De vez en cuando nos asombramos con noticias y eventos que no parecen de este mundo revoloteado, que se cuelan en medio de titulares turbulentos de conflictos, desastres naturales y victorias deportivas. No tienen tantos clics ni debate en redes sociales, pero uno que otro desprevenido acepta ese bálsamo en medio del caos.
"Salen a la luz obras de grandes maestros que pasaron décadas escondidas en un museo de Irán". Semejante titular, aunque no es del todo una novedad, invita a dejar de pensar en cambios de ministros, guerra de aranceles y crisis energética. Así sea por los minutos que dura una corta lectura.
A finales de los años 70, el gobierno del Sha de Irán llevó a Teherán una buena cantidad de pinturas de los artistas más destacados del siglo XX. Cubismo, surrealismo y arte popular fueron desempacados para ampliar el conocimiento de todos. Duraron expuestas poco en el recién construido Museo de Arte Contemporáneo, pues con el fin de la década llegaron la revolución y el cambio. Irán quedó sin su rey de reyes y se instaló una República Islámica. La revolución en algunos campos es la involución en otros.
El sótano del museo se convirtió en el refugio de los Picasso, Dalí y Warhol que eran muy escandalosos para la nueva istración. Fue, como también ocurrió en otros Estados, con otros gobiernos y otras culturas, la incineración del conocimiento que no alcanza el nivel de valores de las autoridades.
Se dice que las bibliotecas y los archivos se han convertido en la base de las democracias. Bueno, pues los museos no se quedan atrás al guardar historia e identidades, así no sean las propias. Si los libros que queman algunos arden a 451 grados Fahrenheit, las pinturas al óleo que esconden otros se empiezan a arruinar con 80 grados y alta humedad.
En los minutos de lectura de esa noticia, que nos separa del escándalo colombiano del día, podemos recordar que así como Irán quiso ser sede de la cultura y el conocimiento con su nuevo museo, su vecino Irak (otra de las cosas que los unen en medio de la diferencia política) también tuvo un pasado cultural que iluminó el mundo.
Siempre habrá alguien que quiera entregar cultura y siempre habrá alguien que la quiera ocultar.
Tenemos, por estos lados, la concepción de que en Occidente se engendró toda idea e invento y desconocemos —casi al punto del desprecio— el rol de ciudades como Bagdad, que en el siglo IX ya tenía la biblioteca más grande del planeta (Bayt al-Hikmah o Casa de las Sabiduría); el mecenazgo de la élite musulmana atraía a los mejores artistas y académicos, y se tradujeron los libros más renombrados.
Fue el hogar de ideas matemáticas procedentes de la India, del mismo Irán y otros países de Asia Central. Sus habitantes árabes, persas, turcos, griegos y judíos, entre otros, estudiaban y trabajaban en uno de los intercambios culturales más especiales de la historia.
“Bagdad es la ciudad del bienestar; en ella residen los talentos de los que hablan los hombres, junto con la elegancia y la cortesía”, escribía el geógrafo e historiador Al-Muqadasi por esa época.
Desafortunadamente, los conflictos —cuándo no— volvieron trizas la ciudad. Tal como pasó con la intención de darles a los iraníes una muestra de cultura en los años setenta.
Con la relajación de restricciones de los últimos años, algunas de esas pinturas escondidas han podido ser expuestas al público. El vocero del museo de Arte Contemporáneo de Teherán dice que la población ha llegado en multitudes a ver las exposiciones.
Siempre habrá alguien que quiera entregar cultura y siempre habrá alguien que la quiera ocultar. Recordar esa edad de oro de Bagdad es otro respiro que traen las noticias difíciles de pescar en medio de este mundo descuadrado, fragmentado y sin sentido, tal como ese lienzo de Picasso que hoy por fin se puede ver en Teherán.