Laura Sarabia y Diego Guevara, nueva Canciller y nuevo ministro de Hacienda, terceros en ocupar dichos cargos en dos años de gobierno de Gustavo Petro. Destinos cruzados —y tal vez malditos— de dos jóvenes ambiciosos que toman las riendas de las relaciones exteriores y de las finanzas públicas en el peor momento en lo que va de este siglo.
De un lado Laura, con apenas 30 años, sin hablar ni una coma de inglés, sin estudios en política exterior ni tampoco experiencia en relaciones internacionales. Aterriza en su cuarto cargo dentro del Gobierno sin ningún logro extraordinario en los puestos previos, ni como directora del Dapre, ni como jefe de gabinete, ni mucho menos como directora del Departamento de Prosperidad Social, donde no hizo nada a pesar de tener un presupuesto de 6.750 millones de dólares y manejar los subsidios del Estado.
Ahora debuta como tercer canciller del gobierno Petro, en un momento crítico de las relaciones con Venezuela y Estados Unidos, en medio de dos fuerzas opuestas y antagónicas desde Caracas y Washington; antípodas ideológicas que encuentran en la Casa de Nariño a un tercer presidente con las mismas características psicológicas de Trump y Maduro: estrambótico, grandilocuente, megalómano, amante del discurso populista, adicto a las redes sociales, contrario a la regulación, odiador de los acuerdos comerciales y de nulo manejo diplomático.
Triada para una canciller atrapada entre un jefe desconectado de la realidad, un dictador socialista que alberga terroristas y un supremacista imperialista en guerra comercial con media humanidad. Mediadora entre una diáspora de 3 millones de migrantes venezolanos en Colombia y la deportación en camino de 27.000 colombianos indocumentados en suelo norteamericano; ensanduchada entre un Gobierno que sirve de resguardo a los narcotraficantes colombianos y otro que amenaza con retirarnos las ayudas económicas y descertificarnos por vagos en materia de lucha contra las drogas.
Destinos cruzados —y tal vez malditos— de dos jóvenes ambiciosos que toman las riendas de las relaciones exteriores y de las finanzas públicas en el peor momento en lo que va de este siglo
De otro lado está Diego, también en el tercer piso y llegando con 39 años a convertirse en el tercer ministro de Hacienda de Gustavo Petro. Economista de ‘la Nacho’, sin la trayectoria de Ricardo Bonilla ni el prestigio internacional de José Antonio Ocampo, de quienes hereda la mayor reforma tributaria de la historia y el mayor descalabro fiscal en lo que va de este siglo, con un recaudo que terminó 11 billones por debajo de lo proyectado a noviembre del año pasado, mientras el gasto previsto pasó de 303 a 313 billones de pesos en dicho lapso.
Aumento del gasto y sobreestimación del recaudo que lo tiene posponiendo 12 billones de pesos en las cuentas públicas para este año, de un total de 28 billones que deberá recortar según estimaciones del Comité de Regla Fiscal y de los principales centros de pensamiento, amén de una reforma tributaria que naufragó en el Congreso y de un presupuesto que salió sin debate y por decreto.
Ahora arranca con el pie izquierdo: expidió el decreto de aplazamiento de los 12 billones desfinanciados, quitándole 2.8 billones de pesos a Colpensiones, a escasos cinco meses de empezar a regir la nueva reforma pensional, donde los mayores de 70 años deben recibir un bono mensual de 226.000 pesos.
Plata que está embolatada y que obliga al nuevo capitán de Hacienda a desbaratar, desarmar, recalibrar y recomponer nuevamente el presupuesto de este año, a fin de no dejar sin pensión a los más pobres y más viejos, complicando más la situación de liquidez para la Nación y poniéndose encima una espada de Damocles sobre la necesidad de tramitar una segunda reforma tributaria en los meses venideros.
Todo mientras gestiona los 3 nuevos impuestos extraordinarios y temporales de la conmoción interior del Catatumbo para recoger 1 billón de pesos: IVA del 19 % a los juegos de suerte y azar en línea, impuesto de timbre del 1 % y gravamen del 1 % sobre las exportaciones de petróleo y carbón.
Tres papas calientes —aplazamientos en pensiones, segunda reforma tributaria y los nuevos impuestos de la conmoción interior— que lo cogen con los calzones abajo y con una apretadísima posición de caja, que cerró el 31 de diciembre con apenas 3,7 billones de pesos, una cuarta parte del promedio histórico de la caja del gobierno colombiano, que usualmente rondaba los 12 billones para fin de año.
Negro futuro el de Diego Guevara y también el de Laura Sarabia, dos ambiciosos jóvenes que cargan con la maldición de llegar terceros al Ministerio de Hacienda y a la Cancillería en tan solo dos años de Gobierno, en medio del peor momento de las finanzas públicas y de las relaciones exteriores de Gustavo Petro.
PAOLA OCHOA