Al leer el magnífico libro de Wade Davis, El Magdalena: río de sueños –que es en realidad la historia de Colombia contada con el río Magdalena como protagonista principal–, encontré una reflexión sobre el momento actual del país –una reflexión que me puso a pensar–.
No hay nada novedoso en afirmar que la última década ha estado marcada por un fuerte antagonismo entre Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, dos líderes que en el pasado trabajaron en equipo, pero que en el presente parecen irreconciliables. Dice Davis, con razón, que al ingresar en los libros de historia como los dos líderes que hicieron posible el fin de la guerra se disiparán las amarguras y rencillas que los separan hoy en día. Y añade algo fundamental: la posteridad será un juez implacable si alguien le niega al país la promesa de paz, tan deseada y añorada por todos.
En otras palabras, lo que plantea Davis es que la historia se encargará de hacer el trabajo de un hábil médico que después de una cirugía cierra las heridas para que no queden cicatrices, y el paciente solo recuerda que su salud mejoró. Después de estos años de antagonismos, al país también le puede quedar la memoria de que todo cambió para bien.
El problema es que la historia puede tomar mucho tiempo y, mientras tanto, envuelto en la pugnacidad, el país puede dar reversa. Esto fue justamente lo que pasó en la primera mitad del siglo XIX. De modo que, si tomamos la historia como referencia, no hay muchas razones para ser optimistas. Pero no veo mejor alternativa que tratar de acelerar un proceso que nos conviene a todos, especialmente al país moderado –y mayoritario– al que no le atraen los extremos.
Aunque nadie apostaría hoy un peso por la posibilidad de llegar a un acuerdo nacional, eso no implica que no se pueda –y, lo más importante, se deba– proponer.
Más allá de las personas, sectores enteros de nuestra sociedad que han estado enfrentados en los últimos años, se deben poner de acuerdo alrededor de dos propósitos centrales. El primero, sin duda, es la implementación del acuerdo de paz, con todos los sinsabores que implica extenderles la mano a quienes hasta hace poco causaron tanto dolor y daño.
El segundo punto del pacto nacional debe ser la construcción de un nuevo contrato social. Ya empiezan a surgir propuestas e ideas, como las que lanzó Fedesarrollo esta semana. El punto de partida de ese nuevo contrato debe ser la fusión de la gran cantidad de programas sociales –llenos de duplicidades y sobrecostos– en un nuevo programa de apoyo monetario a todos los colombianos que viven en la pobreza, y que hoy son cerca de 20 millones de personas. El apoyo debe darse por hogar, en cantidades más altas para quienes están en condiciones más extremas.
El acuerdo debe continuar con la efectiva estrategia de formalización que iniciamos con la ley 1607 de 2012, la cual redujo las cargas laborales y que, como lo demuestran los hechos, fue exitosa. Es necesario darle un impulso adicional a la reducción de los costos de contratación, ahora concentrándose en los trabajadores que ganan menos de un millón de pesos que son la mitad de los ocupados en Colombia. Además de aliviar la carga de contribuciones y aportes sobre la nómina, es posible que, por un tiempo, se requieran subsidios directos a los empleadores para que paguen, por lo menos, un salario mínimo.
El nuevo contrato social tiene que venir acompañado de un pacto fiscal que se debe adoptar gradualmente. En una primera etapa, este año y al inicio de una nueva istración, va a ser necesario mantener el estímulo fiscal para salir de la crisis e impulsar la reactivación. De la mano del estímulo se debe aprobar una nueva regla fiscal –y las condiciones para cumplirla– para que el país tenga una carta de navegación clara en esta materia, que dé confianza e impida la tan temida pérdida del grado de inversión.
Pero, volviendo a las divisiones políticas, mientras más rápido cierren las heridas, más factible será construir este acuerdo. La alternativa –la que lamentablemente parece más probable en el panorama actual– es que el país siga fragmentado y sin capacidad real para abordar los temas complejos y urgentes. Esto nos dejaría en manos del populismo y la demagogia. Colombia merece un mejor destino: llegó la hora de acelerar la historia.
Mauricio Cárdenas