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'El hombre que corría en el parque': erotismo de fina factura

El autor entretiene al lector con una historia de amor que termina en desencanto.

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Ambientada en España, con constantes referencias a Colombia, El hombre que corría en el parque es una novela estructurada en forma de diario, que al recurrir al WhatsApp como forma de comunicación entre sus personajes se vale de la tecnología para que estos expresen sus sentimientos. Su autor, Antonio María Flórez, es un médico egresado de la Universidad de Caldas, nacido en Don Benito, provincia de Extremadura, en España, que creció en Marquetalia, una población del oriente de Caldas, de donde era oriunda su señora madre. Con reconocimiento en Colombia como poeta, este libro es su primera incursión literaria como narrador. Y, a decir verdad, se revela como un buen cultor de este género. Pero, sobre todo, como un autor con destreza en el manejo del lenguaje erótico.
El diario es un género literario que data del siglo XVII. Samuel Pepys, nacido en Londres el 23 de febrero de 1633, graduado en letras en la Universidad de Cambridge, escribió un diario que, publicado en el siglo XVIII, se convirtió en fuente para conocer el periodo de la Restauración Inglesa. Es un texto escrito entre 1660 y 1669, donde a medida que narra los hechos de su época, el autor habla sobre su intimidad, sobre su vida privada y sobre la sociedad de su tiempo. Este diario debió haber influido en el médico colomboespañol para estructurar El hombre que corría en el parque. Lo digo porque en sus páginas el narrador cuenta que investigó en bibliotecas de España para conocer libros de este tipo. Y, por supuesto, porque quien lo escribe habla de intimidades; de sus relaciones sexuales, entre otras.
El hombre que corría en el parque se inicia con la carta que el director de una biblioteca le envía a la editora de una empresa editorial para darle a conocer un texto titulado El tinieblo, encontrado en una memoria que se le cayó en la calle a un hombre que tenía por costumbre correr en el parque Les Planes, en la población de Cornellá. Le sigue una entrada de dieciséis páginas llamada Prefacio. En estas palabras está la esencia de lo que se cuenta en el diario. Lo narra un boliviano que se hizo amigo del hombre que también jugaba baloncesto. Aquí dice: “Nunca había leído de un hombre esas confesiones tan románticas de sus relaciones más íntimas, de sus pasiones y sus querencias, narradas, así, con tanta crudeza, con tanto detalle y sin ningún recato”. Texto este, hay que decirlo, de gran calidad literaria.
Estructurado entre el 31 de enero y el 31 de diciembre de 2008, en el diario el médico registra cuánto corre cada día, el control de su peso, los platos que prepara, los libros que lee y las películas que ve. En esos once meses y un día cuenta la historia de amor que vive con Carolina Barral, una catalana que conoció en el hospital donde labora. También sus encuentros ocasionales con otras mujeres. Hasta la página final el lector asiste, asombrado, a un caleidoscopio de hechos matizados de escenas eróticas que van marcando un presente y un futuro en la vida de un médico irador de la belleza femenina, apasionado por la literatura, que vive solo en un apartamento, que cocina exquisito y que se desborda en pasión por esa mujer de senos turgentes que ejerce sobre él una atracción sexual inmensa.
El lector puede pensar que al personaje que escribe el diario donde consigna los diálogos que tiene con Carolina Barral a través del WhatsApp le falta carácter. Esto se percibe en la forma como la mujer, que es casada, maneja su relación con el médico. Todo porque es ella quien decide cuándo pueden verse para hacer el amor, que es lo único que el hombre busca con ella. Tanto, que se lo dice en un mensaje que le envía: “Me gusta que nos besemos, que nos abracemos, que hagamos el amor. No me gusta lo demás.” La de ellos es una relación regida por el interés en el sexo, nada más. De allí que el libro tenga tanto contenido erótico. Inclusive, no hay entre los personajes diálogos interesantes. Todo se ciñe a una pregunta: “¿Nos veremos hoy?” El amante debe someterse a los horarios que la mujer determine.
Los diarios, para ser novelas, necesitan tener lenguaje literario, un manejo narrativo donde se juegue con los tiempos y los espacios y, desde luego, el uso de la prosopografía. En este último caso, Antonio María Flórez demuestra maestría. Las descripciones físicas de los personajes son perfectas. Veamos el retrato que con su prosa descriptiva logra de Carolina Barral: “Es delgada, de estatura media, lleva el pelo suelto, ensortijado, cayéndole sobre los hombros. Usa oscuras sombras para los ojos y perfila en exceso sus cejas. En la mitad del labio inferior lleva un piercing que continuamente mueve con su lengua húmeda e inquieta. Huele a tabaco y porta un anillo en el dedo medio de la mano izquierda”. Aquí aflora el escritor formado en lecturas exquisitas, que ha leído autores que le abren caminos en este sentido.
¿Por qué El hombre que corría en el parque es un libro con un erotismo de fina factura? Porque el autor que pasó su niñez y su infancia en Marquetalia, Caldas, sabe manejar el lenguaje cuando de narrar escenas de sexo se trata. No cae en eso que Mario Vargas Llosa califica como exceso pornográfico, que riñe con la estética. Cuando narra los momentos en que el hombre y la mujer están en la cama muestra dominio del lenguaje porque destaca la entrega de los cuerpos sin necesidad de explayarse en el acto sexual. Hay poesía en esas descripciones. Veamos: “Me muerde en el cuello y en los brazos. Mi lengua se enreda en sus vellos, recortados y húmedos. Me hace dar la vuelta y me trepa. Me cabalga con placer”. Aunque en algunos párrafos el erotismo sube de tono, el lenguaje tiene sensualidad.
Esta novela de Antonio María Flórez, un poeta que ganó en el año 2003 el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá con el libro Desplazados del paraíso, tiene el estilo narrativo de El último diario de Tony Flowers, de Octavio Escobar Giraldo. Y en lo erótico, similitudes con El síndrome de Ulises, novela de Santiago Gamboa, y hasta con Cincuenta sombras de Grey, de E.L. James; hay en los personajes mucho de Christian Grey y Anastasia Steele. El autor entretiene al lector con una historia de amor que termina en desencanto. Todo porque al final Carolina le sugiere que busque otros caminos en el amor. El médico se resigna entonces a mirarla desde lejos, mientras ella camina por la calle, después de que sale del trabajo. Es un hombre que recibe amenazas. Sin embargo, el lector no alcanza a saber por qué.
JOSÉ MIGUEL ALZATE

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