Vuelvo al fútbol, como decía Pelé. Por estos días se dice que el arbitraje vive momentos críticos. Pues sí. Terminan los partidos y se habla más de los jueces que del juego. Ya no se habla de que un delantero metió la mano, sino de que el árbitro metió la pata, sea el de campo o los del VAR.
Ser juez de fútbol aquí debe ser más difícil que ser asistente de Putin. Comenzando porque lo putinean desde la salida. Los estadios son escenarios de desfogue de pasiones, frustraciones, polarizaciones y rabias. No importa la tribuna. Así se vistan de amarillo, a los jueces no los bajan de chulos... Árbitro y juez de línea por igual.
Pero además, el referee tiene en contra a los jugadores, que buscan hacerlos equivocar, pues muchos son intocables y delicados. Con el menor toque caen al piso, se retuercen, golpean la gramilla y sacuden las manos como si fuera su último adiós de este mundo. Pero, como el Dolorán, la amarilla se frota y el dolor se marcha, se paran y corren. Y si el árbitro no castiga, el público ruge e insulta.
Además de que a los jugadores de los equipos que van ganando la emoción parece darles calambres y caen al piso. Y los arqueros se vuelven lentos, se les caen las pelotas, queman tiempo, y el tiempo perdido los hinchas lo lloran. Y el público culpa al de negro. O del color que vaya. Y los directores de los equipos reclaman. Los unos, que agregue tiempo; los otros, que se acabó; los unos, que fue falta, los otros dicen que no; los unos, que fue penalti; los otros, que se tiró. Ve, me salió un reguetón.
Y ahora, con la tecnología del VAR, el Video Assistant Referee, dizque los jueces también están fuera de lugar. ¿Semejante ayuda tecnológica, donde se puede ver desde todos los ángulos la jugada, no sirve aquí? Los expertos coinciden en que son problemas de capacitación, que se necesitan políticas claras para el manejo de la tecnología, que se debe profesionalizar el arbitraje, que se cambie la Comisión Arbitral, que no está compuesta por exárbitros.
La Federación tiene que salvar la gallina de los balones de oro. Es urgente que capaciten más a los jueces, todos; si es necesario, traigan expertos internacionales. Las directivas de los quipos deben educar al jugador en lealtad, en respeto por el espectáculo y por la afición. El fútbol es una esperanza para miles de muchachos a los que hay que guiar, no solo en técnica y táctica, sino en buenas maneras.
Desde las escuelas y la dirigencia se tiene que defender este bello deporte, que está en crisis. Claro que el fútbol también es un reflejo de un país en el que la corrupción y los intereses políticos se juegan un partido aparte. Se necesita un VAR, un ojo mágico, en la política y en el Gobierno, en todos. Por ejemplo, mil cámaras para las reformas, pues se dice que un político poderoso, Mermelindo Palacio, busca hacer goles comprando jugadores de los otros equipos.
Se necesita VAR en la contratación estatal. Qué me dicen en la compra de 40 carrotanques para llevar agua a La Guajira, por 46.800 millones –están como caritos, decía mi abuelo–, adjudicados en un trámite exprés el Día de la Raza del año pasado. Negocito que ya le costó la cabeza al director de la UNGRD, Olmedo López. Qué tristeza. Siempre se juega con las necesidades de la gente, las más humildes, así sean los recordados en Semana Santa: “Señor, tengo sed”. Los jueces, no de línea sino de la República, tienen que actuar.
Qué tal el caso reiterado de las camionetas de la Unidad de Protección, donde algunas han servido para proteger cargamentos de droga. Lo bueno es que se descubre. Pero es urgente que el país sepa que hay VAR y responsabilidades. Porque queda la duda, maldita duda. En fin, en el fútbol, en política, en los entes del Gobierno se requiere transparencia, porque las tribunas no aguantan tanto. En el Gobierno es VER.
LUIS NOÉ OCHOA