El origen de las definiciones de la ideología política como izquierda o derecha estuvo en un hecho fortuito que tuvo lugar en el año 1789, durante el inicio de la Revolución sa, cuando se estaba discutiendo el peso de la autoridad real frente al poder de la Asamblea Popular. A la derecha se sentaron los leales a la corona y partidarios del veto real; a la izquierda lo hicieron los opositores del régimen, y en medio quedaron los indecisos o indiferentes.
Hay quienes dicen que este reparto del espacio se hizo para facilitar el diálogo dentro de cada una de las tendencias, y hay quienes afirman que la motivación fue la necesidad de hacer más sencillo el recuento de los votos, que, para ese entonces, era a mano alzada. Lo cierto es que sentarse así se les volvió costumbre y los empezaron a llamar los de la derecha y los de la izquierda, términos que se popularizaron y, posteriormente, se expandieron por el resto del mundo occidental.
Desde entonces, las distintas ideologías políticas siempre han sido vistas a partir de una línea recta que plantea un escenario dicotómico: a la derecha se ubican quienes dan preferencia a la libertad y a la izquierda se ubican quienes les dan mayor valor a los temas de igualdad.
Cuando uno entiende que el origen de estas definiciones no estuvo en un razonamiento lógico y profundo, sino que fue resultado de un hecho accidental, se pregunta si realmente los conceptos de libertad e igualdad son opuestos y excluyentes, y se cuestiona si vale la pena quedarse con esa rigidez conceptual, o si es lógico y viable avanzar hacia una nueva manera de ver la política.
La luz para esta nueva mirada también está en la Revolución sa y en la consigna que salió de allí: “Libertad, Igualdad y Fraternidad”. El hecho de que se hable de libertad e igualdad en un mismo plano evidencia que es falso el dilema en el cual debemos escoger uno a costa del otro.
Cuando uno entiende que el origen de estas definiciones no estuvo en un razonamiento lógico y profundo, se pregunta si realmente los conceptos de libertad e igualdad son opuestos.
Y más importante aún es el tercer concepto: Fraternidad. Este deriva del latín frater, que significa ‘hermano’. Si bien es el ideal menos mencionado y desarrollado, en el mundo actual es el que cobra más relevancia, por cuanto se refiere a la dimensión relacional y procura crear un lazo más sólido de entendimiento entre los hombres.
Es así como podemos pensarnos el ejercicio de la política desde una figura geométrica más parecida a un círculo, donde las personas se ubican en cualquier parte del perímetro mirando al centro.
Un ejemplo práctico de esto son las cumbres sociales de Valiente es Dialogar. Allí, personas completamente diferentes, con visiones opuestas sobre el Estado, la sociedad y la economía, con intereses contrarios, incluso antiguos enemigos, se reúnen “para encontrar puntos en común y generar consensos sobre temas estratégicos para la construcción de una visión compartida de país”. Se congregan alrededor de una mesa, donde nadie es más que nadie, demostrando que entre distintos también es posible escucharse, dialogar, debatir y cocrear sobre temas específicos. Lo hacen desde el reconocimiento, el respeto por la diferencia, la empatía y la solidaridad.
Otra manera más simple de ver todo lo anterior está en la óptica de Estado y mercado. Allí la disyuntiva desaparece cuando se le agrega el elemento que le falta al balancín para quedar en equilibrio: la sociedad. Una sociedad organizada supera la discusión de jerarquizar valores y es capaz de armonizar los propósitos de libertad e igualdad cuando pone la fraternidad como eje articulador del bien común.
No se trata de hacer cosas imposibles: se trata de reversar concepciones ilógicas sobre la forma como hemos visto las ideologías políticas durante años.
JULIANA MEJÍA