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La Noche de los cristales rotos

Los vidrios destrozados sobre las calles y la sangre derramada fueron el principio de un holocausto.

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Hace poco el mundo recordó el 11 de noviembre de 1918. ¿Por qué? Simple: se cumplieron cien años del fin de la Primera Guerra Mundial, la confrontación bélica iniciada el 28 de julio de 1914 como consecuencia del asesinato en Sarajevo del heredero del Imperio astrohúngaro, que originó el intento de invadir Serbia. Ese día, Alemania aceptó las condiciones de un armisticio para ponerle fin a un conflicto armado que dejó más de diez millones de muertos. Mucha tinta se regó durante estos días para contarle al mundo cómo fue esa guerra y qué llevó a Alemania a rendirse ante los países aliados firmando un armisticio ratificado ocho meses después con la firma del Tratado de Versalles. Este, sin embargo, no es el tema de esta columna.
Hago mención a este hecho histórico solamente para demostrar cómo otro suceso, del que se cumplieron ochenta años el pasado 9 de noviembre, fue ignorado por los medios de comunicación. Se trata de la Noche de los cristales rotos, un hecho que prendió la chispa de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué pasó ese 9 de noviembre de 1938? Desde el mes de agosto de ese año, el Tercer Reich empezó su persecución contra los judíos. La inició cancelándoles la visa de residencia a aquellos ciudadanos que tuvieran ese origen. No importaba que llevaran décadas viviendo en tierra alemana. Diecisiete mil judíos fueron expulsados hasta la frontera con Polonia. Como este país se negó a acogerlos, debieron permanecer a la intemperie durante varias semanas.
¿Qué pasó luego? Un ciudadano judío, Herschel Grynszpan, que residía en París, en represalia por la medida tomada por el Führer, disparó contra el diplomático alemán Ernst von Rath, que trabajaba en la embajada de ese país en Francia. Lo hizo porque su familia sufrió la expulsión. Fue el 7 de noviembre de 1938. Enterado del hecho, Hitler lo calificó como una provocación contra Alemania. El sentimiento antisemita del nazismo se acrecentó. Aprovechando lo sucedido, el dictador endureció su actitud contra los judíos. No obstante ordenarle a su médico personal que estuviera al tanto de la evolución en la salud del diplomático herido, este falleció. A Hitler le interesaba que muriera. Esto lo haría aparecer como un mártir, y justificaría su persecución contra la comunidad judía.
¿Qué fue, entonces, la Noche de los cristales rotos? Una respuesta orquestada desde el Tercer Reich contra los judíos por la muerte del diplomático alemán. Cerca de cien ciudadanos fueron asesinados esa noche por una turba que incendió viviendas, quemó sinagogas, destrozó a piedra los vidrios de los almacenes, saqueó vitrinas, derribó a punta de pica edificios y sembró terror no solo en territorio alemán, sino también en Austria. El Gobierno no hizo nada para impedir los desmanes. El propio Joseph Goebbels, jefe de propaganda del régimen, auspicio el vandalismo, atendiendo órdenes de Adolfo Hitler. Con estos actos violentos les cobraban a los judíos la muerte en París del diplomático herido de bala por Herschel Grynszpan.
La Noche de los cristales rotos fue el inicio del exterminio judío por parte del nazismo. Los vidrios destrozados sobre las calles, las ventanas destruidas, la sangre derramada fue el principio de un holocausto que acabó con la vida de más de seis millones de judíos. Ahí empezó el régimen de Hitler a conducir hasta los campos de concentración a gente que el único pecado cometido era ser judío. Después vendrían las cámaras de gas. Todo cumpliendo el deseo de un hombre que buscaba la pureza de una raza. Quería que todos los ciudadanos fueran arios: altos, monos y de ojos azules. Se cumplía así lo programado por el régimen desde 1937, cuando dio inició a los pogromos, linchamientos de grupos humanos por cuestiones étnicas, culturales o religiosas.
Diez meses después de que cerca de treinta mil ciudadanos judíos fueran tomados por las hordas nazis para ser conducidos a los campos de concentración, el mundo vio asombrado como el ejército alemán invadía Polonia. Fue el 1.° de septiembre de 1939. Lo que pasó luego todo el mundo lo sabe. Los trenes cargados con miles de judíos para descargarlos en Auschwitz son imágenes que quedaron como testimonio de las atrocidades de un régimen que desató el mayor conflicto bélico de la historia. Hablar sobre la Noche de los cristales rotos, ocurrida hace ochenta años, es recordar una barbarie que el mundo miró estremecido. Sobre todo porque fue, como se dice al principio de esta columna, la chispa que prendió la Segunda Guerra Mundial.
JOSÉ MIGUEL ALZATE

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