La repartición sostenible de dividendos no supone la descapitalización de una compañía y sugerir lo contrario es peligroso en un contexto en el que debemos incentivar el ahorro y la inversión de capital. Esta visión parte de una premisa equivocada en la que las empresas son irresponsables al definir sus políticas de dividendos, afectando así su crecimiento y sostenibilidad. La historia de las compañías en Colombia, salvo casos puntuales, contradice esa idea.
El principio financiero básico a recordar aquí supone que, a mayor riesgo, mayor retorno. Así, se esspera que una inversión en instrumentos de renta variable genere un retorno superior al de una inversión de renta fija, lo cual ha sido históricamente evidente en mercados de capitales desarrollados, hoy un sueño para nosotros.
El mayor retorno se justifica porque el inversionista que aporta recursos al capital de una compañía no solo se expone al impacto de los ciclos económicos, sino que queda subordinado al pago de todas las otras fuentes de apalancamiento de la empresa, como el financiero y el de proveedores (este último, fundamental en Colombia en 2023 y 2024 debido a la falta de liquidez y las elevadas tasas de interés).
En procesos de reorganización, tan de moda este año, la subordinación del inversionista de capital a cualquier otra obligación es evidente. El último puesto en la fila supone una decisión consciente de asumir mayor riesgo, lo que conlleva la expectativa de un mayor retorno. Este retorno, en el caso de la renta variable, incluye tanto los dividendos como la valorización o desvalorización de la compañía reflejada en el precio por acción.
El capital no se destruirá mientras el dividendo de una compañía esté basado en los resultados del ejercicio, tanto en utilidades como en generación de caja.
Considerar que las compañías deberían retener el 100 % de las utilidades generadas no solo es absurdo, sino que también supedita teóricamente el retorno del inversionista exclusivamente a la evolución del precio de la acción, que en un mercado como el nuestro depende poco del valor fundamental de las compañías.
Sugerir que el retorno vía dividendos frena el crecimiento de las compañías es una postura peligrosa. Lo que realmente necesitamos es dar claridad a los potenciales inversionistas sobre lo responsables que son las empresas al decretar y pagar dividendos, al definir sus estructuras de pago y al tomar decisiones sobre distribuciones. Gravar excesivamente los dividendos o limitar su pago —decisiones que corresponden exclusivamente a las asambleas de accionistas— desincentiva tanto a los inversionistas institucionales como a las personas del común, afectando negativamente el crecimiento sostenible del país.
El capital no se destruirá mientras el dividendo de una compañía esté basado en los resultados del ejercicio, tanto en utilidades como en generación de caja. Considere el ciclo en el que se encuentra la compañía, balanceando dividendos y capacidad de crecimiento futuro. Sea coherente con el historial de pagos, en términos de dividendo por acción y de rentabilidad, es decir, cómo el dividendo por acción se compara con el precio de la acción.
La coyuntura de altas tasas de interés en 2023 y 2024 ofreció a los inversionistas retornos atractivos en instrumentos de renta fija, retando al mercado de renta variable. Sin embargo, el 2025 ya está a la vuelta de la esquina, las tasas de interés continuarán bajando y, con ellas, la renta fija ofrecerá menores rendimientos, destacando nuevamente la buena rentabilidad de las acciones en Colombia.
En lugar de demonizar los dividendos, ocupemos nuestra energía en educar a las personas sobre lo que implica este tipo de inversión, cómo valorar una acción y cómo identificar buenos momentos para comprar o vender. Continuemos fortaleciendo la educación de mercado para desarrollar un apetito de riesgo más diversificado y menos conservador.
* Head CIB Itaú Colombia