Libertad de información y libertad de opinión no son lo mismo, aunque ambas son especies del género libertad de expresión. La libertad de información, como su nombre lo dice, es el derecho de informar y ser informado sobre sucesos cotidianos, preferiblemente de manera veraz, completa e imparcial.
La libertad de opinión, por su parte, es el derecho que tiene toda persona a expresar sus pensamientos y juicios sin ser objeto de interferencias, pero respetando ciertos límites, a saber: Las opiniones no están obligadas a ser veraces o imparciales, pero los hechos que las respaldan sí, debe ser posible distinguir entre declaraciones basadas en hechos comprobables y opiniones basadas en interpretaciones subjetivas; al opinar no se debe distorsionar, exagerar, minimizar, o descontextualizar los hechos, y se debe evitar incurrir en propaganda a la guerra, apología del odio, pornografía infantil e incitación directa al genocidio porque así lo disponen tratados internacionales vinculantes para Colombia.
Como se observa, el buen gusto no es un límite a la libertad de opinión porque se trata de un concepto subjetivo que varía de acuerdo con contextos culturales y valores sociales. Esto es tan cierto que inclusive la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, en el caso de Fuck the draft, dijo que la expresión fuck, para algunos grosera, para otros es poesía.
Contra las expresiones que acosan, discriminan o incitan al odio podemos presentar una denuncia penal.
A mí, que defiendo la libertad de expresión, todo esto me resulta clarísimo en teoría, pero en la práctica, cuando veo programas o leo textos que ridiculizan a personas por su apariencia física o su orientación sexual siento la tentación de exigir la eliminación de esos contenidos. En ese momento paso de ser la defensora de la libertad de expresión a la moralista que quiere imponer la censura. ¿La razón? Existen corrientes que sostienen que la exposición a ciertos contenidos afecta la conducta humana.
Me refiero, por ejemplo, a la teoría del cultivo, que sugiere que la exposición prolongada a ciertos contenidos mediáticos moldea la percepción de la realidad, o a la teoría del aprendizaje social, que plantea que las personas imitan comportamientos observados en los medios.
¿Qué podemos hacer? Por lo pronto, ante las expresiones de mal gusto podemos tener paciencia y acogernos a la teoría de la resonancia informativa, que sostiene que la diversidad de opiniones es esencial para fomentar el pensamiento crítico. Contra las expresiones que acosan, discriminan o incitan al odio podemos presentar una denuncia penal.