles y es por eso que el Presidente debería hablar con ellos, apoyarse en su concepto de país para lograr las necesarias transformaciones sociales. El acuerdo nacional, en ese sentido, es más con los empresarios, pequeños, medianos y grandes, que con los políticos. Es más con los colectivos ciudadanos que con las castas tradicionales. Pero, en cualquier caso, seguir liderando ‘en negativo’ no le va a servir a nadie, comenzando por el mismísimo Presidente de la República.
JOSÉ MANUEL ACEVEDO