En el manual tácito del comportamiento que debe seguir la mujer, según el anacrónico sistema patriarcal colombiano, está escrita la importancia de que bajen la mirada y callen cuando reciben improperios y bromas de mal gusto. Mira al suelo y calla.
En el ámbito laboral, todavía pululan homúnculos cuya labor pareciera garantizar el cumplimiento de tan ofensivo panfleto, castigando con el ostracismo a aquellas féminas que osen levantar la mirada y exijan respeto y un trato equitativo.
Triste pero cierto, no es este un manual en desuso. A día de hoy se utiliza con esmero y entusiasmo por aquellos individuos empeñados en perpetuar una sociedad que subyugue a la mujer en todos los espacios de interacción social. A estos señores los blinda el hecho de que es casi imposible comprobar que dijeron esto o hicieron aquello. Esto, sumado al estigma que cargan las mujeres de que cualquier protesta es fruto de irregularidades hormonales, histeria, exageraciones y un deseo de llamar la atención, las encierra en un callejón sin salida.
Las mujeres solas no podrán cambiar una tendencia tan aplastante y generalizada, por eso es clave no solo que denuncien, sino que sus superiores las escuchen y las protejan.
La trampa está puesta, y exigir respeto y un desarrollo profesional sin arbitrariedades se vuelve para las mujeres una trasgresión que se paga con retaliaciones como una carga laboral mayor y un salario más bajo que el de sus colegas hombres.
Es clave que, ante el acoso laboral —o de cualquier índole—, las mujeres recopilen pruebas que les permitan documentar el comportamiento inapropiado de sus pares. Estrategias como mandar un mensaje de texto diciendo: “me molestó lo que dijo sobre cómo le parece que no pueda hacer un buen trabajo por ser madre soltera y me parece importante que no vuelva a ocurrir” puede llevar a que el hombre se disculpe, itiendo, así, su culpabilidad.
En este tipo de situaciones que pueden poner en riesgo la carrera profesional de una mujer es imperativo denunciar y exigir un ambiente laboral sano, equitativo y respetuoso. Tener una conversación con un jefe o con la oficina de Recursos Humanos no hace a la mujer ‘problemática’ o ‘histérica’. El problemático es quien acosa laboralmente a la mujer, y la mujer está en su derecho de reaccionar y de buscar protección, como la buscaríamos si fuéramos víctimas de un asalto en la calle.
Las mujeres solas no podrán cambiar una tendencia tan aplastante y generalizada, por eso es clave no solo que denuncien, sino que sus superiores las escuchen y las protejan de modo que se garantice un ambiente laboral libre de hostilidad. Ya es hora de engavetar tan anacrónico y misógino manual para dar paso a una sociedad que les ofrezca a las mujeres no solo las mismas oportunidades que a los hombres, sino el mismo nivel de respeto.
MARÍA ANTONIA GARCÍA DE LA TORRE