Paradójicamente, pese a que el Eln siempre ha sido una guerrilla pequeña y sin capacidad para la toma del poder, después de cinco intentos de negociación frustrados, lo único claro es que llegar a un acuerdo de paz con ellos es un verdadero reto.
A diferencia de las Farc, que era una organización piramidal, el Eln es una organización federalizada, compuesta por distintas unidades que operan con cierta independencia en el territorio. Tiene un proceso de toma de decisiones consensuado, que hace que, ante las diferencias, el camino sea no tomar decisión alguna. Además, en la práctica esta organización hoy está dividida en dos grupos, cuyos intereses y miedos difieren: los líderes, con quienes se negocia, que están por fuera del país, y los combatientes, que están en Colombia.
Hasta ahora, las conversaciones en el país sobre el tema han girado en torno a los asuntos procedimentales (garantes, protocolos y acuerdo humanitario), pero han omitido el tema de fondo: ¿por qué con este gobierno ellos sí tomarían la decisión de acordar la paz?
Aunque muchos creen que las condiciones actuales son inmejorables, la paz se negocia con el enemigo y, para ellos, Petro no representa a un enemigo, sino todo lo contrario: alguien cercano a su pensamiento e historia.
Así mismo, la viabilidad de la solución política realmente depende de que las ventajas de la paz sean mayores que las ventajas de mantener el conflicto armado. Y esto está sujeto a dos palabras fundamentales: oferta y alternativas.
La oferta es el trade-off, la zanahoria que ellos recibirían en caso de firmar un acuerdo. Para las Farc fue un intercambio de armas por política. En este caso, sería parecido a armas por mecanismos de participación de la sociedad civil. Más que por la participación política, este grupo propende a plataformas para la ciudadanía activa, donde se discuta la problemática del país y se ofrezcan soluciones, con énfasis en la política minero-energética.
La viabilidad de la solución política realmente depende de que las ventajas de la paz sean mayores que las ventajas de mantener el conflicto armado.
Las alternativas, por su parte, son lo que les espera en el futuro si no negocian. Cuando se van agotando, sus líderes se empiezan a hacer preguntas alrededor del para qué y el hasta cuándo su permanencia en las armas, y es allí cuando la posibilidad de un acuerdo de paz toma fuerza y se vislumbra como un camino deseable.
Es posible que, desde el punto de vista político, las alternativas se les hayan reducido, pero en los ámbitos internacional y militar, la situación sigue estando a su favor. La cúpula entiende que con el triunfo de Petro desaparece la motivación esencial por la que se alzaron en armas: la exclusión política, y que de permanecer en conflicto, correrían el riesgo de perder su carácter político y transformarse en una organización exclusivamente criminal que se lucra de rentas ilegales. Sin embargo, mientras países como Cuba y Venezuela los sigan protegiendo en sus territorios, probablemente los líderes no tengan incentivos para avanzar hacia la paz, por la incertidumbre que este escenario significa.
A su vez, para los combatientes que están en el país, el tema militar, visto como un cambio real en la correlación de fuerzas, se puede convertir en el punto de quiebre que los lleve a pensar en un resultado político como algo deseable. No obstante, después de la desmovilización de las Farc, ellos han expandido su presencia territorial y no han recibido golpes significativos.
La decisión de acordar la paz no es un asunto de voluntad, sino de conveniencia. La pregunta de fondo es si este gobierno está dispuesto a reducirles las alternativas, tanto las militares como las internacionales. De eso depende, finalmente, el éxito de un proceso de paz con el Eln.
JULIANA MEJÍA