En un hecho bastante significativo ocurrido a finales del año pasado, el primer ministro neerlandés, Mark Rutte, pidió perdón por el papel histórico que tuvo el Reino de los Países Bajos en la esclavización. Durante 250 años el Estado neerlandés permitió, fomentó, mantuvo y se benefició del secuestro de más de seiscientos mil hombres, mujeres y niños africanos que fueron separados de sus familias y enviados desde Ghana hacia principalmente Surinam y Guyana, pero también al nordeste de Brasil y a las colonias españolas en América.
Bajo la autoridad gubernamental de la Compañía de las Indias Occidentales, se despojó de su dignidad a las personas esclavizadas y se cometieron los más brutales crímenes, hoy considerados de lesa humanidad. Sobre la base del sufrimiento de los africanos en el Nuevo Mundo, el colonialismo y la esclavización proporcionaron a Estados y familias enteras una capacidad tremenda para comerciar y acumular riquezas. Capturaron personas y llegaron mercancías.
Por eso, aunque tardía, la isión pública de la responsabilidad del Estado neerlandés en el sistema esclavista es un necesario punto de partida que permite volcar los reflectores hacia un tema central para los movimientos sociales afrodiaspóricos en todo el mundo: las reparaciones.
Reconocer la magnitud de la esclavización como una tragedia atroz en la historia de la humanidad y establecer compromisos en clave de justicia reparativa son pasos fundamentales, que algunas instituciones en Estados Unidos ya han empezado a transitar. En este contexto, la Universidad de Georgetown ha reconocido que la venta de personas esclavizadas en 1838, entre las que se encontraba un bebé de dos meses, les permitió salir de la ruina financiera y establecerse como la institución de educación superior de élite conocida actualmente. La universidad norteamericana intenta responder a los llamados de justicia racial embarcándose en un proceso de verdad, reconciliación y reparación con los descendientes de los 272 hombres, mujeres y niños vendidos.
El impacto devastador de la esclavización ha dejado, en efecto, heridas profundas que continúan abiertas, minando la vida de los millones de personas que descendemos de africanos y africanas esclavizadas. De allí también, la insistencia de académicos, intelectuales y activistas afrocolombianos en la importancia de avanzar en una ruta para la reparación histórica de las comunidades negras, raizales y palenqueras afectadas no solo como consecuencia de la trata transatlántica y el colonialismo, sino también por la presencia de las violencias paramilitar y guerrillera en sus territorios.
En nuestro país, los llamados de reparación integral no pueden seguir siendo ignorados. Tampoco puede seguir ocurriendo que los horrores padecidos por millones de personas durante la esclavización se trivialicen para ser usados como falso homenaje dentro de un concepto de marca. Hace poco, en unas piezas publicitarias ya borradas, las palabras ‘mulata’ y ‘esclavitud’ se utilizaron como sinónimos de ‘emprendedora’ y ‘colombiana’ para promocionar la nueva colección de una tienda de ropa bumanguesa.
En este nuevo año, resulta imperativo abrir espacios de reflexión y de memoria sobre nuestro pasado. El pedido urgente es que el reconocimiento colectivo del daño económico, social y moral como aproximación al perdón este acompañado de medidas reparadoras, que, más allá de compensaciones monetarias, permitan restituir la dignidad robada a las poblaciones afrodescendientes. No en vano, las preguntas que se hacen hoy activistas negros en Surinam, Curazao y Bonaire, al igual que en Colombia y el resto de los países de la diáspora africana sean ¿dónde están las reparaciones? y ¿cuáles serán las acciones hacia el futuro? Como sociedad debemos garantizar que algo así no volverá a suceder.
KANDYA OBEZO